Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Random acts of cruelty & kindness

Porque soy orgullosa y porque mi autoestima reside en mi capacidad, me negué a reconocer que no sabía hacer un trámite en Hacienda. Me negué seis veces. Las veces que me devolvieron los papeles por diferentes vías: que el Nise es de electricidad y no de agua. Que la personería es indispensable. Que el formulario está confuso. Hasta que no quedó más que ir en persona, a hacer fila como todos, un poco antes de la hora que abrieran, con el cliente, que por dicha es amigo, de cola, por lo que potis.

Porque siempre pienso en cómo acortar camino y eso alguna gente le dice eficiencia y otros sociopatía, le pedí a Martita que vistiera a Pato lo más bebé posible. Y para allá nos fuimos el cliente, Pato y yo, quince minutos antes de las ocho, ya estábamos en la fila. Conforme nos acercábamos a la puerta y al filtro del guarda, alcé a Pato y sus quince kilos de carne y le pedí que jugáramos a que era un bebito. Puse cara de tragedia en la puerta y pedí fila de la ley 7600:

– Usted sabe caminar, mi amor?–  Le dice el guarda a mi hijo.

El, que por la edad es un jalisco, se me escurrió entre los brazos y muy matón le demostró al guarda no solo que camina, sino que entiende todo lo que le dicen y además, que su pasión favorita son las carreras.

Cuando recuperé a Pato del pescuezo antes de que terminara de darle la vuelta al piso 2 del Outlet Mall, el guarda me dijo:

Solo niños de brazos o mujeres embarazadas.

Estoy gorda, pero no tanto. Por culpa de Pato no podía fingir otra lesión, pero me consolé porque me dieron la ficha B202. La pizarra de bombillos decía que iban por la B201. Esto era pan comido.

Noventa minutos después, habían pasado quince fichas de trámites individuales y nosotros seguíamos esperando el momento mágico en que la pizarra me llamara porque de verdad que desde hace una hora y media debía ser en cualquier momento. Con cada número, se me lavaba la paciencia y la voluntad y no solo a mí, también a Pato, que empezó a reclamar por jugo, solo quería estar alzado y hacía ese connato de lloriqueo que usa porque todavía no le da la abstracción para decir “estoy aburrido”. En 90 minutos yo pasé de “Qué quiere el muñeco de mamá?” “Sí, mi vida, dime?” “qué pasó señor Chingoletti Moscatelli?” ha contestarle “QUÉ???” con hartazgo y cansancio cada vez que decía “mamá”, sin querer registrar su dolor/temor al darse cuenta que mamá se convierte en un dragón chichoso y de mecha estaba corta y él en un estorbo. Y reacciona como reaccionamos los mamíferos: dice mamá más seguido, quiere estar más tiempo alzado, pegado a mí, como si su abrazito de manos pegajosas pudiera derretir el hielo contaminado de mi corazón.

Finalmente me pasaron. Me levanté a la carrera y boté el celular al piso. Atrás mío venía Pato, que lo había recogido y sonrió feliz cuando lo felicité por recuperarlo. Pensé que ya era cosa de minutos, era solo actualizar la información de los apoderados de dos sociedades y listo. “Patito, ya casi nos vamos y podés tomar jugo” y expliqué a qué venía

-Es que el representante y el apoderado están mal en el documento- me dice el funcionario-

-Representante y apoderado son la misma cosa

-Sí.

-No

-Que SI. Todos los apoderados de una sociedad son, por definición, representantes de esta porque actúan en su nombre.

-Bueno, aquí en hacienda no lo vemos así. Representante es el que es gerente o presidente. El otro es apoderado.

-Aunque ustedes lo vean así y tengan su propia versión del Código de Comercio, da la casualidad que por pura guaba llené bien el formulario y el gerente está de representante y el otro de apoderado–

-Ah… pero vea, este sello de tinta de abogado está malo porque dice “notario”

-No está malo. No hay ley sobre cómo debe ser ese sello. Además vea, está el sello blanco.

-Sí pero no. Este sello no es de abogado.

-Claro que es de abogado y lo sé porque el abogado soy yo. Usted sí sabe que yo no puedo ser notario sin ser abogado, verdá?

-Ah… y cuándo se hizo el cambio de apoderado?

-El 26 de julio

-¿Y cómo sabe?

-Porque la notario que lo protocolizó FUI YO. Y aquí tengo el testimonio original del cambio.

-Y trae copias de eso?

-Obvio

-Igual no las necesito. Pero aquí dice que el apoderado autorizó a fulanita a hacer este trámite y usted no es fulanita.

-No, pero tengo al apoderado aquí a la par mía que me autoriza en vivo (zoom al apoderado sonriendo simpaticón mientras me aprieta el hombro para que me calme) y yo era la apoderada antes y si usted no hace el cambio, lo seguiré siendo, no sé por cuántos años más, en esta ficción jurídica que ustedes se arman yo no sé de dónde

-Y el contador porqué no vino?

(zoom a mis ojos de estoy a punto de estrangularte y a la fotocopia del artículo del código penal pegado en cada cubículo recordándole al usuario que es delito amenazar a un funcionario público)

Y así, otros 35 minutos, hasta que otra vez, seguro por el desgaste, volví al borde de ese estado donde de esfuma la dulzura y solo queda mi peor parte.

-He venido SEIS veces. SEIS. Le traje al apoderado en persona. Le traje las escrituras. Le he explicado todo como 30 veces. Lo único que quiero es cumplir con el deber formal de cambiar el apoderado pero si eso no se puede porque a usted no le gusta el sello, entonces que se quede así. Ni modo.

Algo pasó que se apiadó de mí y todo se resolvió en 5 minutos, advirtiéndome eso sí que cuando la Administración lo considerara conveniente, o sea, en un momento indeterminado en el futuro, multarían al cliente por no informar del cambio de apoderados dentro de los 5 días hábiles siguientes a que se hizo el cambio. El cliente aprovechó y para salvar la salud mental de Pato, le ofreció ir a desayunar a uno de los pocos puestos que quedan abiertos en el Food court. Pato le dio la mano, muy confiado, y sin despedirse, se fueron.

Mientras esperaba los documentos, pensé en cómo cada país tiene su sucursal del infierno, esa oficina pública donde uno siente que lo están castigando, esa situación donde uno no sabe cuándo o a qué hora lo atienden, donde salís derrotado, donde no sabés ni qué preguntar ni cómo acelerar la cosa, pero tampoco entendés lo que te dice el que te atiende. Donde perdés el tiempo como un imbécil, donde el funcionario, ya endurecido por la rutina, no le importa la fila de 80 cuando le toca tomar café, donde no tienen empatía ni paciencia para explicarle a esa señora mayor la facturación electrónica. Una experiencia humillante, donde sufre la salud mental y perdés humanidad, dispuesto a hacerle una zancadilla al que se cola y envidiando a los de la fila de atención de adulto mayor.

Pato estaba con el cliente en la puerta de Hacienda. Traía una bolsa casi más grande que él. Mi amigo me contó que se tomó dos cajas de jugo y una tortilla palmeada con queso completa, como si no hubiera desayunado. Logró hacerse entender y le compraron otra tortilla para llevar a la casa.

Fuimos a dejar al cliente. Cuando se bajó del carro, por error se llevó la bolsa de Pato, que se puso a pegar gritos exigiendo “mi bodsaaaaa” hasta que se la devolvieron. Quiso llevarla a la casa en el regazo, no fuera a ser que otra vez pasara algo.

Llegamos, yo agotada de la peripecia y con la capa de super heroína sucia, rota y rasgada. Me dejé caer en el sillón de la sala como si hubiera corrido todo el día y eran apenas las 10 y 40. Pato no soltaba la bolsa.

Desde esa posición privilegiada, vi lo que hizo mi bebé:

“Mahta! Mahta! Ven! Ven!”

Marta cuida a Pato todos los días, desde que llegó. Vino, como siempre que la llama, porque para Marta, Pato es más que un trabajo y a mí eso me da mucha culpa y la vez le agradezco lo que lo quiere.

Pato abrió la bolsa y sacó la tortilla que había pedido para llevar:

“Midda. E-li-zio-za. Todtilla. Pa tí. Come, come”

Y le dio de comer en la boca, poco a poco, en pedacitos que él mismo cortaba con las manos. Le brillaban los ojitos y sonreía, porque para él, en ese momento, no había victoria comparable a compartir con su Martita algo tan rico como una tortilla recién palmeada.

 

 

4 gotas de lluvia en “Random acts of cruelty & kindness”

  1. En Costa Rica nunca nadie tiene culpa de nada ¡somos el país de las coincidencias! - Delfino.cr dice:

    […] — Un texto desde ya eterno, Alejandra Montiel sobre la pesadilla de hacer un trámite en Hacienda y la ternura como respuesta absoluta a ese y cualquier otro mal que nos aqueje. […]

  2. Laura Guerrero dice:

    Me rio por no llorar, yo cuando tengo que hacer ese tipo de diligencias a instituciones del estado me preparo como para vuelo de 12 horas, ropa cómoda, libro en mano, galletitas para él hambre, unos confititos, audífonos y gotitas de aceite esencial que primero me pongo en las muñecas para inhalar y no perder la paciencia, media hora después en las sienes para el dolor de cabeza y ya para cuando me atienden me gaste el tarro completo y huelo puro el cuarto de mi abuela… y si tengo suerte no se cae el avión e digo todo sale bien y no necesito volver y si me va re-bien… no me regañan…

  3. Luis Leiton dice:

    Entiendo perfectamente esa frustración que usted describe. Sobre todo en las oficinas del Ministerio de Hacienda es donde más la he padecido. La primera vez cuando me fui a inscribir como contribuyente (por ser profesional liberal) y la segunda cuando me desinscribí (al pasar a ser asalariado). Eso fue hace más de 9 años y aun me llegan amenazantes recordatorios de que si no me pongo al día, de que si no uso la factura electrónica, etc. me van a cobrar multas como para tener qué pagar de aquí a la segunda venida de Cristo. Y entonces revivo el calvario, porque debo ir a demostrar que hace años que no tributo como profesional independiente sino como asalariado, lo cual pareciera que les molesta a los funcionarios. Abrazo solidario.

  4. Cindy dice:

    Esa pasa porque simplemente no nos queda de otra más que aguantarnos. Lamentablemente es casi la regla que sea la misma historia en cada entidad estatal que uno visita… recién lo sufrí en el INS utilizando el seguro de estudiantil con mi hija. Realmente es un calvario.

Y vos, ¿qué pensás?