Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Conceptual incomprensible

desde la isla de

Pasan diez días sin verte. Casi sin hablarte, porque te llamo y estás muy ocupado haciendo algo más y oigo tu vocecita de bebé saludar de lejos. Te veo, diez días después y algo pasa porque de repente no te reconozco. Sos y no sos vos. Tu sonrisa, tus colochos, esa forma tan particular de cruzar la pierna y recostarte en mis regazos, volcando toda la fuerza tus ojos a mí. Me hablás “Mamá”, me decís. Pero no te reconozco y esa sensación se me extiende por más tiempo o yo la estiro y me apego a ella porque no entiendo cómo una mamá puede sentirse tan lejos de lo que siempre tiene tan presente. Cómo vos sos otro en mi memoria, otro en mi mente, otro en mi corazón, otro en mis ojos, otro en mis manos y sin embargo, cuando finalmente te vuelvo a ver no te reconozco. Yo, que te llamé todos los días a medio día y en la noche. Que antes de dormir me iba a tu camita a recordar tu olor de bebé recién bañado de tus almohaditas, que añoraba tus ruiditos en el silencio oscuro y pesado de esa casa vacía.

Quién sos? Porqué, si estás siempre en mí me resultás tan distante? Me pregunto si te quiero de verdad pero la respuesta llega racional y no del sentimiento. Te veo y recorro con la mano tus colochos y veo que vos no te das cuenta de nada de esto y solo querés ponerte al día conmigo aunque vos no hablás bien todavía y solamente sonreís y hacés muchos gestos.

Sé que a esto te dicen disasociarse y lo sé hacer desde toda la vida. Cuando el miedo o el dolor eran muchos. Cuando necesitaba no sentir. Es como salirse del cuerpo y verte, desde otro lugar seguir como si nada, pero sin alma y el alma, con una tristeza enorme. Porqué me disasocio si verte otra vez debería ser una alegría?

Trato de recordar cómo eras la primera vez que te vi. Los primeros meses. Aquel bebé de ojos que impresionaban verdes, recién empezando a caminar, la boquita de pato, asomándose de la mano de la mujer que lo cuidó hasta que llegó mamá, la primera vez que te vi, ese día de marzo que ardía. La carita de cansancio, las ojeras, la calentura del rotavirus. Pero no puedo. Te veo como te ves hoy, como te veo todos los días.

Sé que ha pasado el tiempo porque el día que cumplimos un año juntos, una jueza dijo que podíamos ser familia y que llevarías los apellidos nuestros. Sé que ha pasado porque ya no me cabés exacto en el pecho y cuando arrecostás tu cabecita en mi hombro, me sobran muchas patitas, larguiruchas, de niño pequeño. Sé que ha pasado porque veo los meses pasar. Veo la ropita que dejás. Veo que vuelve a llover. Veo que se me hace normal que cada vez hablás más, como si no recordara los primeros días en silencio, tus ojitos asustados tratando de ajustarse a una casa nueva y a unos papás ansiosos.

Esa permanencia del presente, esa sensación que todos los días son el mismo, esa sensación de que vos sos vos todos los días y que eso lo llena todo lo interrumpe ese momento en que jugando en la cama, te tocaste el pecho con las dos manos, vos y yo, tan primates los dos, y te viste el pecho y luego me viste a los ojos y me dijiste “Pato” El día que hiciste consciencia del yo. Del tuyo. De que vos no sos yo y eso te terminará llevando muy lejos de mi pecho. Ese día se interrumpirá otra vez el tiempo.

Mientras tanto, hay un sueño que llega estando dormida o despierta. Es un día gris, por la mañana. Vos andás uno de esos enterizos de manga corta, que te hacen ver todavía como un bebito y los pantaloncitos cortos que me gustan a mí. Caminás dando brinquitos de alegría, porque la vida, como un todo, este presente eterno, te emociona y sonreís contento. Hasta que te encontrás una pluma blanca, abandonada en el zagúan de la casa. Sabés que no es una flor, y no sé cómo, sabés que es una pluma. Trato de convencerte que no es importante, que a veces uno encuentra plumas, pétalos, cosas tiradas por ahí y que a nadie le importan. Les pasamos por encima, las barremos, les decimos basura. Excepto vos, que de inmediato te preocupás y se te ponen los ojos grises y juntás la pluma con tus dos deditos y empezás a buscar al dueño: “Pío!- llamás- Pío!” Se te oye triste y preocupado y cuando intento decirte que no importa, que hagamos otra cosa, me hacés entender que hay un pajarito por el mundo que anda buscando esa plumita que se le cayó.


Gotitas de lluvia

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