Este año, aprovechando que la escuela de mi sobrino queda muy cerca y que tengo teletrabajo, me fui a pie en el reducido horario en horas hábiles a vinear la feria científica.
Yo nunca participé en una de esas y la verdad, me generaba un poco de curiosidad. Mi sobrino me había estado llamando pidiendo que le preguntara a Marcelo sobre los hologramas. Adelantándome a las respuestas técnicas de Herr Doktor Professor sobre proyección tridimensional, yo le mandé links de Obi wen Kenobi y de Tupac para que se hiciera una idea.
Por otro lado, conforme voy incorporando más lecturas y aprendizaje de parenting, pensé que sería buena idea ir a apoyarlo a una actividad y ver cómo se ven y se comportan los niños de hoy.
Por dicha no está lloviendo, porque ando sin carro. Pero solo a mí se me ocurre ir vestida de trabajo a pie, en un día soleado, a un lugar que me queda a seis cuadras, cuestas incluidas. De camino, iba haciendo gimnasia mental comemierda, recordando que en Berlín yo caminaba vestida de trabajo los 2 km entre mi oficina y mis clases y que así, en menos de 2 meses, destrocé un par de zapatos de vestir carísimos.
Llegué muy digna y preparada para enfrentarme a los curas: mis sobrinos están en colegio católico, donde se requiere de padres católicos y participación activa de los padres en las católicas actividades. O sea, un lugar a donde yo ni a putas y si puedo evitarlo, enrolaría a Piscuilo. Por dicha no me salió ningún padre.
La feria está en un gimnasio que tiene dos lados al aire libre pero que se siente como si estuviera en Guápiles, en medio del sol, los chiquillos, los expositores de todas las edades y los maestros. No están organizados por grupos, así que había que ir caminando entre los pasillos y proyectos hasta identificar el que a uno le interesa.
Pensé en aplicar la técnica de compra en ferias de libro: rápido, viendo hacia el frente, escaneando a ver si hay algo conocido y directo al sitio de interés.
Hasta que vi una mesa con 3 chiquitas que no tenían público. Paré a que me contaran de su proyecto: hicieron entrevistas a muchas niñas preguntándoles si sentían que sus papás las metían a grandes. Surprise, surpirse, las chiquitas decían que no lo veían mal porque lo usaban por gusto. Las adultas decían que se arrepentían de haber usado cosas de grandes cuando eran chiquitas. Estuvieron muy agradecidas de que me detuviera y les pusiera atención, y que me llevara uno de sus brochures.
Seguí, dejando que la amargada en mí calificara con extrema rigurosidad todos esos proyectos que se notan hechos por los papás, desde la idea, hasta los posters, los equipos que están usando, los brochures a colores. Que el uso alterno de la remolacha, que la pasta de dientes casera, que el remolino de neblina… si me dicen que esos son temas que elige un niño de escuela, mirala.
Otra vez paré: un chiquitín con cara de nerd y acento del Europa del este. Solito, probablemente porque nadie quiso hacer el proyecto con él. Sus posters estaban hechos a mano, con esa letra picuda y horrible que tiene mi sobrino y que me hace levantar una ceja con reprobación y recomendar el uso urgente de cuadernos de caligrafía o de más disciplina. Le pedí que me contara y me leí todos los posters.
Estaba destrozado porque le habían calificado su proyecto como repelente cuando en realidad es insecticida contra hormigas. Le pregunté si funciona y me aseguró que sí, pero que olía muy feo. Le pedí permiso para llevarme un brochure, con la misma letra fea, y me lo entregó con una sonrisa. Ojalá lo pudieran ver. Probó 5 opciones de insecticida inventadas por él, porque dice que las hormigas le dan asma. Al final, hace un disclaimer que ni el mejor abogado del mundo le hubiese recomendado: Pero no maté a todas las hormigas
Sigo. Otra causa caritativa. Esta vez una chiquitina de trenzas, anteojos y cachetes, también solita, que diseño un sistema bastante primitivo con unas bombas y una botella para demostrar cómo funcionan los pulmones humanos. Aunque me agaché para escucharla, no le oía nada, pero puse cara de muy interesada y sorprendida, como si fuera la primera vez que oía hablar de esos órganos tan raros que se inflan como globos. Tercer brochure de la mañana.
Finalmente, mi sobrino y sus hologramas. Después de saludarme e informar a los demás del equipo de esta visita nepotista, se cuadraron para recitarme uno por uno su parte. Cuando le tocó a mi sobrino, se lo comían los nervios. Aunque leía de unas fichas, recitando métodos y materiales, sudaba montones y le temblaban las manos. Cuando terminó, se abrazó a una sueter que andaba por ahí.
Obvio que los felicité mucho y aseguré que había visto el efecto mágico que es un holograma, y que lo hacían muy, pero muy bien. Me dieron gomitas y les tomé una foto. El gordito machito del grupo, era el más pizpireto y entrador, que me cayó muy simpático.
En realidad no vi ni mierda, pero vi con buenos ojos las chorchas de goma de las pirámides de acrícilico que usaron, la caja de cartón pintada de negro a mano, los errores que los obligaron a reprogramar la Tablet, las fichas todas sucias y arrugadas en sus manitas. Estos tuvieron ayuda pero hicieron buena parte del trabajo.
Luego me perdí por las aulas para buscar a Zéinazio. Está en el aula de prekinder. Cuando entré, él estaba de espaldas y no lo reconocí. Saludé a la teacher diciéndole que yo era la tía Zuzú de Zéinazio y vi como se volvió a verme con los ojos enormes. Creo que Zéinazio nunca me había visto vestida de trabajo, peinada y de anteojos oscuros. Casi le da un infarto.
La teacher les pidió que saludaran como grupo. En mi escuela, cuando un adulto entraba al aula, TODOS teníamos que ponernos de pie de inmediato, decir buenos días y esperar a que nos autorizaran a sentarnos de nuevo. Obvio, sonríe pensando que iban a hacer lo mismo. Y lo hicieron, todos dejaron lo que estaban haciendo, me volvieron a ver, y a la vez dijeron “Graaaaacias” y siguieron en su concentración dispersa.
El saporro del grupo vio que llevaba unas gomitas en la mano y por supuesto metió la cuchara “Yo tengo de eso” y yo le respondí “Vos también tenés una tía Zuzú? No creo” El micro-saporro buscó entre las bolsas y se vino a enseñarme su bolsa de gomitas, pero fue interrumpido por Zéinazio, que, llegó primero, me quitó las gomitas, me dio un beso de despedida y se devolvió a su silla, sin decir media palabra.
Es un grupo pequeño. Yo me podría quedar con cualquiera de esos chiquitos. Hasta entendí porqué alguien querría estudiar preescolar y pasar todo el día cantando canciones, contando cuentos y limpiando mocos, atendiendo chicos que se caen, escuchando acusetas y consolando llorones.
Lo mío, definitivamente, son los perdedores, los que me recuerdan a mí, los que hacen el esfuerzo solitos y no disfrazan de propio la trasnochada o la rajonada de sus papás. Espero que los 3 puestos que visité hayan agradecido que paré a verlos a ellos y no a los más populares. También puede ser que lo recuerden como una experiencia tan terrible, que solo una señora muy alta les dio pelota.
Mi familia, que nunca va a nada, parece que van a ir todos a ver a mi sobrino. Costó tres generaciones, mucha violencia y mucho trauma entender que el apoyo es parte del cariño. No creo que eso ayude para su sentido de todomelomerezco, que a veces saca de quicio en él y en tantos niños de su generación. Es lo que los gringos llaman entitlement o el me, me, me epidemic , solo superada por ese hablado de español neutro de programas infantiles de cable. O lo que antes se le decía un reycito. El síndrome del mayor o hijo único, que se siente con derecho a toda la atención solo por haber nacido. En fin, decidí aprovechar el asunto y por Guasap mandé instrucciones para que paren en esos tres proyectos solitarios, que decidí adoptar académicamente.
Me puse a pensar cuál sería el proyecto que impulsaría yo para Piscuilo en una feria científica: granola casera. Ya tengo diseñado el poster, el display, las variantes y cómo prepararíamos cada pedido a gusto del solicitante con yogurt natural, miel y toppings diversos. Todo muy hippie. Evidentemente, jamás ganaremos premios.
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