Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Last days of summer

Me enfermé. La noche que llegamos no podía dejar de sonreír. Nos fuimos a caminar por las calles oscuras con sombras de los árboles y las casas que se ven como en las películas, hasta la calle principal del barrio. Encontramos un restaurante árabe que olía y sabía delicioso. Se me olvidó que soy intolerante a cualquier cosa de cabra.

En la noche, tenía un incendio en el estómago. Apenas amaneció, me fui mareada a una farmacia y me vomité en la calle, como los borrachos. Volví y me vomité en el apartamento Airbnb, con la congoja de que me escuchara alguien el anfitrión.

Una se debería sentir bien luego de que se vomita. Pues no. Aun así me fui a caminar y me insolé. Pasé la tarde cobijada, temblando de frío en un clima de verano hasta que algo me hizo click y me regresó la sangre al cuerpo.

Esa noche fuimos a cenar a un lugar delicioso donde casi no pude comer nada por temor a repetir el papelón. Traté de explicarle a los nuevos amigos qué me había pasado. El lo resumió perfecto “No hay forma digna de decir eso”

Vi la ciudad desde tantos lugares, desde tantos ángulos. Al otro lado del puente. Desde un parque elevado. Desde la azotea de un restaurante donde gringas borrachas trataban de hablar francés. Desde otro parque oscuro con playas pequeñas artificiales. Desde el parque donde se agolpaba la gente para salir huyendo el 11 de setiembre y de donde salen los tours a la Estatua de la libertad.

Me convencí de que, a pesar de los años, nunca tendré la plata para disfrutar esa ciudad como quisiera. Pero por suerte tiene opciones para casi todos los precios.

Me emocioné como una chiquita en el teatro, las tres veces que fuimos. La primera, se me paró el pelo y cerré los ojos para disfrutar esa sensorialidad enorme de un teatro de pie, la emoción, el sentir puro, primitivo. La segunda, vi estrellas de cine que no sé cómo se llaman pero que reconocería en cualquier parte como el que sale de malo en tal cosa, el mejor amigo de tal en tal peli. La obra era aburrida para mi gusto, pero tuve la sensación extraña de preguntarme si los estaba viendo de verdad, si eran personas reales, como yo, o si el escenario era una pantalla enorme. ¿Porqué siguen trabajando si tienen tanta plata? ¿Para qué asumir un compromiso de meses pudiendo hacer otras cosas? La tercera obra que vimos, me encantó, aunque no era un musical. Por las actuaciones, por los diálogos, por los simbolismos, por lo cercana, por los niveles de entendimiento, porque nos pone como esas cosas complejas y contradictorias que somos, sin disimulos.

Me cansé de caminar y caminar hasta que los pies eran una sola ampolla. El primer día me costaba acomodar el cuerpo para esas caminadas de 10 km bajo el sol guiándose por un mapa y por los recuerdos. Después supe que los nadadores padecemos de algo parecido a lo que le pasa a los astronautas, una especie de síndrome de ingravidez que le exige al músculo recordar cómo era que se caminaba, que todo te pesa 3 veces más que siempre.

Vimos museos, pinturas, huesos, ardillas, dioramas, ropa y libros muy antiguos, tiendas muy caras,  árboles, ratas. Fuimos a casi todos los lugares turísticos. Me sorprendió lo tétrico del edifico Dakota, donde vivía Lenon y lo pequeño del homenaje que hay para él en Central Park, ese día sin una sola flor ni una sola vela.  Me quedó en la retina esa atardecer rosado caminando por ese parque enorme y luego la neblina. La mujer alta y gruesa de Botero en un mall de una esquina. La imagen del tren que va en la dirección contraria al mío y me hace sentir suspendida en el tiempo y en el espacio.

Me quejé de los muchos turistas argentinos que nos encontramos. Estábamos rodeados de ese acento porteño y las mismas mañas molestas de los turistas chinos, de hablar a gritos, tomarle foto a todo, atravesarse en las filas y no respetar ningún tipo de orden o mandamiento social.

No sentí nada en el lugar donde estuvieron las torres. Tal vez mi bruja interior estaba cansada y solo quería una sombra donde revisar Twitter. Me confunde ver gente tomándose selfies sonrientes en un lugar que debería ser de reflexión solemne. Por alguna razón me molesta que se comporten como si eso fuera un parque. Tal vez es que solo le importa a esa gente que llega solita a buscar uno de los nombres grabados en las orillas de esas fuentes enormes y pega con cinta scotch una rosa de tela blanca.

Me gustan las tiendas de cosas curiosas. Me gusta ver los barrios y los mercados. Me gusta que me decepcionen esas cosas que todo el mundo me dice que son deliciosas y que no puedo perdérmelas y que cuando me las como, no me despegan de la superficie. Me gustan las tiendas de los museos, que venden de lo mismo que Amazon, pero si les compro a ellos al menos estoy apoyando la causa de la cultura. Me gusta pasar dos horas viendo pinturas y montajes y exposiciones de cosas distintas mientras me debato si ponerme generosa y regalarme esa cosa curiosa que vi en la tienda antes de entrar.

Me rebelé y por primera vez en muchos años no trabajé la mitad del día, no interrumpí las actividades para salir corriendo a revisar el correo, no dejé de hacer cosas por redactar un contrato. Le contestaba al cliente que con mucho gusto apenas regresara. Y aunque me vomité y comí poco y caminé mucho y me dolía el cuerpo, de verdad que no miento si digo que fueron mis primeras vacaciones en mucho tiempo.

Extrañé ver a los negros en Brooklyn, sustituidos por esas familias de revista rubias, de dos hijos, ambos en coche, y un perro. El uno por ciento del uno por ciento, que vive en casas de un millón de dólares o más, rodeados de opciones veganas, artesanales, libres de gluten y que le roban a NYC esa identidad de su acento.

Te busqué en cada niño pequeño. Les buscaba la carita y la sonrisa y me preguntaba si me parecía bonito. Deben ser las hormonas que no tengo, pero he empezado a encontrar belleza en cada uno de los chiquitos que observo y que paso por el quiz de si me gustaría que vos fueras un niño como esos. Cada vez estás más presente en los sueños. Cada vez me convenzo más de que ya estás vivo, tal vez no esperando porque no sabés que venimos. Fuiste con nosotros. Te trajimos cosas. Hice listas de otras para el futuro.  Y tenés que saberlo:  estamos en camino. Quisiera creer que muy pronto llegará la fecha de conocernos.

2 gotas de lluvia en “Last days of summer”

  1. Gabriela dice:

    Yo sí sentí algo indescriptible cuando fui a donde estaban las Torres. Debe ser que has estado ahí ahora que otras cosas llenan el espacio. Cuando yo fui hace 12 años, era realmente un enorme cero. Vacío total.
    Debo sonarte a bicho raro, pero los musicales nunca me han gustado y probablemente nunca me gusten.
    😀

  2. Luz dice:

    Alguien muy cercano estuvo allí, en la Zona Cero, cuando no había nada allí. A pesar de no ser una persona creyente ni espiritual, me decía que sintió una sensación terrible de vacío, de tragedia, de ausencia. Era, me dijo, como si oyera los gritos y el dolor de aquel día. Le resultó turbador estar allí.

Y vos, ¿qué pensás?