Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Sueño con serpientes

Hay un sueño recurrente que tengo desde adolescente, desde la primera vez que me di cuenta que esa ansiedad y esa angustia, esas mariposas en el estómago, esas ganas de estar siempre con alguien o en permanente contacto, y esos celos asesinos eran, más o menos, lo que la gente llamaba estar enamorado. Claro que mi versión era la más gruesa: esa donde solo una de las partes se enamora perdidamente y la otra, o la ignora o la tolera o se aprovecha o simplemente le dice a la parte enamorada que se calme porque nada que ver y le deja de hablar y le huye como si tuviera la peste. Sí, muy maduro y civilizado todo.

Lo voy a decir de una vez para quitarlo del camino: es un sueño sexual, a veces húmedo a veces no, pero de contenido definitivamente adulto. Conforme me hago más vieja y menos cosas me escandalizan, más claro es lo que ocurre en el sueño. Más intenso.

Siempre son variantes del mismo guión. La trama, idéntica: Hay un hombre mayor que yo, casado, alto, grueso, de pelo oscuro, muy varonil y muy macho, un alfa completo, con una corriente de violencia por detrás de cada movimiento, de cada frase.

Yo lo veo desde lejos y por dentro me alegro como una chiquita. Porque si bien él no me nota al inicio, yo sé que es cosa de tiempo para que me llame para que vaya con él. Entonces sueño que espero pacientemente y observo con una sonrisa como se reúne, cómo da órdenes, cómo resuelve, cómo se ríe con los demás y mientras tanto, yo en la esquina del sueño.

No pocas veces se emborracha mientras yo espero. Y esta, que le duele hasta las lágrimas ver a un ser querido tomar guaro, esta que se levanta de una mesa y se va, antes que soportar a un borracho, sabe que es parte del todo y no le importa.

Entonces me nota. Me llama. Me hace una seña. Viene hacia mí. Y sin decirle nada a nadie más y mientras sigue con sus cosas, me sienta en sus regazos o me da muchos besos o me acaricia como a nadie o se recuesta en mis regazos. Y a mí, que soy tan cerrada de mis cosas con los demás, que me estorba la gente que ve y que habla y que comenta, no me importa. Me dejo. Me dejo y estoy feliz y agradecida porque ya lo esperaba y llevo tanto, mucho tiempo esperando, desde el último sueño.

No me importa – en el sueño- lo que digan los demás, las miradas de reprobación, que sea un lugar público. No me importa recoger migajas del piso. No me importa todo lo que vi antes o todo lo que esto implica, a lo que me expone, a lo que me arriesga. Me importa solo que me quiera un poquito. En el sueño, como en la vida, soy una arrastrada. Pero en el sueño ni siquiera lo tengo ni lo quiero disimular.

A veces en el sueño es el Patán. Es y no es porque no se ve cómo él. A veces es un amor imposible de hace muchos años. A veces es alguien que no conozco pero que sé que es él, la misma presencia, la misma fuerza. Es todos los amores, todos los deseos, vivos a la misma vez.

Porque sé que no es amor, por lo menos del lado de él. Sé que es algo más fuerte que yo, sumamente intenso, una fuerza desgarrada, una sensación que hace asentir con los ojos cerrados cuando escucho en mi memoria a Neruda: “Te amo como se aman ciertas cosas oscuras”

Es el drama, la tragedia, el dolor y el placer, un sadomasoquismo perverso. Y yo no soy yo. Soy lo que él quiere que sea. No le replico, no me niego, no tengo ni dignidad ni respeto.  No me enojo, no pregunto. Solo me alegro. Me alegro mucho, como una chiquita. Tal vez como la chiquita que era cuando esperaba a que Alejandro volviera todos los días de la oficina y un día no llegó más.

Me asusta y me gusta a la vez. Sé que es un agresor y que me puede hacer daño, pero no me escoge de víctima. Es oscuro y primitivo. Supera la razón. No tiene que ver con nada racional y mucho con la parte animal de cada mamífero.  Y es a mí a la que quiere. A mí. Solo a mí.

No me engaño. Sé que es un profundo simbolismo y al tratar de explicarlo siento que pierde un poco de su magia y de su atractivo. No debí tratar de analizarlo, porque aunque sé que es algo simbólico, desde la profundidades de la inconciencia, también es cierto que a veces añoro esos sueños, sobre todo cuando pasan los días y no los tengo. Y cuando regresa, soy Jacques Brel rogándole que no me deje, suplicándole que no me deje, prometiéndole que voy a hacer lo que me pida, que no me importa, que le creo, le creo, le creo. Le quiero creer.

Hay cosas que me lo recuerdan porque las siento igual, muy profundas, muy adentro. Ese poema de Neruda. Una canción de Sandro. Y esta de Michael Sardou, que no conocía y el día que la escuché supe, de inmediato, que él también tenía la misma sensación, el mismo sueño: Hasta hacer palidecer a todos los Marqués de Sade…

 

 

 

 

 

2 gotas de lluvia en “Sueño con serpientes”

  1. Gabriela dice:

    Tampoco me perderé en el simbolismo de este sueño tan significativo, pero sí quiero comentar sobre la canción de Michael Sardou. La oí por primera vez viendo la película La familia Belier, y me desgarró su letra. Tanto como Ne me quittes pas de Brel.
    En esa misma película hay otra canción que me emocionó mucho más, y que para entender por qué hay que ver la película- Es la canción Je vole (Vuelo). Mira tú, dónde vengo a encontrar otra persona que se emocionó hasta las lágrimas con Je vais t’aimer. Si tienes la oportunidad, no te pierdas La familia Belier.

  2. solentiname dice:

    Gaby, justo ahí fue donde la escuché. Aunque no hablo francés, ya me la aprendí de memoria. Y sí, Je Vole es muy dulce, pero me quedo con mis trágicos intensos.

Y vos, ¿qué pensás?