Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

La rabia que me dejó vacía

desde la isla de

Choqué . Choqué y fue un vergazo. Creo que el choque más fuerte que he tenido y por primera vez en mi vida, no fue mi culpa.

Venía hacia Escazú, bajando por la 27. De repente aparecieron conos de esos que pone la carretera para cerrar un carril, justo después de una curva y sin antelación suficiente. El carro de adelante paró en seco. Yo logré frenar sin golpearlo, pero el carro que venía detrás de mí no. Me dio con todo y se quedó sin trompa. Empujó mi carro y golpeamos al de al frente.

Viví el choque con mucha cólera. Muchísima. Llevaba tanto tiempo sin chocar… y además mi carro. Es mi primer carro nuevo, comprado al contado, sin préstamo. Me gusta mucho el color medianoche azul de mi carro, ahora destrozado por un choque.

Me puse a llorar de cólera y de miedo. De miedo porque conozco un caso donde golpearon por detrás y la conductora quedó con un daño cervical que le hizo perder un 33% de la capacidad física. Me dolía y me duele mucho el cuello.

No entraba el celular ni los mensajes, justo en ese lugar. La gente de Globalvía insistía en llamar a la ambulancia y yo en que no quería nada de ellos. Uno me dijo que por favor reclamara, que ellos todos los días le decían a los patronos que no estaban avisando con antelación de 300 m en la carretera que se cerraba un carril. Me dijo que yo tenía razón, que la carretera tenía la culpa.

Llegaron metiches, zopilotes de grúas, ofertas de talleres autorizados, Marcelo.

Se hizo una presa de mierda. Hacía un calor de mierda. No tenía nada que hacer sin señal mientras llegaba el tráfico y el INS. Cuando finalmente llegaron, me quedé de última porque la señora de adelante tenía a su hijo enfermo y el de atrás, porque se lo llevó la grúa.

Mientras daba la declaración al INS, se acercó otro funcionario de Globalvías:

Mae, apúrese, no ve el problema que me está haciendo? –señalando a la presa. Para ese momento ya nos habíamos orillado.

Me emputé de nuevo:

– Me VALE UN CULO SU PROBLEMA.

¿Cómo me dijo, señora?

– QUE ME VALE UN CULO SU PROBLEMA. SI SUFRI ESTE ACCIDENTE ES POR CULPA DE USTEDES. VEAME A LA CARA CUANDO LE HABLO (y cuando se volvió) Y LARGUESE, RETÍRESE YA DE AQUÍ PORQUE MI DECLARACION ES UN TRAMITE PRIVADO. RETIRESE O LLAMO A LA POLICIA

El muchacho del INS se quedó frío. Le pedí disculpas muy digna y seguí en lo que estaba. Marcelo ni se inmutó. Ya me conoce.

Y luego más confusión y desastre y enredo. Ir por una placa. Las inyecciones de relajantes musculares en un cuerpo tan contraído que me dolía hasta que me pasaran el algodón. Cancelar reuniones de un día ocupadísimo. Cancelar la terapia física de ese día, luego tratar de recuperarla pero ya era tarde. No poder hacer nada porque me dolía todo.

Al día siguiente, ir al médico para que me revisara y me dijera que todo estaba bien. El doctor, un amor. Uno de esos maes que si no hubiera andado tan puteada, me hubiera quedado a admirarlo por lo encantador. No particularmente guapo, pero con una comunicación única: a charmer.

Luego a terapia física. Meterme psicotrópicos para dormir y relajar pero aun así despertarme a las 4 de la mañana como si tuviera insomnio. No logro leer ni concentrarme y paso todo el día dormida, bostezando, adolorida, cansada.

A Globalvías les voy a escribir y no se imaginan lo que les espera. A mí el abogado me sale gratis. Pienso denunciarlos con el Concejo Nacional de Concesiones, denunciarlos ante la Contraloría General y además, copiar a la Fiscalía para que los indaguen por creación de un delito de peligro. Soy la versión yuyo de un tonto con iniciativa, a lo que hay que agregarle un título en derecho.

Andar con mi carro chocado por todas partes, que siento como andar con una camisa rota. Veo la puerta de atrás que no abre con mi calcamonía de Misha. Oigo cálculos de lo que costará el arreglo y me pregunto quién me va a querer comprar un carro chocado. Me pregunto si lograrán dejarlo idéntico y bonito. Por ratos siento que ya no lo quiero. Que lo rechazo.

Perderme las clases de natación- otra vez. Despedirme de las últimas dos semanas de nadar con cargas. Dolor en la oficina al escribir en la compu y la desconsideración de todo el mundo que pretende que se siga como si nada aunque casi me mato. Una reunión. Otra, que no te pongás así, que es solo media hora. Otra más, tampoco planeada. 15 minutos para comer y salir corriendo a mi terapia regular, esta vez del pecho.

Ir a hacer fila al Juzgado, declarar, sacar copias certificadas. Atender la llamada de la señora del primer carro y decirle que no me importa que ella trabaje en el poder judicial y mucho menos lo que dicen sus compañeritos del Juzgado de Tránsito, que no pienso echarme la culpa. Interrumpirla cuando insiste y decirle que no hable conmigo, que hable con el agente si quiere discutir términos. Recordarle que yo fui la que quedó en el medio, el sanguche, la más golpeada. Mandarla a que llame al que nos pegó a las dos para que se entretenga presionándola.

Encontrar un taller decente. Tratar de entender cómo funciona el seguro. Ir a dejar el carro a La Uruca. Pelearme con las brutas del taller, porque una me decía que lo hiciera así y la otra asá. Caminar al sol cargada de chunches buscando un taxi donde no quepo y me golpeo la cabeza. Gestionar a ver quién me presta un carro.

Las opiniones contradictorias de los terapistas físicos sobre cuándo volver a nadar. El dolor fuertísimo en mi brazo lesionado y en el pecho. Pensar si se me habrían reventado los implantes. Pensar si se habrían desgarrado. Mi amigo el Dr. M diciéndome que no hay ortopedistas realmente buenos. Un ultrasonido de hombro y que me confirmen una bursitis vieja.

El dolor, el dolor.

Y la cólera. La cólera.

Sí, no me pasó nada aparte del susto y el dolor que no se me ha quitado y lo material se repara y podría ser peor. Yo sé. Y más cólera me da que no pueda ni siquiera controlar la furia.

Algo pasó anoche y la rabia se fue. Creo que había sido tanta, que me dejó agotada y vacía. Anoche dormí mejor, más horas y sin drogas.

Hoy he andado todo el día, de punta a punta, en el patín de Marce, donde más que montarme, me lo pongo, como un chalequito. Las rodillas me llegan a los cachetes. No le funciona el aire acondicionado, así que tengo la ropa de trabajo empapada y huelo a estibador de puerto en un día ocupado de verano. O recibo brisa hirviendo o abro las dos ventanas. Ando con una cola en la coronilla de la cabeza, como cuando era chiquita, una palmera enorme, para que el pelo largo no me estorbe ni me caliente más. El quickpass no funciona aunque lo pongo con la mano en el parabrisas. No sé operarle el radio. Una pulgui de Fuser, refugiada en el patín de Marce, me pica una pierna. Se me queda sin batería el celular. El pito no funciona. Es una enseñanza y una prueba de paciencia.

 


Gotitas de lluvia

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