Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Cosas que dice mi profe

desde la isla de

Pidamos perdón por la tibieza, por todas las veces que la cobardía, lo acomodado, o el miedo no nos permite denuncia lo que es injusto. Por esa tibieza. Pidamos por las fuerzas que vemos que necesitan los que nos rodean.

Tenemos que aprender a saber perder. Saber perder para ganar una vida, saber perder para que otros brillen, saber perder para aprender a ser humildes y ser compasivos.

Ser un ganador en esta sociedad está sobrevalorado y deshumaniza a la gente en su obsesión de ser siempre un ganador. Nada los preparar para perder y todos los medios y los estímulos están dirigidos a ganar. Y no todo en la vida será ganar. Muchas veces tocará traer malas noticias, dar malas noticias, anunciar tragedias.

Es importante que los más jóvenes, para no perder las cosas en las que creen, nunca se sientan solos ni abandonados, que sepan que siempre hay algo más grande que los acompaña como lo hace un papá. Que nunca se sientan solos entre los iguales, que busquen otros iguales como ellos, con los que compartan sueños. Que quieran cambiar el mundo, pero de corazón, que nunca dejen de querer hacerlo, entendiendo a la vez que somos parte de una sociedad y que esa sociedad es más grande que nosotros. Que sean comunidad, que luchen por mantener ese sentido de comunidad tan inherente a los seres humanos.

El 1 de setiembre se conmemoraron 75 años del aniversario de la invasión de Alemania a Polonia y el inicio de la guerra más cruenta que ha conocido el mundo. Si algo demuestra la segunda guerra mundial es el fracaso de la democracia y de lo que es capaz de hacer un hombre en el poder y un pueblo cegado por la alienación ideológica. Un periodo tristísimo no solo por los millones de vidas que se perdieron, sino por lo cortísimos que se quedaron los líderes políticos de ese momento.

Las guerras, las tragedias, la violencia, solo anuncian tragedias peores. Por eso ahora vemos un mundo que volvió a cortar cabezas, que secuestra niñas para venderlas como esclavas, donde se vende el agua y hasta se está acabando y no son metáforas.

Por eso no podemos quedarnos pasivos ante el aniversario de la segunda guerra mundial o de la Gran Guerra, que este año cumple 100 años.

Todos sabemos, sobre todo las familias, que cuando se llega a cierto nivel de desunión entre dos personas que se quieren,  ya es muy difícil unir lo que se separó. Por eso es mejor empezar por las decenas de cosas que tenemos en común que por las dos o tres que más nos separan y más conflicto, para ir por lo menos avanzando en algo.

Cuando se habla de llevar una cruz, no es un sacrificio ni un dolor. Es hacer lo correcto, aunque a veces hacer lo correcto no sea lo más popular ni lo más bonito. Todos llevamos encima esa obligación de hacer lo correcto.

Hay un diagnóstico sobre la situación del país e independientemente de lo anecdótico, hay que tomar lo que sirva, ayudando más y criticando menos. Es cierto que el diagnóstico habla de cosas anecdóticas como la desaparición de 117 carros, que al oír esa denuncia da la sensación subjetiva que alguien nos cuida. Ojalá sea cierto.

La corrupción es un doble castigo y un doble insulto, porque se burla de mi trabajo y del aporte que hacemos a la sociedad cuando otro se lo lleva y queda impune.

Los problemas de las personas, de los gobiernos, siguen siendo los mismos. Lo que cambia es la gente.

Mucha gente creía que la cruz, el madero, era la señal más clara de la derrota, que todo terminaba ahí, sin imaginarse que más bien ahí empezaba la vida.

La herida, todo lo que sale de la herida del cuerpo de Jesús, agua para una nueva vida, como el agua que salió de la herida del cuerpo de Jesús.

Mi profe habla así porque ahora es cura. Cuando era mi profe era del estado seglar. Por eso, y porque me atreví a pedirle que rezara por mí, que no quería curarme, que quería fuerza para enfrentar lo que viniera cuando aun no tenía certeza que era cáncer, fui. Por eso y porque me dijo que estaba oficiando la misa todos los días por mi salud y yo me reí. Me interrumpió y me dijo con un dedo levantado “No te riás. Funciona”. Porque me dijo que tomara mis decisiones desde ese lugar donde sentí la fuerza vital que me decía que no me quería morir en este momento y eso hice y no me arrepiento. Fui sobre todo por agradecimiento y por primera vez en casi treinta años me persigné y sentí el brazo resentido y herrumbrado pero con la memoria muscular del movimiento. Y por primera vez, me hinqué, sin desafío, sin rabia. Esa cadena se quebró y la quebré yo al bajar los brazos y dejar de estar peleando. O la solté y la dejé caer al piso. Ya no me pesa.

No me atropelló Dios. Para nada. Será que empiezo a entender mejor en lo que creo y en lo que no y cómo. Ya no necesito estarlo peleando.

Es mi profe y no París el que bien vale una misa.


Gotitas de lluvia

2 respuestas a “Cosas que dice mi profe”

  1. Bien valen más que una misa las personas que se detienen a reflexionar, como lo has hecho tú ahora. Ojalá pronto el mundo deje de contar cabezas y pase más bien a contar risas de niños que corren y juegan sin miedos a ruidos terribles que no traen nada bueno.

  2. […] un cura  que dice que, a veces, hay que perder una vida para salvar otra. Que perder no es una derrota. El […]

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