Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Apuntes del 48

desde la isla de

Todo, en estos días, es política. Todo. Cada programa en la radio, un análisis. Cada número, una encuesta. Cada opinión, un voto. En medio de ese mare magnum, el otro día, brincando de estación en estación escuché a un funcionario del TSE decir una frase que he escuchado siempre, pero en la que nunca me había fijado. “La última vez que hubo fraude electoral en Costa Rica fue en 1948” . A la vez, en otro programa, Tino Urcuyo explicaba que él, de la mano de observadores internacionales, había aprendido la diferencia entre irregularidades electorales y fraude.

Las irregularidades, aclaró, suceden en todas partes y son, esencialmente, chambonadas. El miembro de mesa que tacha al votante que no es del padrón, la papeleta que no lleva todas las firmas, el voto que se anula por descuido, el votante que firma donde no le toca. No explicó, eso sí, en qué consiste o cómo se hace el fraude.

Y me quedé pensando ¿hubo fraude? ¿Cómo saben que hubo fraude? ¿Hay pruebas en el Archivo Nacional de eso? Alguna gente dice que sí. Otra, que esa evidencia se destruyó hace tiempo.

Y me fui más allá: Mi abuelo Lalo, de El Tejar, adoraba al Doctor Calderón Guardia y siempre me habló maravillas de él, del seguro social y de su pensión. Nunca me habló de la guerra del 48. Nunca. A pesar de que hace unos dos años me enteré que su cuñado, Hugo, hermano menor y adoración de Nena, mi abuela materna, sí se alzó en armas. Mimí, mi abuela adorada, tampoco me dijo nunca mayor cosa, salvo anécdotas donde ella era la protagonista principal que hacían ver la guerra como un fiestón de todo el barrio. Y yo además quería saber de las historias personales, los porqués de la gente que no era nadie y era gente.

Pregunté a amigos y conocidos, más o menos cogeneracionales y el resultado era el mismo. El conocimiento de todos, combinado, se resume a: El doctor era presidente, trató de perpetuarse en el poder y José Figueres nos salvó a todos. Simplista, ridículo y ante todo, falso. Se ubica el año, pero nadie sabe la fecha en que inició, la toma de Pérez Zeledón, la batalla de El Tejar o la entrada en San José. Cuántos frentes hubo. Cuando se declaró la victoria del Ejército de Liberación Nacional. Cuánto duró-

“Votaron los muertos” dijeron unos ¿Y qué? Los muertos siguen en el padrón y en una de esas irregularidades no fraudulentas, siguen votando “Compraban votos” dijeron otros ¿En serio? Obvio, eso sigue más o menos ocurriendo.  “Votaban los extranjeros” Siguen votando, porque en los países racistas, como el nuestro, uno, aunque se nacionalice, sigue siendo ajeno. “Faltaron papeletas”. Siguen faltando. Siempre se pierde un pocote pero usualmente por malas cuentas.  “Había mucho perseguido político” “Mi mamá se acuerda de estar ella chiquita y llevar armas en una burra” “Mis abuelos fueron perseguidos” ¿Por quién? ¿Qué hacían que eran enemigos del Estado? ¿Dónde está la lista de fusilados y desaparecidos? Solo cabos sueltos.

¿Hubo o no hubo fraude? ¿Dónde están las pruebas? ¿Por qué no se habla de eso? ¿Se alzó Pepe Figueres a defender la justicia y a los pata peladas o se alzó por malcriado? ¿Quién puede decirme eso? ¿Estaría yo al borde del precipicio negacionista de uno de los fundamentos de la segunda república? Pues parece que no y que historiadores serios ya habían desconfiado de la existencia del famoso fraude que sustenta el discurso actual.

Salí a buscar libros del tema. No encontré ninguno, ni siquiera en las librerías más cercanas a la UCR. En Nueva Década, el dueño, divertido de mis intentos, quiso saber porqué había asumido esa quijotada. Le expliqué con calma. Se puso un poco triste: “Esos libros están agotados hace tiempo. A nadie le interesa el tema” Esto viniendo del hombre que me explicó con paciencia todo lo que pasó en Chile, que me enseñó las marcas de la tortura, que me dio dos principios de vida: “Tu trabajo no se regala” y “La izquierda con toda su ilusión y esperanza, pero la derecha con toda la eficiencia”

A él le expliqué lo que creí estar entendiendo al final de ese día de preguntas sin respuesta: Yo sé más de la segunda guerra mundial, que de la revolución que cambió la vida de mi familia y por ende la mía. Sé más nombres, más eventos, más detalles. Un alemán promedio, de mi edad, sabe más de la guerra de ellos que yo de la mía. Yo, personalmente, sé mucho más del golpe en Chile en el 73 que de lo que ocurrió en la ciudad donde he vivido toda mi vida.

No hay, en mi país, un monumento a los caídos, salvo a los del Codo del Diablo y en un Cementerio. No hay un proyecto – que yo conozca, al menos- de grabar el testimonio de los ex combatientes, que ya se van muriendo. No reciben el trato de héroes de la patria que merecen. Nadie los toma en cuenta para nada. No sé si hubo juicios para los criminales de guerra o murieron en olor de santidad rodeados de la plata que les generó sus contrabandos y negocios.

En menos de 70 años, en dos generaciones, se impuso el silencio. El mismo de los hijos de los soldados alemanes que nunca le preguntaron a sus padres qué hicieron, demasiado ocupados en las exigencias de mantenerse vivos y reinventarse. Fue hasta que llegaron los nietos que se empezó a romper el silencio. Logramos meter al cuarto de los chunches el evento que afectó a un 4% de la población de la época y que provocó 3 mil muertos. ¿Alguna vez alguien pidió perdón por los excesos?

En Costa Rica no. Los nietos perpetuamos el silencio a fuerza del olvido y la sacralización de un hombre que admiro pero no por eso considero perfecto. Al hombre que le agradezco que, teniendo la oportunidad para quedarse en el poder, lo entregó (cuando le dio la gana, sí, pero ¡vamos!) y además hizo reformas y mantuvo las reformas previas que sentaron las bases de la movilidad social de la que se benefició mi familia y muchas otras. De lo contrario, en el libro de la historia de mi vida, yo estaría lavando ajeno, palmeando tortillas y poniendo a uno de mis muchos hijos a venderlas en una esquina.

Quisiera saber si ese silencio es intencional o producto de querer proteger a las generaciones que vinieron después de los horrores de una guerra, sobre todo de la vergüenza de los actos propios en una situación de esas. Si ese silencio es el responsable de que toda mi generación sienta un temor y una incomodidad casi genética a las cosas militares. O todo es una conspiración enorme, dirigida a que nadie sepa, examine, cuestione o pregunte. Sin acceso a libros, estudios o recuerdo. Todo dirigido a convertirnos en lo que somos: un pueblo sin memoria.

Y, al final, mi liberacionismo. Mi admiración adolescente, infantil y por años incuestionable por un hombre que fue eso: un hombre, con virtudes y con defectos; implantada con la versión oficial desde los ya lejanos años de los estudios sociales del colegio.

Aquí, las vivencias de mi familia, de ambos lados


Gotitas de lluvia

4 respuestas a “Apuntes del 48”

  1. ¡Saludos!

    Sobre el 48 hay muchos silencios. Se han hecho muchas investigaciones, pero es poco lo que se nos cuenta, no hay un movimiento fuerte de memoria histórica.

    Leyendo tu entrada me acordé de este artículo: http://www.revistapaquidermo.com/archives/9355. Es la presentación de un libro, “Memoria Descartada y Sufrimiento Invisibilizado”, sobre la violencia en esa época y el silencio de las víctimas que fueron a dar al Hospital Psiquiátrico. El autor del libro es Manuel Solís Avendaño. Él también escribió sobre cómo la violencia del 48 construyó nuestra política desde entonces, “La institucionalidad ajena”.

    Creo que podrían interesarte y los venden en la Librería UCR en San Pedro. Yo no los he leido completo y pueden ser pesados de leer, pero te podrían dar pistas para lo que querés.

    Espero te sirva, realmente hay que traer estos temas a nuestras conversaciones diarias.

    David

  2. Hola David. Ese libro me lo recomendaron el día que empecé a preguntarme al respecto y es de los pocos que conseguí. Tengo otro de Oscar Aguilar Bulgarelli y dos de la colección de los de Guillermo Vargas Hoffmaister. Entre más leo, más ganas tengo de conocer las historias personales de la gente común. Me hubiera encantado preguntarle a mi abuelo, de apellido Quirós, ya con el paso de los años y viéndolo hacia atrás, cómo lo vivió y que aprendió de eso.

  3. […] Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. « Apuntes del 48 […]

  4. […] que, por cierto, este sistema educativo de ha encargado de erradicar del inconsciente colectivo, al igual que todo lo del 48. Tá bien. La gente concha, sin cholle,  se aburre en los museos. Podría ser un Parque […]

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