Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Sole vs la muerte

desde la isla de

Los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos …

Estaba en medio de una llamada cuando leí la noticia. La esperábamos hace tiempo. Lo que yo no esperaba era que me fallara la voz, que perdiera de repente la memoria, que me temblaran las manos, que se me trabara el proceso de sentimiento. Quise irme de una vez de la oficina y cogí mis cosas y me fui, sin explicarle a nadie que de por sí tampoco iban a entender qué lloraba. Cuando llegué al parqueo, me encontré a uno de ellos. Me dijo “¿Viste que finalmente se murió Chavez?” y se reía. Ni siquiera paré a asuntarlo.

Son 45 minutos de allá para acá, por las presas. Siempre paso por el Cementerio Obrero, ahí, donde está enterrada Mimí, mi hermanito que vivió apenas unas horas, Alejandro. Ese día, justo ese día, un funeral iba ingresando en el cementerio. Un grupito pequeño, todos de negro, y el ataúd del muerto. Algunos genuinamente tristes.

Me puse a pensar en que tal vez, tal vez, me tendrían que haber llevado al funeral de Alejandro. Verlo dormido en una caja, tocarlo y sentirlo frío. Que me dijeran que no lo volvería a ver nunca y no esto que pasó que se desvaneció de repente de mi vida de casi cuatro años. No recuerdo la última vez que le dije adiós, no recuerdo la última vez que le pedí llorando que se quedara conmigo. No recuerdo la última vez que lo vi. No recuerdo la última vez que me dio un beso. Y entiendo esa oración que se escuchaba en una película brasileña. En una estación de radio ecologista, en medio de la selva, todos los días empezaban con la misma oración. Una de sus frases me quedó tatuada: “Líbranos de las muertes repentinas de personas cercanas.” Sí, Líbranos. Porque si no, nos quedamos aquí encadenados.

Hugo ni siquiera me caía bien. Me chocaba su histrionismo que veía como forzado. Su forma de hablar tan corriente. Lo bocón. Lo exagerado. Su narcicismo. Lo payaso. Nunca quise ir a Caracas, pero mis amigos sí fueron, lo vieron, hablaron con él, les firmó una bandera, fueron de público a Aló Presidente. Yo estaba en Cuba cuando llegó y le descubrieron el cáncer.

Fidel le dijo durante el golpe, que él no era Allende. Fidel lo obligó a hacerse chequeos médicos. Desde diciembre, todos estos días, Fidel, que ya es un viejito de 86 años, estuvo al lado de él todo el día en el hospital, tomándolo de la mano. Repitiéndole “Chavez, tú no te mueres hoy”. Y se murió de todos modos. ¿Cómo se sentirá Fidel, que lo veía como un hijo? Fidel, que ha visto morir a tanta gente, a tantos amigos, que vio morir al Che. ¿Quién lo consolaría, quién lo abrazaría, quién lo acompañaría a llorar? “Me consuela- dijo al fin el Comandante- que lo que Chavez hizo no será olvidado por muchas generaciones. Venezuela no será jamás lo mismo”

Me conmueve profundamente, a pesar de mi rechazo personal, todo lo que hizo por los pobres. Sí, eso que sus enemigos llaman populismo. Volteó la tortilla con educación, con salud, con vivienda, con trabajo. Sus misiones atendieron a millones, no de venezolanos, de latinoamericanos. Dicen que se malgastó el petróleo. Tal vez, pero lo puso al servicio de los que más necesitaban y no se dedicó a embolsárselo. Y no tenía porqué. Podía haber sido un caudillo como cualquier otro. Quienes lo critican se olvidan de cómo era Venezuela hace 15 años. Por él, Venezuela hoy es un país libre de analfabetismo, con un cambio radical en la pobreza extrema, le cedió el puesto de país con mayor desigualdad de América a Chile y cambió la vida de millones. Asistencialista, sí, pero hizo por los pobres de su país y de América más de lo que ha hecho antes cualquier presidente.  Uno podría no creerle a él y a sus ministros, pero quienes lo odian, cuestionan hasta los datos y declaraciones de organismos internacionales especializados. Me pregunto de qué servirá el derecho a la libertad de expresión cuando tu hijo tiene hambre o está enfermo y no hay médico. Cuando tu casa es un poco de latas y madera vieja. Ese derecho de libre expresión que tiene precio, porque hay que pagar por salir en los medios. En un país como el nuestro, solo 300 personas tienen acceso a decir algo en los medios. En un país como el nuestro, decir que voy a ir al Ministerio de Trabajo a preguntar algo, un reclamo, una sugerencia de sindicato, es motivo de despido inmediato. Prefiero estar libre de hambre y de ignorancia. Sana. Trabajando.

Yo sé que un Chavez en Costa Rica implicaría mi exilio y probablemente mi resentimiento y mi odio.  Yo sería ese profesional atendiendo en la puerta de un restaurante en Miami, como dice Capriles. No puedo yo, no me alcanza para desear un mundo mejor aunque me cueste caro. Aun me queda egoísmo. Una viejita haciendo cola para verlo un segundo en la Academia Militar, le advirtió a una cámara y a un reportero “Los ricos de este país deberían estar agradecidos con Chavez, que si no hubiera sido por él, los pobres nos hubiéramos levantado, hartos de tanto abuso y estarían todos muertos”

Empezaron a llegar desencajados, llorosos, profundamente tristes; en menos de 20 horas, presidentes de todas partes del mundo y de América. 60 delegaciones internacionales de los 98 países con los que Venezuela tiene relaciones diplomáticas. Cristina, que hacía unos meses recién lo había recibido en la Casa Rosada, cuando él fue el primero en llegar cuando murió Néstor y ella dejó por un segundo la posición de viuda heroica y se echó a llorar entre los brazos que él le abrió. Cristina, que vio morir a su compañero de vida. Que vio morir y desaparecer a sus compañeros de universidad, sabiendo que los torturaban antes de darlos por muertos. Dilma, muy afectada, diciendo que América perdía un líder enamorado de su país y comprometido con el desarrollo de América. Dilma, que dejando apenas la adolescencia creyó en un movimiento armado. Dilma, que la detuvieron y estuvo presa casi tres años. Presa y torturada, todos los días, siendo apenas una chiquilla. Y Pepe Mujica. Pepe que también lloraba, con anteojos oscuros “Es el gobernante más solidario que yo recuerdo de la historia de América Latina”. Pepe que estuvo trece años en confinamiento solitario, como los demás Tupamaros. Pepe, que vio al Bebe Sendic con un balazo en la cara. Pepe, también torturado. Evo en su español quebrado “Estamos destrozados”, dando la noticia triste y enviando fortaleza desde los Andes,  Cristina, Pepe, Dilma, Correa, Evo, Lugo, Lula, Santos. Todos. Todos con la capacidad de emocionarse intacta. Ellos, que han visto tanta muerte y sin embargo no son inmunes al sentimiento. Eso que no puede fingirse. Como la fuerza y la necedad de hacer 12 horas de fila para despedirse, con un beso, un saludo militar, un puño en alto. Un pueblo.

Lo peor es llorarlo en silencio, a escondidas, disimulando lágrimas. No tener derecho al duelo. Escuchar las groserías de sus enemigos, de los pachucos que se creen graciosos con sus comentarios de ignorancia. Llorarlo como se llora por un amor clandestino frente a la pareja cotidiana.  Un luto personal, propio, escondido. Llorarte mientras manejo. Llorarte cuando te recuerdo. Llorarte en un lugar seguro. Llorarte por partes y dar excusas tontas cuando alguien pregunta porqué estás llorando. La soledad de llorarte. Igual que pasó con Alejandro, hace tantos años. A nadie le dije nunca que lloré y que lo lloro. Que por Alejandro es que no puedo con esto, de la separación repentina, de lo irremediable de la muerte.

Si lo envenearon o no, es lo mismo. Murió en el momento perfecto. Hoy es un mártir, un mito. Justo a tiempo, cuando América Latina se llena de jóvenes que solo saben del Che lo que han visto en camisetas. Que no leen historia. Que saben lo que les dice la tele.  Aunque hoy lo comparen con Cristo, con tanta referencia cruzada y religiosa,  fue y seguirá siendo un hombre. Uno que demostró que es posible, en la época post guerra fría, hacer algo por la gente y que la gente lo agradezca.

Jessee Jackson lo dijo claramente “El pueblo de Estados Unidos ha perdido a su mejor amigo. Y lo peor es que no lo sabe”. Chavez quería que supieran. A Obama le ofreció amistad y un libro de Galeano. Los venezolanos llegaron a New Orleans a ayudar antes que el Gobierno de Estados Unidos. Hugo y su política de patria grande estaba convirtiéndose poco a poco en un contrapeso contra la presión de doblegar rodillas.

En Costa Rica, unos diputados celebran la noticia de su muerte como si fuera un gol de la selección en algún mundial de mierda, con aplausos y gritos. Se niegan a rendirle un minuto de silencio, a un presidente democráticamente electo. ¡Buitres! ¡Zopilotes!: el cáncer son ustedes.

Estoy tomando un medicamento que me produce una ansiedad enorme, todos los días. La enfrento contenta cuando la siento, porque en medio de todo, sé que es una reacción química y no un terror real, ni siquiera imaginado. Está ahí, pero es de mentira, es inducida. Pero se siente igual. Mariposas en el pecho. Mariposas negras, grandes, de esas que aparecen de repente en las esquinas de los techos y aletean sus alas asquerosas y polvorientas. Mimí siempre decía que cuando aparecía uno de esos animales, alguien conocido iba a morir.

Lo que se me muere es un pedacito de corazón. Llevo horas soportando la presión, manteniendo la calma, reteniendo el dolor. Y de repente cualquier cosa, alguien que toca mi carro para avisarme del tráfico, hace que pierda el control sobre la ansiedad y se desencadena un ataque de pánico. Hiperventilo y siento una cólera que me consume y a la vez mucho miedo. Esa noche se suceden uno tras otro como nunca antes. Me asusto con el sonido de una bolita que chilla y majo sin querer queriendo. Lloro sin parar mientras me tiembla el cuerpo. Quiero sentarme en una esquina y llorar y llorar porque ya no puedo más. Ya no puedo más con esto (con el dolor, con la muerte, con la ausencia), con el medicamento.

Todo se revuelve. Todos mis dolores. Todas mis ausencias. Todos mis miedos. Todos mis muertos. Todos.  La muerte siempre puede conmigo.

Sé que mucha otra gente no lo soportaba. Gente que nunca ha hecho nada por nadie y se da el lujo de juzgarlo. Si usted es uno de esos, por favor, respete. Sí, estamos de duelo.


Gotitas de lluvia

2 respuestas a “Sole vs la muerte”

  1. Yo espero que los venezolanos sepan seguir hacia adelante, que se acuerden realmente que es hasta la victoria SIEMPRE, que a la victoria no se llega nunca, sino que se camina todos los días hacia ella. Peor que no haber pasado por un proceso, es pasar por el proceso y echar para atrás, porque cuando se echa para atrás nunca se vuelve al inicio, de vuelve mucho más atrás.

  2. Como dato curioso, la frase hasta la victoria siempre venía al final de la carta de despedida del Che al Fidel cuandi se fue a Africa. Cuando Fidel la leyó al público, el Che lo escuchó por radio desde Africa y se dio cuenta que se le había olvidado meter una coma. La frase correcta era Hasta la victoria, siempre (el siempre como una señal de lealtad eterna)

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