Tuvimos suerte de conseguir entradas para el segundo día de conciertos. Yo hice trompas y me negué a aceptar cualquier cosa que no fuera luneta. Al Cigala no me interesba tanto oírlo de cerca, sino verlo.
No es que no lo hubiera visto antes. No, si a cada rato me meto a ver videos suyos y hasta tengo el disco de lágrimas negras. Me intriga ese magnetismo oscuro que emana desde el youtube. El, que cumple con todo el estereotipo de lo que aquí llamaríamos un pachuco: camisa abierta hasta el ombligo, cadenas gruesas con dijes de oro, esclavas gruesas- de oro- y anillos (de oro, ob-vio) en cada dedo. Y ese pelo largo y ondulado y negro. Y esa barba cerrada. Ese look de Cristo si alguna vez respetaran los aspectos históricos. Ese buki trasnochao, gitano, cantaor. Y esas manos cargadas de oro con las que lleva el ritmo. Las palmadas mudas. La pausa que marca arrastrando una mano sobre la otra.
El Cigala es feo, con ganas. Pero cuando se ríe y cuando canta, tiene un algo que creo que él no lo tiene tan claro ni sabe que es por ese algo que ayer tenía el teatro lleno, me atrevería a decir yo con doñitas como la que escribe que tenían más intriga de ver si en vivo transmitía la misma electricidad. Porque tampoco nos vamos a poner en cosas: Costa Rica no es que sea como la cuna del flamenco centroamericano o por lo menos no que yo sepa.
Me pregunto qué pensará él, cuando sale a escena y nos ve a todas, con los ojitos y las expectativas abiertas. Me pregunto si se habrá dado cuenta que yo estaba decepcionada porque salió con un traje claro y yo quería verlo de negro estricto, con pañuelo canchero de sea roja en la bolsa y los zapatos bicolores de la portada del disco del tango. Sí, porque a mí me gustan los hombres oscuros y dramáticos… para la fantasía, claro. Para la vida real prefiero uno bueno, cariñoso, trabajador, respetuoso y que no sea un borracho.
Me imagino entonces a un Cigala con super poderes que atraviesan la moral y en lugar de ver mujeres muy compuestas y trajeadas de teatro, nos ve con los ojos brillantes, jadeando, con los calzonillos en la mano listos para lanzarlos por el aire apenas diga el primer “olé” arrastrado y con acento castizo, apenas se sientan los ritmos cubanos. A los acompañantes resignados. Venimos a verte, Cigala y si la oportunidad lo quiere, a ponerte la manito encima y salir premiada con saludo español de dos besos, uno por cachete.
Me imagino de maestra de ceremonias, muy seria, diciéndole “Bienvenido a nuestro Estadio Nacional del siglo antepasado. Se construyó con la plata de los pobres para ponerlo al servicio de los ricos. Es una copia exacta del palacio de la ópera de París, pero en chiquito. Con gallinero incluido”
Cantó unos tangos preciosos que me sé de memoria y me sacaron lagrimillas. Pero no había bandoneón, motivo de queja por escrito, si supiera a dónde enviarla. Yo observaba al público y salvo unas fanes demasiado atacadas que- oh, mi suerte- estaban justo detrás de mío, los demás creo que no reconocieron mucho de eso.
Tocaron varias canciones del disco con el Bebo, que fue la salvada de la noche y le puso ritmo a la cosa. Su ensamble de músicos tiraban demasiado para el jazz, la deconstrucción y una serie de cosas raras que a los músicos los vuela, pero a que uno lo dejan viendo para el techo sin entender nada y solo oyendo pedacitos de piano, bajo, violín y guitarra sueltos por aquí o por allá.
Para mi gusto, el Cigala necesita ser más showman. Hablar entre las canciones, comentarlas, contar anécdotas. Hacerse el sufrido por una hembra que le pagó mal y esas cosas que nos vuelven a nosotras locas. Encontrar los ojos de alguna en el público y cerrarle un ojo, mandarle un beso, saludar… o sea, confirmarnos que valió la pena, que él es Sandro de América, reencarnado y para piores, en un gitano, que hay un hombre para la fantasía de la soledad, que el sillón no quedó vacío, que siguen habiendo machos.
Pero no. Da la impresión de ser más bien tímido. Lo poquito que dijo “vamo a vé una canzione que m’an hecho mu felí” provocó una tormenta de susurros en el teatro “Qué dijo? Vos entendiste? Habló? Qué fue lo que dijo” Y eso fue todo. Fue un concierto que se parecía demasiado a un disco. Yo quería un poquito más.
Termino exhibiendo mi falta de cholle. En flamenco todo suena bonito, pero si uno no conoce la letra, está mamando porque no entiende nada de lo que se canta. Y eso hace que alguna gente- me han contao- hasta puede aburrirse un poquito. O sea, el Cigala es una experiencia sensorial del oído… compense lo que le falta papá, y la próxima vez que venga, no será mi imaginación la que ve señoras de más de 35 años dispuestas a lanzarle blúmers con recados. Bailar así como los bailaores sabés, no?
En todo caso, mi veredicto es que me doy por bien pagá. Volvería a ir a verlo.
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