Uno de los que vende lotería, tiene la piel como porcelana y es evidente que se saca las cejas. Se las delínea. La cara no se le va con los chores largos de mezclilla o con la gorrita blanca.
El que hace el malabarismo, tiene pelo de rasta, amarrado con un pañuelo. Cuando sonríe, se evidencia que le falta un diente de por medio. Ironías de la vida, anda un collar de colmillos. Los mismos que le faltan unos centímetros más arriba.
Este otro vendedor, tiene los ojos como un vitral lleno de colores azulitos. Es alto y grueso. Es de los que les deben haber dicho machillos desde que estabn chiquitos. Vacila con el taxista y se dan de golpes con esa forma peculiar que tienen los hombres de mostrarse cariño.
Un tipo mira con los brazos cruzados, con un periódico en la mano y llaves en la otra. Los anteojos, oscuros. No se puede ver qué está pensando.
Yo veo todo ese mosaico, los 30 segundos del alto y pienso qué pensarán de mí, cuando me ven en mi patomóvil amarillo, manejando, mirando.
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