Sí, y qué? No puedo evitarlo. Cada vez que veo a una de esas doñitas diciendo que Sandro fue “como ser humano, lo máximo; como persona, aun mejor y como cantante, no tengo palabras” yo me siento plenamente identificada y con derecho visceral a que alguien me de un pésame, por lo menos, mientras me veo en el centro del ridículo por dolerme hasta las lágrimas, como una adolescente alocada y enamoradiza, la muerte de un cantante y tratando de explicarle a una bola de pelotudos insensibles porque hoy andaba yo con la cresta caída, de luto y receté a Sandro, en sus diferentes versiones, a toda chancleta, todo el día (gentil cortesía de You tube). Y nadie respetó mi duelo. Más de un imprudente hasta se atrevió a bromear con el asunto.
La virilidad llevada a la intoxicación de testosterona que siempre caracterizó a Sandro, me convencieron de dos cosas: la primera, que Sandro era hombre, y los demás, apenas wannabes, intentos fracasados que se quedaron en el arranque. Lo cual es evidentemente tema de terapia y posible explicación de esa fuerza gravitacional maligna que me jala hacia los machos, muy machos, entre más malos y patanes mejor.
Segundo, que yo, si la vida me enfrentara a un hombre así, con esa actitud, básicamente me cago. O sea, yo, cuando veía los videos de Sandro y me imaginaba encontrarme en la vida con un hombre así, que me hablara así, que me viera así, que me dijera cosas así, que fuera intenso, así; que pusiera París ante mí o me dijera como la noche se había perdido en mi pelo; mi reacción no era de suspiros añorosos ni de palomitas en la panza. Era de miedo. De miedo y de risa nerviosa. Igualita a Curly el de los Tres chiflados, cuando se daba palmaditas en la calva y se pasaba las manos rápidamente por la cara mientras hacía un ruidito ascendente que sonaba como immmmm!: Desestructurada por completo.
A mí Sandro me dejó muy claras las cosas: Yo no tenía ni tendría nunca, sala para ese mueble. Enfrentada en algún momento a semejante escenario, lo digno habría sido salir corriendo.
Pero que no se crea que mi caso era un desorden hormonal de interés científico o curioso. Conozco personalmente el caso de una conocida, que con solo escuchar Penumbras, muy concentrada y pompeando la situación con escenas de su propia imaginación, podía provocarse orgasmos. Sin manos ni pipís de por medio. Sin tocarse. Orgamos. Yo, antes de conocerla a ella, creía que esos eran cuentos de películas porno o de libros de sexo extranjeros que no le pasaba a la gente por debajo del Río Bravo. Pero ya, con la evidencia confesa ante un público estupefacto, tuvo el efecto de Santo Tomás: me hice fiel creyente.
Sandro fue parte de mi proceso de desalienación. De escuchar eso que no se oye cuando se canta en el idioma materno, la melodía cuando te dicen cosas lindas, el darse derecho y el permiso a ser cursi. De sentir algo nuevo.
Sandro personificaba la atracción del hombre feo, moreno y peludo, del tipo de hombre que nunca saldría en páginas sociales– en una sociedad donde el estandar de belleza es parecer querubín paliducho y lampiño- El era la tentación, el pecado, lo oscuro, el Gitano, lo opuesto a lo eunuco, a lo bueno y a lo puro, llevado al punto de una exhuberancia que nos identifica a los latinos. Porque, después de todo, qué somos los latinos sino víctimas de nuestra propia exhuberancia? o es que alguien cree que algo como el realismo mágico podría haber surgido, no sé, qué se yo, digamos en Alemania, por ejemplo?
Y después supe que Sandro había sido lo que cantaba mi papá, en sus primeros días de enamorado. Lo que me cantaba en la cuna, los discos más preciados, el héroe que se acercaba más a lo que él veía en el espejo. Sandro le cantaba al amor edipal, ese que es imposible, nunca correspondido y doloroso. Yo, al igual que casi todos, tengo el edipo pésimamente mal resuelto y entonces las canciones de amor y desprecio, donde me aman y me dejan, simplemente me ponen de rodillas. Entonces, cómo no quererlo, a Sandro? cómo no sentirlo parte de lo que yo llevo más adentro?
Cómo no llorarlo como lo lloré ayer? Cómo no enojarme con el cigarro que lo envenenó? con él mismo por pelotudo, que llegó a fumar 80 cigarros diarios? Cómo no dolerme? O es que eso también sería cursi, exagerado, exhuberante hasta el ridículo mismo de estar agradecida con un cantante que tuvo éxito hace treinta y cinco años la influencia, que sin saber, tuvo en mi vida?
Mi prima mayor me acaba de contar, muerta de risa, que el año pasado encontró una foto que tenía de Sandro, autografiada, de cuando él vino a Costa Rica y se presentó en Las Estrellas se reúnen. Casi la mato.
Los dejo con un video del Capo di capi, del grande, de Sandro de América, para poder venir yo verlo a él de vez en cuando. La recomiendo con especial cariño, por la interpretación: “El Amante”
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