Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Kósono, Kinga

desde la isla de

Tenía todo para llegar de mal humor. Había esperado 4 horas en Berlín, porque el vuelo se atrasó gracias a lo que parece ser una norma del viaje aéreo en Europa: Los franceses están en huelga e inmovilizaron el aeropuerto. Mientras esperábamos, nos desalojó la seguridad por culpa de una maleta negra sin dueño aparente. Acordonaron el área y vocearon al “Señor o señora que dejó una maleta negra desatendida en la terminal B”, mientras que los otros pasajeros y yo temíamos que las amenazas recientes que hizo Al Quaeda contra Alemania, cuyo plazo se cumplía precisamente ese fin de semana, se cumplieran.

Aterrizando en Budapest, viendo un aeropuerto gris sin promesas de nada, bajando por las gradas del avión, llevando frío, pensando en las incomodidades de una línea área de bajo costo y en lo que finalmente me había terminado costando, iba refunfuñando “Nadie me tiene de muerta de hambre. Todo por escoger lo más barato. Ahora llego yo aquí y ya no está mi amiga esperándome y cómo putas llego al Hotel y que esto y que lo otro”.

Todo eso cambió cuando las puertas finales se abrieron y ahí estaba Kinga, mi compañera de alemán, que esperó pacientemente las 4 horas de atraso de mi vuelo. Pocas veces tengo alegrías tan genuinas como ésta.  Se me salieron las sonrisas.

No más llegando, me di cuenta que la cosa, sin amigos que hablen el idioma, no debe ser nada fácil. Me sorprende hasta llevarme a la risa nerviosa, como esto que hablan los húngaros- que en realidad se llama Magyar- tiene la fama bien ganada de que no se parece absolutamente a nada que uno haya oído antes. “En realidad se supone que se parece un poco al finlandés” -me aclara Kinga, aclaración que no cambia en nada mi percepción (esencialmente porque no hablo finlandés ni sé como suena) de que estoy entrando en otro mundo. Algo así como una autista del lenguaje.

Tomamos un bus y dos metros. Todos viejitos, desvencijados, evidentemente soviéticos. A Kinga le da un poco de pena. Yo le digo que no se angustie. Ya me pasó el colerón y estoy en un estado de absoluta contentera. Le explico que en el libro de mi vida, la posibilidad de ver alguna vez Budapest era muy, muy lejana.

En la estación de metro, me doy cuenta del embrujo del magyar que me está afectando, cuando Kinga me explica la palabra Ferenc “La c es una letra magyar que suena como una tz. Entonces es Ferentz y cuando lo decís rápido, con acento húngaro, te das cuenta que va sonando cada vez más como Franz. Francisco, creo que es en español o Francesco”.

Yo empiezo a jugar mentalmente con el sonido, a imaginarme diciendo muchas veces Ferenc. Alrededor mío, la gente habla con sonidos guturales, intensamente, muy lejos de las planicies un poco monótonas que tiene el alemán. Esta gente tiene carácter, me sospecho.

Mi hotel está en el centro de Pest, al ladito de Buda. Es chiquito, pero limpio y agradable. KInga de nuevo se encarga de la tramitación, porque yo ya descrubí una tiendita de souvenirs y ando explorando sus capacidades.

Mi primera necesidad es comer. Pero quiero comer lo típico. El hotel nos recomienda un restaurante cercano, pero chiquito, que se llama Húsar, como los antiguos soldados húngaros. Al abrir el menú, me vuelve a dar risa ver las mismas letras que yo uso todo el día, pero acomodadas de forma que no tengo la menor idea de qué dice. Le digo a KInga más o menos qué quiero y que porfa ordene ella.

La comida llega y es simplemente deliciosa. Mi carne está en una salsa condimentada perfecta. Cuando preguntó qué es ese sabor, me dicen que es la famosa paprika húngara, muy diferente al polvito anaranjado desabrido que encuentra uno en los supermercados de Costa Rica. Está tan bueno, que yo, que tengo un juramento jarocho de escupir cualquier pedazo de hígado que me entre a la boca, ni cuenta me doy de los pedazos de la salsa y me lo como con gusto. De postre, una especialidad local: wunder palatschinken, una crepa rellena de nueces molidas, en una salsa de chocolate líquido y con vodka o algo que hace que se encienda cuando la flambean. De muerte lenta.

Mientras comemos, afuera llueve un poquito. Es otoño, pero es como si fuera invierno. Le pregunto a Kinga de un hombre al que ella siempre mencionaba en clases y ella me revela sus penas de amor, del hombre que quiere pero no la quiere de vuelta, su vergüenza y dolor porque han pasado tres años y aun no puede olvidarlo. De cómo le cuesta incluso el solo habarlo. Sí, esta gente además de carácter, es intensa.

Nos vamos a recorrer Buda. Pasamos por la Moszka Ter (Plaza Moscú. Ter es plaza), que Kinga me dice que le recuerda a Alexanderplatz, pero sin la torre de televisión. Por pura educación y porque ya me estoy casi que resignando al estilo socialista de la construcción, me guardo el comentario de que en lo único que se parecen es en que ambas estaban en países detrás de la cortina de hierro.

Llegamos al Palacio de Buda, el barrio más lindo de toda la ciudad. Es impresionante cómo cambian las cosas con subir una cuesta. Si Praga es la ciudad más linda de Europa, la ciudad de cuentos y princesas, Budapest, sin duda alguna, es la ciudad de los caballeros de los cuentos, los hombres valientes que protegían a esas princesas y construyeron sus ciudades y sus castillos en colinas que daban al Danubio.

Está atardeciendo, pero la vista desde el castillo es impresionante. Realmente impresionante. Creo que es lo más lindo que he visto en toda mi vida. Me conmueve hasta casi las lágrimas. No solo la vista, si no además esta humildad genuina de los húngaros, que hicieron y conservaron una ciudad tan bella, para ellos, no para reyes extranjeros y de fijo, no para impresionar turistas mochileros como yo. Es linda porque la querían linda, no presumida ni artificial.

Muy cerca está la Iglesia de San Matías, de estilo gótico o similares, conocida no solo por su techo repelto de colores y flores, sino además porque adentro se guarda el brazo derecho de San Esteban, que se aprecia en una impresionante escultura al ladito de la Iglesia. Como bien evidencia la escultura, San esteban, como todo santo medieval que se respete, en realidad fue un soldado sanguinario y asesino, pero muy católico, gracias a Dios, que junto con otros seis conquistó lo que hoy es Hungría y se coronó como su primer rey. Me entra la duda y le pregunto a Kinga por la reliquia y sus facultades milagrosas. Se ríe “En realidad, en muchas iglesias de Europa hay brazos derechos de San Esteban. El pobre debe haber sido como un pulpo”

Este castillo tiene cosas de cuento, pero no de amor, sino de aventura. Un castillo con caballos, cacerías, cosas de macho con tinte épico. Como el cuervo gigante a la entrada, que tiene un anillo en el pico y que era el delicado símbolo de la realeza húngara (es que digo, comparado con una flor de lis, haceme el favor). O la fuente  de Matías, este animal mítico, mitad águila mitad susto en la entrada del palacio. O los leones en cada arco de entrada. Otros leones de otras ciudades, aparecen en pose de Esfinge, con la mirada complaciente de un gatito chineado. Estos no. Estos están sentados, rugiendo, vivos. Esta gente los tiene bien puestos!

Yo quiero ser la princesa de uno de estos reyes. Quiero ser la mujer que lo espera a la orilla del fuego cuado vuelve de la guerra. Quiero ser la que le regala un pañuelo con perfume. Quiero ser la que le iluma los ojos cuando me piensa. Yo quiero ser dominada, protegida, amada, con esta fuerza delicada de los húngaros, de los cárpatos y de los urales.

Kinga me cuenta que uno de los edficios es en realidad una biblioteca. Para ser exactos, la biblioteca con la mayor colección de libros de la edad media, solo superada por la del Vaticano, pero para mí que los curas, por variar, están exagerando. En todas partes vi librerías, con los libros más recientes, todos en húngaro. Pensé en el negociazo que sería aquí ser traductor, partiendo de que uno le alcanzara la vida para aprender húngaro. O sea, además de muy machos, estos húngaros son cultos!

Además, como el castillo está en una colina, hay un elevador como los que hay en Valparaíso. Kinga insiste en que es un invento exclusivo de los húngaros.

Recorrermos las callecitas medievales, tomando fotos de la ciudad que anochece, maravillándome de Parlamento de Budapest iluminado. Nos colamos en la ópera para que yo vea cómo se puede hacer algo muy muy bello y delicado sin caer en los excesos. La ópera está en media pausa y la señora de los tiquetes nos da permiso de entrar a vinear cuando oye que yo vengo de muy, muy lejos.  Caminando entra la gente, me maravilla pensar que todos son húngaros. Una simpleza, lo sé. Pero nunca había visto a tantos húngaros juntos en mi vida. Quiero saber qué piensan, qué añoran, con qué sueñan. Quiero saber cómo se ven a sí mismos. Quiero que me expliquen qué es esto, que se siente en los huesos, qué se siente ser húngaro. Pero me acuerdo que no les entiendo.

Son diferentes a los otros europeos. Ellos tienen que aprender otro idioma, necesariamente, si quieren comunicarse con el mundo. No son blancos o rubios o ojiazulados. KInga me dice que el estereotipo es de un hombre de fuerte mostacho negro. De lo que vi, son más bien un poco morenos, más grandes, más toscos, medios occidentalizados, más tirando a turcos. Oscurecidos, de miradas muy fuertes. Me asalta la duda de mi nueva teoría de que entre más al este de Europa y probablemente hasta Moscú, se van haciendo más sensibles, más emocionales, solo a juzgar por cómo suena lo que hablan, por lo que me evocan sus canciones (que tampoco entiendo). 

Recuerdo al primer húngaro que conocí en mi vida y que fue el único que conocí durante mucho tiempo. Es el papá de… bueno, de un ex- novio, no, digamos que de un ex-enredo, uno de esos borrones del cuaderno. En la Hungría de su adolescencia era noble, criaba caballos. Con la guerra, por su seguridad, lo mandaron para América y no puedo regresar nunca. Cuando pienso en la corrección y en la elegancia de un caballero europeo, siempre pienso en él, que ya está viejito.  Hace unos años tuvo un problema cardíaco y el doctor le recomendó regresar a convalecer a Hungría, después de más de 60 años de ausencia. Me contaron que llegó a su pueblo natal sin expectativas, pero la gente, que aun recordaba a su familia, lo estaban esperando con fiesta, banda, banderas, comidas y bailes típicos. El, que es impasible, lloraba. Aunque nunca le pregunté, después de ver Budapest sé que él debe pensar en magyar cuando discute consigo mismo cosas de sentimientos.

Caminamos por la calle Andrassy (del mismo nombre del maricón que le quebró a mi amiga), un bolevard lleno de árboles y de antiguas villas. Kinga me dice que de sus actividades favoritas, es salir a caminar a la calle. Yo aquí entiendo esa manía que solo había leído, de ir a dar paseos citadinos. Aquí, con lugares tan bien cuidados, tan seguros, tan llenos de cosas lindas, se puede. Uno entiende ese gusto.

La calle desemboca en el Monumento a los Héores, que conmemora los 1000 años de la fundación de Budapest. A un lado, el Museo de Historia, al otro el del Arte, y atrás, un castillo de princesas donde todos los inviernos se puede patinar en el hielo en el lago artificial. Kinga me cuenta que a veces, cuando se siente triste, en la hora del almuerzo, sale del museo de al lado, donde trabajaba (es arquéologa) y venía a a ver el castillo y darle de comer migajitas de pan viejo a los patitos.

Kinga me acompaña al hotel, porque por andar turisteando, yo ni me preocupé de enterarme cómo regresar. En la estación del metro, duermen cinco indigentes. A Kinga le da pena y se disculpa. Yo le digo que no es nada de qué avergonzarse. Es cierto que todos quisiéramos que estuvieran mejor, pero al menos aquí tienen un lugar calientito donde nadie los molesta. Vergüenza les podría dar en países ricos, donde el dinero sobra para encontrarle respuesta a estas cosas.

Al día siguiente, yo tengo poco tiempo. Recorrermos tres puentes de la ciudad, de arriba a abajo. Las calles para turistas, de nuevo el barrio antiguo. Subimos y bajamos por escaleras y callecitas. Una señora quiere saber cómo es Costa Rica. Se lo han pintado como un paraíso y lleva años ahorrando esperanzada de venir a vivirse con los ticos. Me pregunta que si es cierto que es fácil para un extranjero conseguir trabajo. Quiere salir de Hungría, de la desesperanza, del frío. Y para ella, en esta callecita de Budapest, Costa Rica es la vía.

Por todas partes hay recuerdos de sus luchas, contra la dominación turca, contra los austríacos, contra cualquiera que se les atravesara. Recuerdos de la rebelión de 1956 contra los soviéticos y de su sangriento acallamiento. 

Vamos al barrio judío, a la sinagoga más antigua, en operación, del mundo. En Praga está la más antigua, pero hoy es un museo.  Los húngaros y muchos de los embajadores de otros países que estaban en Budapest, sí protegieron a sus judíos. Alquilaban edificios enteros, les encaramaban la bandera de su país y lo convertían en terreno diplomático.  Aun así, fallecieron casi dos millones en 56 días. De cada tres personas quedamas en los hornos de Auschwitz, 1 era de Hungría. El Danubio de tiñó de rojo con los fusilamientos. Aun así, Hungría tiene la comunidad judía más grande de Europa.

Kinga me tomó fotos en todas partes, pero la pobre es pésima para eso. No importa. Me compré tarjetas postales de todo, por si acaso se me empieza a oxidar el recuerdo. Nos nos dio tiempo de ir a visitar un parque donde están todos los monumentos de la era comunista. No los destruyeron. Los guardaron porque saben de la importancia de la memoria, del recuerdo.

Las despedidas nunca son fáciles. Kinga se me puso a llorar en el aeropuerto, mientras me agradecía que la hubiera ido a visitar y me decía que esperaba que Budapest me hubiera gustado y que mi vuelo no se atrasara de nuevo.  Saca de su bolso una muñequita de porcelana, mínima, vestida a la usanza húngara que yo sé que es demasiado cara para su presupuesto de estudiante a punto de partir becada y me la regala. Somos dos entonces las que tenemos lágrimas en los ojos.

Kinga, Budapest, es, de verdad, tan lindo. Para alguien como yo, es tan lindo, que uno no le ve ningún defecto. Le agradece más bien como se muestra, genuina, auténtica, sin maquillaje para turistas. Es como una señora ya mayor que sabe que fue muy linda joven pero tal vez no se sospecha que sigue siendo linda y talvez hasta más elegante ya de vieja. Sé que lindo no alcanza. Quisiera tener las palabras para explicarte en el alemán chapuceado que hablamos entre nosotras. Pero no las tengo. Ni siquiera en español, las tengo. Sé que siento que tengo que volver a aquí, que tengo que volver, que tengo.

Mi vuelo a Berlín se atrasó, también cuatro horas. Yo pasé metida en una tienda de souvenirs en el aeropuerto. Llevo tanto chunche, que mi casa va a parecer la oficina cultural del folklor húngaro. Hasta pedí una recomendación musical y salí con un CD de música gitana tocado por la filármonica.

Ayer fue un día muy duro para mí. Me asaltaron mil fantasmas, me encontré con decepciones,  tuve que ir al doctor y aunque ahora hace sol en Berlín, me sentí muy sola. Me acosté casi a las dos de la mañana, sin hacer nada, pensando, pesimisteando, y volviendo a pensarlo.

Anoche soñé que volvía a Budapest, recorriendo sus calles hermosas, sentándome a la orilla del Danubio. Viendo uno de sus atardeceres de fuego. Y me sentí mejor.

Kósono, Kinga. Gracias. De corazón. En serio.

File:Budapest Chain Bridge1.jpg

 

 Nota de Sole: Tengo fotos, pero como ya dije, malísimas. La mayoría me las alzo de otros lados porque tienen licencia de creative commons. Sé que este post está larguísimo y contraviene todas las reglas del blogeo resumido, pero me perdonarán el egoísmo de haberlo escrito solo para mí. No quiero olvidar nada de todo esto.


Gotitas de lluvia

16 respuestas a “Kósono, Kinga”

  1. Realmente memorable. Especialmente por tu amiga… esas relaciones no se pueden comprar en una agencia de viajes o en una tiende de souvenirs…

  2. Qué intenso. Los hombres somos bien chambones y chuecos para expresarnos con tanta intensidad y sentimiento, pero sí, uno puede irse al ojete del mundo que, si hay alguien allí que te ayuda, estima y aprecia de verdad, te hace sentir en casa y formas de las amistades más lindas y duraderas que pueden haber.

    Me hace gracia ver cómo en todas partes el patio del vecino siempre se ve más verde. A donde he ido también les parece fantástico y exótico de donde vengo. ¿Quién soy yo para joderles la ilusión? 🙂

  3. Creo que ya te había dicho que Budapest is high on my list of places to go. Tu relato no hace más que afianzarme la idea, y picarme para buscar hacerla realidad. Qué intensidad, qué belleza, Sole, vos como siempre. Por cierto, me encantaron todas las fotos, pero me dejó miado la fuente de Matías… qué bruto, que clase de escultura. Y como decís vos, de cuento de príncipes y cacerías y rescate de princesas.

    Magnífico, simplemente magnífica tu crónica. Gracias por regalarnos esta joya.

  4. me encantó tu relato. Me hizo revisitar Budapest pero con unos ojos completamente renovados, más brillantes y emocionados. Gracias!

  5. Terox: Creo que para Kinga y para mí.

    Beto: Si, creo que la belleza está en el ojo de quien la mira. Puedo darte treinta razones de porqué Budapest no es bonita. Pero no puedo. Yo ya la veo con otros ojos. Y sí, cómo le vas a decir a alguien que cree que Costa Rica es la solución que nosotros creemos que más bien somos el problema?

    Dean: La fuente de Matías es impresionante. Parece una peli. Pero es cierto. Y es más bonito que en cualquier peli que yo haya visto.

    Medea: Gracias. Hoy una compañera me decía que le ayudara a decidir si ir o no a Budapest. Yo sé que ella no tiene allá Kinga que la espere y la verdad, cada ciudad tiene la belleza del que la mira. Es difícil incidir en un gusto como eso. Por ejemplo, todo el mundo me hablaba bellezas de Viena. A mí no me hizo nada de gracia.

  6. Bello. Como Budapest, la ciudad más linda que he visitado en mi vida. El colegio de mi hermana quedaba a la vuelta de la Iglesia de San Matías, y creo que el mejor souvenir que le he traido a mi mamá de un viaje son las fotos de ese lugar, que es impresionante. Lo que más me impresionó de los húngaros que conocí en ese viaje es la pasión con la que se entregan a sus recuerdos (que son bastante dolorosos, porque ese país fue invadido durante mil años seguidos). Recuerdo que me explicaban que ellos casi nunca cantan el himno nacional porque es muy triste. Y que comen mucha carne como herencia de las invasiones, que no les permitían sembrar.
    Ya en temas culinarios, yo podría vivir de paprika en todas sus variedades, y de las cosas ricas que comen en navidad para acompañar los vinos calientes.
    Vamos juntas! Eso hay que repetirlo, definitivamente.

  7. Furia; comprendo el sentimiento. Y sí, hay como un sentimiento de melancolía nacional. Hoy leía que en los pocos períodos que fueron libres, pasaron en 10 años de una población 80% germano-parlante a 95% hungaro-parlante. Cuando no eran los turcos, eran los austríacos, o los alemanes o los rusos. Vamos! hagamos una soda de las manos en la masa húngara! Yo pongo la música! 🙂

  8. se me olvidó agregar que muchas plazas tienen estatutas de poetas. No de generales.

  9. Gracias por el relato…hermoso como las cosas que describes…

  10. Este es de los mejores de estas semanas, de fijo, aunque digás que contraviene todas la sconvenciones del blogueo, es un espejo hermoso donde mirarse 🙂

  11. Avatar de ticoexpat

    OK, me convencieron: Budapest para la lista de hay que ir.

  12. Bello post. Y tuviste suerte de tener a alguien que te explicara la ciudad, yo sólo tuve mis ojos, un par de mapas y unos amigos más experimentados que yo en lo de viajar, pero que con el húngaro cero, al igual que yo. Ya internet me ayudó luego a interpretar que eran todas esas cosas a las que les había tomado cientos de fotos. Saludos.

  13. […] Si uno quiere leer sobre una visita a Budapest, con toda justicia, lo mejor es ir a leer este post de Anchas Alamedas. Sole vino hace un par de semanas y básicamente vio lo mismo que yo, pero lo cuenta con más […]

  14. Esto tiene truco. Debes de trabajar para el gobierno húngaro porque sólo de leerte le dan a una ganas de botar todo, agarrar maleta y/o mochila e ir a conocer esa ciudad que describes con trazos tan atinadamente parecidos a una fuerza delicada, envolvente. Gracias por el post, por más reglas que rompa.

  15. Gracias Sheba. No sería mala idea trabajar para ellos. Solo necesito aprender a hablar húngaro, traducir el artículo y aplicar para ser embajadora itinerante!

  16. Woooooow!!! leyendo esto, no haces mas que confirmarme que elgeí bien a Budapest como destino para mis próximas vacaciones, la describes como una ciudad de ensueño… en lo personal la única parte Occidental de Europa que anhelno conocer es París, de ahi en fuera encuentro mucho mas interesante y con ese aire bohemio, la Europa del este, ansio cada vez mas estar ya ahi.

    Como tu, yo también contaré con un buen amigo esperándome alla, creo que siempre es buena la ayuda de un citadino, que te muestre su ciudad con otros ojos, con ese sentimiento, con esos detalles, con esas anécdotas que difícilmente podrá transimitirte aun el guía mas profesional con el que cuente una agencia de viajes, muchas gracias x compartirnos tu experiencia, Budapest… allá vooooooy!

    Saludos desde México, y si no es mucho atrevimiento, me gustaría saber si puedo contactarte por medio del msn, ciao!!!

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