Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Pero no cambia mi amor- una hipótesis

desde la isla de

En las últimas seis semanas, han muerto personas cercanas, ya sea a mí o a otras personas. Me ha tocado levantar el teléfono, mandar un correo, tratar de decir que lo siento y a pesar de la distancia, hacer sentir un abrazo, esa sensación de que uno está ahí. Lo que yo creo que a mí me traería por lo menos una sensación de cariño en una sensación así.

A Marcelo le generan sentimientos encontrados esta autoridad con la que yo me siento para hablar de muertos y del proceso que le sigue a algo como eso. Y es cierto. Habiendo perdido a dos personas muy queridas y cercanas, una muy temprano en mi vida (mi papá) y otra ya siendo adulta, es una experiencia que aunque me hubiera querido ahorrar, la tengo. Y algo que creo que muy pocas personas entienden a menos que ya hayan pasado por eso.

Tal vez lo primero es saber que no todos los muertos duelen. Y ahí mide uno cuánto los quería de verdad. Y hay que saber distinguir. Todas las muertes impactan y mucho. Y tal vez del impacto, llora uno un poco. Pero no todas las muertes provocan ese dolor físico en el pecho, esa sensación de ahogo, ese dolor puro. De hecho, deben ser muy pocas.  Es decir, uno transa a mucha gente. Pero querer, lo que se llama querer, probablemente es a muy pocos.

Para esas muertes de los cercanos, no hay más remedio que llorar y llorar mucho, porque desahoga. Darse permiso para estar triste. A mí, en la infancia, cuando las cosas estaban realmente color de hormiga y se perfilaban sin esperanza o sin salida, yo me consolaba en la idea de que sí, hoy era un mal día. Pero que los días malos no podían durar para siempre. Y me aferraba a la idea de que vendría un día en que estas cosas malas que pasaban hoy dejarían de pasar mañana. Y eso funcionaba. O sea, a llorar, aunque parezca que no vas a parar nunca. Pensá que algún día, pronto, te sorprenderá verte sonreír de nuevo. Que nadie llora para siempre.

Yo recuerdo cómo me enojé, cuando murió Mimí, con la gente que me decía que había que ser fuerte, que todo pasa, que ánimo, que fortaleza. Peor eran los que se sentían muy incómodos, que estaban ahí solo por compromiso, que me daban palmaditas en la espalda y me decían “Lo siento mucho”. Como a mí el dolor se me cruza con la rabia, los quería mandar a todos a la mierda.  Un duelo no es momento de cumplir con formalismos sociales. De las pocas cosas que recuerdo de ese día, fue cuando mi entonces jefe, que ahora es también uno de los socios de la firma, llegó con los ojos llenos de lágrimas y solo me dio un abrazo largo. Sin decirme nada. Fue de los mejores consuelos que me pudieron haber dado.

Este año, cuando falleció el papá de él, supe qué era lo que yo tenía que hacer. Y en la funeraria, repetí para él lo que él había hecho por mí hace tantos años y el pudo llorar abrazado a mí, a la que siempre ha tratado como una hija mayor rebelde y revoltosa pero con mucho cariño. Y lloramos juntos, porque era un dolor compartido. Y sé que le sirvió un poquito. Seguimos siendo animales sensibles, donde muchas veces los gestos, la calidez humana, dicen más que muchas palabras de tarjetita de pésame o mi método favorito de caperame un funeral: un telegrama.

Lo otro. No es cierto que todo se pasa. Los cariños de verdad no se pasan nunca. Siguen haciendo falta, igual de fuerte, todos los días. Todos. A uno hasta le da vergüenza que se le salgan a veces las lágrimas, a pesar de tanto tiempo. No es cierto que el tiempo lo cura todo. Uno los sigue extrañando.

Y es que está tan devaluado que a uno le haga falta alguien. Los demás te dicen que hay que seguir con tu vida, que el muerto al hoyo y el vivo al bollo, que no te podés quedar en el pasado. Añorar a alguien perdido es ridiculizado o por lo menos digno de terapia. Te dicen que te quedaste enclochado, que no lo superaste, que lo saludable es ponerlo a un lado. Que hay que dejarlos ir. Es como si sentir cariño o añoranza fuera un pecado.

Esos mensajes no piensan en la persona. Y si uno no quiere dejarlos ir, qué?

Por ejemplo, yo a veces sueño con Mimí. Con mi papá casi nunca, a pesar de que quisiera que fuera diferente. Cuando sueño con Mimí, no es como en un sueño. Es siempre una visita, llego a su casa, a su cocina y hacemos cosas de todos los días de cualquier fin de semana que ella estuvo viva. Comemos juntas, tomamos café, cocinamos. Y siempre le cuento qué he hecho, qué pienso, qué me preocupa. Y ella siempre me dice cosas,  se ríe conmigo, me toma de la mano, me reclama que hace mucho que no vengo. Todo muy realista, muy exacto, muy claro; sin eso etéreo y disperso que tienen los sueños. Para mí es volver a ver a mi abuela. Y no quiero que eso se me pase, no quiero superar eso. No quiero olvidarla.  Yo me niego a renunciar a las personas que quiero. Quiero que sigan siendo parte de mi vida.

Creo que uno deja de ir el dolor, pero no deja de pensar en los que fueron. Los huecos están ahí y la verdad, uno no quiere tampoco que se cierren. Será cierto que con el paso de los días va envolviendo uno el filo del dolor, como poniéndole algodoncitos para que no siga cortando. Pero basta con evocar un poquito y ahí está, fresco como siempre. Hay momentos en la vida en que uno de repente siente que quisiera tenerlos al lado.

Creo que uno los sigue recordando y extrañando siempre. Y eso está bien. Precisamente por eso es que el amor es eterno. Y por que es eterno es que nunca se olvida y siguen haciendo falta, toda la vida. Y entendés cuando alguien te dice que a pesar de los años, aun sigue queriendo a la persona que perdió. Es más, el día que te acostumbrás a la ausencia, ese es el día que empezás a olvidar.

Sé que es poco frecuente que uno genuinamente tenga ese sentimiento. Pero bueno, tal vez también sea que es poco frecuente que haya un amor tan fuerte, entre dos personas, como para que sea eterno.

El fundamento de todo esto, en caso que alguien se lo esté preguntando, es mi propia ocurrencia. Tal vez sera muy acomodado, esto que pienso, o hasta complaciente. Pero le he venido dando vueltas al asunto, y voy encontrando pequeñas pistas en lugares que uno no se imaginaría.

Como Mercedes Sosa, por ejemplo. Ella  y el poeta chileno que escribió esa canción, sabían bien que Todo Cambia. Con una sola excepción: “Pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre”.


Gotitas de lluvia

4 respuestas a “Pero no cambia mi amor- una hipótesis”

  1. DIcen, algunos que creen en la reencarnación, que hay almas afines que con frecuencia se encuentran en distintas vidas. A veces son amigos, esposos, padre/madre e hij@, etc etc. Los papeles van cambiando pero los actores son los mismos… quién sabe si tendrán razón…

  2. Avatar de Eduardo Mora
    Eduardo Mora

    Como siempre, de lo profundo de tu alma encontrás la palabra correcta. Saludos y perdoná la ausencia. Hacía días no te leía.

  3. El viernes me llamó un amigo de mi tata y me invitó a tomarme un café con él. Ayer pasé una tarde increíble con el roquillo y su esposa, que se habían encontrado unas cartas y otros documentos firmados por mi tata y querían darme copias. Hablamos largo y tendido, de mi tata y de este mundo jodido, y por supuesto que resurgió ese dolor que nunca se ha ido, pero que, como vos decís, a veces está como envuelto en un algodón. Cuando verdaderamente se quiere a alguien ausente, no hay que ser fuerte ni seguir adelante, hay que dejarse soltar el llanto y recordar. Hermosas palabras, Sole!!!!!!!!!

  4. Terox: Pues quién sabe. Averigüaremos cuando estemos del otro lado.

    Vallo: Graziaz. Vos sabés que muchas de estas cosas me las adelantaste vos. Y aunque no lo menciono, cuando murió mi abuela vos fuiste uno de los que supo cómo darme un pésame sin recurrir a frases Hallmark.

    Dean: Eso mismo, Dean, eso mismo. 🙂

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