Melisa es argentina, originalmente de la Patagonia, pero actualmente mendocina. Habla cantado, lógico, como todos los argentinos. Todos los latinoamericanos, lógico, le pedimos que hable en español solo para oírla y hacemos el mismo comentario estúpido de que qué maravisha un hombre guapo que además hablar con acento argentino.
Llegando a Praga, en algún lado ve un rótulo que dice, en checo- lógico- “Aquí nació Franz Kafka”. Y se transforma e insiste que ya mismo tenemos que dejar las maletas tiradas y aguantarnos el hambre, pero que es indispensable ir a examinar con todo detalle dónde nació Franz Kafka.
Sin darme cuenta de lo intenso de su reacción, le digo que no haga alboroto, que si por eso fuera, toda la ciudad debería estar llena de rótulos porque Kaka vivió aquí toda su vida. Aprovechando la leída de guía turística que hice en el tren, empiezo a girar y señalarle: “Mirá, allá era la tienda de los papás, esa fue la escuela, en aquella otra casa vivió un tiempo, por la judería está el monumento a Kafka, hay una calle con su nombre, varias librerías y cruzando el río está el Museo, lo ves?”
Melisa está a punto de un surmenage. Y yo no lo entiendo. Me dice entonces que es una condición que afecta principalmente a los argentinos, conocida como cholulismo cultural. Suena a español, pero igual no entiendo. Y se lo digo.
Me dice que un cholulo, es lo que nosotros alienados llamaríamos un groupie. Un fanático que sigue a su grupo favorito a todas partes, se sabe de memoria sus canciones y sus vidas, colecciona entradas de los conciertos, no se pierde ni uno, conserva con amor el pedacito de remera que le arrancó a alguno de ellos y en realidad muestra claras señales de fanatismo con futuro promisorio de stalker.
Igual qué tiene que ver eso con Kafka no me cae todavía.
El cholulismo cultural, es una etapa superior del cholulo. Es el cholulo cultivado, con algún recorrido de lectura seria, usualmente de vena literaria, sensible y artística que se emociona como un estúpido cuando tiene acceso a algo que usó su ídolo. Se rematan evidentemente con antiguas casas, sillas de cafés, escritorios, museos, librerías, calles y monumentos. Y de todo quieren foto.
Así, el cholulismo cultural en Buenos Aires, se expresaría, por ejemplo, yendo a buscar el café favorito de Borges y sentarse lo más cerca posible de su mesa. Tomarse una foto. Acariciar con envidia su silla favorita. Tomarse una foto. Irse al zoológico y sentarse en la banca que dice la plaquita que era la de Borges. Tomarse una foto. Y así.
Melisa dice que le da un poro de vergüenza pero que no puede evitarlo. Que le pasó en Irlanda, cuando entró a la casa donde James Joyce escribió el Ulises y no entendía porqué le daba tanta emoción. Cuando llegamos al monumento a Kafka, Melisa pega brincos de la emoción contenida. Me pide que le tome muchas muchas fotos. Le decepciona enormemente no poder ir al Museo, no por falta de tiempo sino de dinero. En el Museo cobran por entrar. Me explica que Praga es la capital ideal del movimiento cholulista cultural del mundo.
Ella se da cuenta que es posible que el concepto del cholulismo cultural me resulte innovador, novedoso. En el tren de regreso me pregunta que si lo entiendo. Yo le digo que más o menos. Me reservo que yo padezco de una variación de lo mismo. Pero lo mío es cholulismo izquierdoso o revolucionario.
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