Cuando uno en alemán aprende la palabra zestört (destruido) , el capítulo habla de la ciudad de Dresden y de lo que se vivió ahí hacia el final de la II Guerra Mundial. Dresden, como muchas otras ciudades, era considerada Florencia a las orillas del Elba, por el altísimo desarrollo que el Rey Federico Augusto había dedicado a la cultura, la ópera, el arte, la religión protestante y la arquitectura.
Para febrero de 1945, ya estaban claras muchas cosas: Alemania había perdido la guerra, los rusos estaban avanzando rápida y violentamente hacia Berlín, Dresden no era un objetivo militar y tenía una población varias veces multiplicada, por la cantidad de refugiados que estaban tratando de llegar al oeste.
Hasta ahora he escuchado muchas explicaciones al bombardeo. Algunos dicen que fue la respuesta de los aliados al bombardeo alemán a la ciudad de Conventry, que la arrasó. Otros dicen que fue una operación militar para liberar los campos de concentración cercanos. Otros más dicen que fue un acto de pura maldad, el tiro de gracia que, al dañar directa e intencionalmente a la población civil, terminaría de aflojar las tuercas para la capitulación alemana. Dresden era además una de las dos ciudades alemanas que no había sido aun bombardeada.
La cosas es que entre el 13 y el 15 de febrero, Dresden fue arrasada con bombas incendiarias y la ciudad entera ardió. Esta es una foto del resultado. Evidentemente, aun hoy el hecho se recuerda como una acción militar y no como un crimen de guerra, al igual que el lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón. No defiendo a los alemanes. Para lo que ya habían hecho para esa fecha, lo de Dresden era poco en comparación. Mi punto es el cliché histórico de que las consecuencias de las guerras nunca las pagan los perpetradores. De hecho, aun no se sabe a ciencia cierta cuánta gente falleció.
Con la división de Alemania, Dresden quedó detrás de la cortina de hierro. Conscientes de la importancia emocional que tenía para Sajonia su ciudad capital, los comunistas hicieron todo lo posible por reconstruirla y devolverle su gloria. Y es, aunque pequeñita, una ciudad muy muy bella, como la mayoría de las ciudades a las que las atraviesa un río (que ya son mis favoritas). Con la reunificación, de destinó muchísimo dinero a terminar de renovar la ciudad, que ahora es un destino favorito de alemanes y rusos.
En 1989, por Dresden pasaron además los trenes que iban hacia alemania occidental. Con los cambios y aperturas de fronteras, miles de alemanes orientales huyeron a Hungría y Chechoslovaquia para pasar de ahí a Alemania Occidental. Al darse cuenta de lo que pasaba, nuevamente se cerraron las fronteras y los refugiados quedaron atrapados en esos países. Por la precaria situación humanitaria y la presencia de miles de niños entre los refugiados, se autorizó su emigración hacia el oeste, con la condición que los trenes que los llevarían a la nueva vida atravesaran nuevamente Alemania oriental. En lugar de repudio popular, miles de personas llegan a las estaciones a despedirse, a desearles que todo saliera bien, a saludar y de paso, a protestar por las condiciones internas.
Solo al ver que los antiguos edficios son todos profundamente negros, se empieza uno a imaginar cómo habría ardido Dresden para que 70 años después todo siga viéndose así, lleno de hollín, a pesar de la labor de restauración que se ha hecho. La iglesia del Frauenkirche, el orgullo local, permaneció en ruinas muchos años como un monumento a la paz. Luego se reconstruyó, tratando de usar la mayor cantidad posible de las piedras originales. Por eso, esta iglesia, curiosamente redonda, se ve como un tablero de ajedrez, con piedras blancas-nuevas- y las antiguas piedras originales- negras- que se trataron de colocar en el mismo lugar donde estaban originalmente. La cruz del domo fue hecha y donada por un herrero inglés cuyo padre participó en el bombardeo. La cruz original, negra y retorcida por los daños, está en el altar de la iglesia.
Me encontré con una feriecita en la antigua plaza del mercado, celebrando la llegada del otoño. Llena de puestitos, es la versión local de nuestro Zapote. Es más limpia, pero igual de llena de borrachos y comida grasienta que todo el mundo se come con gusto. Está llena además de souvenirs, quesos, embutidos, trabajos de madera típicos de la zona y encajes.
Crucé el río Elba para ir al antiguo centro de la ciudad nueva, también reconstruido por los comunistas para tratar de devolverle a Dresden su boulevard de Tilos y el ambiente de cafés muy activos pre-guerra. es evidente que no fue fácil, porque esos edficios cuadrados y sencillos se quedan muy atrás de la arquitectura barroca que ahora se está tratando de reconstruir. En Alemania, tal parece que muchas compañías de construcción y arquitectos se dedican a levantar edficios antiguos.
En la playa del río, mucha gente tomaba el sol, siempre acompañados de sus perritos. Me llamó la atención uno idéntico al mío (el primero que veo). La dueña le tiraba un palo al río y él iba corriendo a traerlo, pero no se lo llevaba a la dueña, jugaba más bien a que lo perseguían con el palito. Me dio consuelo saber que no solo Fuser es medio baboso para las instrucciones de los juegos.
El alemán que se habla aquí es más incomprensible de la cuenta. Al igual que todas las regiones alemanas, aquí tienen su propio dialecto que es poco apto para turistas simpáticos como yo. Tal vez por tantos años detrás de la cortina de hierro, las personas no son muy amables en su trato. O tal vez es porque están muy cerca de República Checa…
recorriendo la ciudad vieja, fui a dar a una manifestación política del SPD. Como hoy son las elecciones en Alemania, eso debe haber sido una especie de plaza pública. Al principio, no podía yo creer que estaba tan cerca de quien se supone hoy quedará confirmado como el nuevo canciller alemán, partiendo de que aquí las encuestas sean correctas. Cierra un área con barras de seguridad, montan un escenario y una pantalla gigante, y ahí estaba don Franz hablando sobre su visión de una nueva Alemania y diciendo que el muro, el muro real, había que botarlo ya; un discurso muy conveniente para la zona y con el mismo sonsonete de los políticos de todas partes del mundo, pero con ese orden neurótico: “Ya les hablé del punto 1, 2 y 3 y ahora entro al punto final…”. Yo hasta aplaudía espontáneamente cuando hablaba de igualdad de oportunidades, educación gratuita, seguro social universal, apoyo a los ancianos, no más recortes de impuestos a los ricos. De verdad que todos queremos lo mismo.
Por supuesto habían muchísimos agentes de seguridad. Los que estaban dentro de la valla, unos 50, estaban sentaditos, con rótulos de campaña de estamos con vos, no más escándalos de corrupción y Franzito es toa. Al final, el candidato firma autográfos. Yo fui de pelotera a darle la mano, pero con la intención real de tomarme una foto o que me firmara una revista de sátira política donde él sale en la portada. Le pude dar la mano, pero lo demás fue fallido. De todos modos, es una experiencia que aunque casual, va a poner a mi jefe rojo- SPD de la envidia cuando le cuente, sobre todo si Franzito gana.
Además había una feria que celebraba la diversidad cultural. Cuando vi un puestito mexicano, me acerqué rápidamente y en español, dije “me da cuatro kilos de tortillas para llevar si me hace la caridá”, pensando que ahora sí me sacaba el antojo. Pero resulta que, intencionalmente, no habían traído. Las guardan congeladas como un tesoro para cuando haya una ocasión que la amerite. No quise comerme un pan de maíz como consuelo. Nunca me han gustado.
Había además un puestito de una tienda global que se llama “Quilombo”. Me puse a conversar con la señora a cargo, que apenas supo que yo era tica, me trataba como una princesa, pero me hablaba como si yo fuera sorda, probablemente para que pudiera entenderle en alemán. Ella andaba llena de trencitas y con un vestido étnico. Me explicó que Alemania y Europa en general eran países ricos gracias a la explotación colonial de cientos de años (- no me diga…-) y que todos tenían buenos salarios, buenas casas, buenos carros, pero nadie quería pagar bien por las cosas que representaban ingresos para los países pobres.
Que ella estuvo en Tanzania dos semanas y le impactó que la trataban como una diosa solo por ser blanca. Entonces, como otros hippies alemanes, hicieron la tienda, donde se venden productos de países del tercer mundo bajo el concepto de fair trade. De Costa Rica solo había café: medio kilo a siete euros…
Todo iba muy intesante, hasta que me dijo que esa forma alternativa de vivir era muy difícil en Dresden, que justo hace un ratito, una señora mayor la trató mal por la forma en que andaba vestida. Emocionada porque yo le ponía atención a las quejas, empezó a gritar que vivíamos en una sociedad Nazi. Yo ahí sentí un hueco en la panza y no precisamente por no haber desayunado; sobre todo cuando más hippies se empezaron a acercar, a darme quejas similares y contarme de la cantidad de posters nazis que han tenido que arrancar de las paredes en la ciudad. Ahí yo estiré la mano, se las di a todos, les dije que era encantador haberlos conocido, pero que lamentablemente otros asuntos más urgentes e ineludibles precisaban el concurso de la presencia de esta humilde servidora y que me veía obligada a retirarme (o sea: Ich muss gehen!/ me tengo que ir)
Pasé el día recorriendo callecitas y museos, viendo las huellas de Federico Augusto y de un pasado glorioso por todas partes. Hizo un día precioso. Me senté en una plaza a escribir tarjetas postales, contando de mis aventuras desde esta ciudad negra. Atrás mío, un grupo folclórico alemán cantaba con muchísimo sentimiento, esta canción, que en Costa Rica es conocida como Bochichornia. En realidad se lla Occhi Chernye, significa Ojos Negros, como los de esta humilde servidora, los únicos entre tanto machillo de ojos pálidos. La gente llevaba el ritmo con las palmas y más de uno se levantó espontáneamente a bailar.
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