Las papas fritas se comen con mayonesa O con salsa de tomate. Pero no con las dos a la vez. Mucho menos revueltas. Cuando uno pide de las dos, se le quedan viendo. Algunos con incredulidad, otros con mucho asco, como hubiera pedido uno dip de cucaracha molida. Solo en los lugares para turistas encuentra uno vendedores comprensivos que insisten en hablarle a uno en inglés perfecto para resaltar mi alemán desgramatizado.
Típico de la ciudad, es una patada al hígado que se llama Currywurst. Una salchicha que tiene curry por dentro y le ponen polvo de curry por fuera y encima de eso, salsa de tomate. La salchicha puede estar asada con mucha grasa o asada con mucha grasa y además empanizada. En ambos casos, huele a comida de Hippie. Se sirve usualmente con papas fritas o con un pancito, la salchicha cortada en rodajas. Los puestos de esta cosa están cada cien metros. La porción se ve pequeña, pero cuando va bajando hacia la panza, siente uno que le quema todas las paredes intestinales y la llenura y los gases del empanzamiento duran como 8 horas. Apenas para que le vuelva a dar a uno hambre.
Lo que uno llama bañarse, así, de cuerpo entero, lavándose o no el pelo, aquí es una costumbre exótica. La gente se levanta, supongo yo que se lavaran ciertas áreas estratégicas y se ponen la ropa y jalan para el brete. Por eso hay toda una gama de productos en el super que yo nunca en la vida había visto y que son para el waschen (lavarse). Cada tres o cuatro días, sus majestades deciden arriesgar un resfriado y se mojan de cuerpo entero. A mí no me dicen nada por esta obsesividad que me ha dado de bañarme todos los días, esté o no helado. Pero supongo que les debe hacer gracia.
Uno hace una preguntita, algo sencillo, que se puede responder con sí/no/ no sé, y te recetan una historia muy muy larga. Uno soporta con estoicicidad cortés al borde el precipicio del aburrimiento. Pero así son estos bárbaros. No hay forma que no te cuenten todo el cuento.
Cuando los chiquillos empiezan el año escolar, la familia les regala un Schultüte. Son unos conos enormes de cartulina, envueltos en celofán, llenos de confites, chocolates, borradores de colores y sabores, lápices estrambóticos, cartucheras con muñequitos y toda la cantidad de chunches que uno siempre quería andar en el bulto. El fin de semana los vi en todas partes, en el metro, en las esquinas, en las manos de gente que llegaba a visitar sobrinos, nietos o amigos.
Bueno y lo obvio: la cerveza se toma como tomar agua. Y es más barata que el agua. Y que la Coca, ya que estamos en eso.
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