Roma es estrecha, ruidosa, de edificios altos de cortes clásicos y colores estridentes, sin adornos planeados. Es el ejemplo mismo del desorden urbano. Uno cruza callejones que prometen asaltos, solo para desembocar en iglesias, palacios, plazas, fuentes, monumentos. A la vuelta de cada esquina está, literalmente, lo inesperado, incluyendo ese tráfico desordenado que no respeta ni peatones ni semáforos. No hay mapa que logre reflejarlo. Se descubre caminando.
A diferencia de otras ciudades, donde una botella de agua pequeña sale en 3 euros, aquí hay tubos para beber en todas partes. El agua sale fría, potable y gratis. Viene de acueductos de dos mil años de antigüedad que todavía siguen funcionando. Entonces uno va llenando las botellitas que anda cargado y se refresca. Y se agradece en este calor de incendio tipo Nerón, la generosidad del gesto.
Aquí varían las dimensiones del espacio personal. La gente se te acerca, te toca, se ubica tan cerca que por un momento incomoda. Se meten con tus cosas personales, que si ese pantalón será demasiado caliente, que si andás perdido, que si te ayudo a llegar a dónde ibas. Entre ellos, el trato es aun más cálido. Al hablar, si no fuera porque uno no entiende nada de lo que dicen suenan exactamente como los argentinos.
Con todo eso, cuando uno recorre el Coliseo, no puede evitar pensar en la clase de jolgorio que sería aquello. Cabían setenta y cinco mil personas sentadas y la entrada era gratuita. Ser gladiador- como el Espartaco de nuestras Semanas Santas- era visto como un trabajo denigrante, pero con el que se podía ganar mucho dinero de forma muy rápida. En el Coliseo se han encontrado graffitis de la época apoyando a uno u a otro. Además de no perder la vida, les daban buenos premios y hasta hacían publicidad de apoyo a ciertos productos, igual que los futbolistas de ahora. Yo me imagino al gordito de toga que va entre las gradas: “papas, papas, plátanos, lleve las papitas, acqua minerale fría, llévela, llévela”-
Curiosamente, los souvenirs no coinciden con esa forma de ser tan linda. Son demasiado serios, con temas de romanos, motos vespa (abundan), Pinocho, cristales de murano o de máscaras venecianas. También hay miles de reproducciones de las obras clásicas y versiones miniatura de los monumentos y las estatuas en resina. En realidad, nada que valga mucho la pena.
Ayer fuimos a cenar en una callecita cerca de la Fontana di Trevi. Se acercó un cantor callejero, tocó un par de piezas y luego pidió dinero, en cada mesa. Ya curados con nuestros intentos de hablar italiano, solo dijimos no, con la cabeza. Entonces el cantor le dijo a los de la mesa de al lado, que sí eran locales, que ni siquiera le dábamos la cortesía de una respuesta. Para mi sorpresa, lo asuntaron comprensivos: Así es la vida, le dijeron. Y le dieron una moneda.
Ahí comí la mejor berenjena parmiggina.
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