Digamos que el fin de semana pasado, yo caí en cama con una de esas gripes espectaculares, con las que le da a uno calentura de pollo, le duele el cuerpo en todas las juntas y las pegas (donde se juntan las extremidades con el tronco o pega un hueso con otro) y tiene en general un sentimiento de malestar general. Digamos que el domingo, ante mi estado de estopa y porque soy una hipocondriaca militante y activa, mi amigo M me inyecta, el lunes también y de paso, me hace exámenes de sangre.
Digamos que el martes, voy a la oficina, ronqueta y con tos, pero mucho mejor gracias a la inyección, cuando a las 9 de la mañana recibo una llamada de mi amigo M diciéndome que me vaya inmediatamente de la oficina, que los exámenes dicen que tengo la porcina. Ahí fue donde ardió Troya (hipotéticamente hablando, claro)
Primero, del susto, sicosomáticamente se me subió la calentura medio grado y me empecé sentir peor que todos los otros días juntos. Inmediatamente después, empiezo a reclamar que no, que imposible, y me pongo malcriada en tono de abogado interrogador: “A ver, cómo es la vara? Vos decís que no te gusta para nada mi cuadro pero a la vez me decís que ya voy saliendo pero que tengo esa mierda. Entonces?”, como si la insolencia resolviera algo.
Me pasan al primer infectólogo de la jornada. Concluye que considerando que visité países de riesgo y los síntomas que tome Tamiflu ya y que me encierre dos días sin asomar la nariz a la calle. Que le pregunte a los quejosos de las cancelaciones si prefieren que cancele o que los contagie a todos.
Antes de irme, le digo a mi secretaria que ni se me acerque. Que le avise a mi compañera embarazada que llame al ginecólogo y le diga. Que alguien entre con mascarillas y laven mi oficina con Lysol. Y salgo espantada a hacerme placas para ver si tengo aguas en los pulmones y por una segunda opinión infecciosa. M me receta palanganas de ensaladas y frutitas para subir las defensas a huevo.
También le avisé a un cliente, donde hay un gerente que tuvo una situación de salud, según yo, delicada al grado de estar inmunosuprimido y porque estuvimos reunidos. De este mae recibí una llamada diciéndome que era una lástima que no lo hubiera infectado de otra forma que valiera la pena y que él tenía otro tipo de calentura. Le tiré el teléfono. Mi acto de compasión fue equivalente a pagar una cuña en Radio Periódicos Reloj.
En la sala de espera del segundo infectólogo, una chiquita me veía con horror cada vez que yo tosía. Tuve la suerte que el médico era el jefe de infectología del Calderón Guardia, templo central de lo griposo porcino. Y le conté todo el cuento rematando con “y encima me mandan a tomar tamiflú como si fuera tomar Tabcin ¿qué hago, asalto la farmacia del hospital?” (Porque el Tamiflu no lo venden en las farmacias). Salgo ya más tranquila, con receta de antibióticos en mano. Como por arte de magia, se me quita el calenturón, el malestar y hasta hambre tengo.
Día Uno de encierro (o sea ayer). Me tomo el antibiótico con el estómago vacío y eso me vuelca al revés, en todo sentido. Paso a sopitas, galletas soda y voz de mortandad aguda.
Estoy conectada al correo por si las moscas, pero cada correo que mando me lo contestan con esta dizque broma “este correo ha sido devuelto por antivirus!!!” y pasé como en la recepción de un hotel contestando llamadas de curiosos que querían confirmar el chisme y dando declaracione oficiales, testimonio, recomendación de infectólogos y similares. Hay gente que no me quiere llamar por miedo a que los contagie. Gente que se resintió conmigo por no avisarles aunque los hubiera visto ANTES de que me salieran los síntomas. Y gente que me ande huyendo. Ahora sí entiendo lo que es sentirse apestada.
Y me llama el Patán a ver cómo sigo “Todo Costa Rica sabe!” “sí saben– le digo- es porque vos les contaste” “Yo no le he dicho a nadie!” (se defiende). Justo en eso me entra un correo del hijo del Patán que dice “Sole, cómo estás? Me contó Cosito que estabas enferma!”. Se lo embarro en la cara (por teléfono) diciéndole “Sos peor que la Tula Cuecho” (es es la que tiene una lengua tan larga que cuando la saca y la desempaca le llega hasta el pecho) y me contesta “Ese mae miente, igual que La Nación”.
De mi oficina, uno de los socios, enorme como un oso y con una gripe espantífera como la mía, me llama cada tres horas para que comparemos síntomas y pretende que le diga qué me recetaron para auto medicarse.Otro de los socios, que es como mi papá afectivo, que es además dulce, paciente y compasivo, me llama y me dice primero muy lindo “Te sentís mejor, Solecita?” y ya tranquilizado que no corro peligro, al borde de un ataque de nervios, e hirviendo al punto de la furia: “Haceme el favor y decile al Oso que deje de andar desfilando por todas las oficinas para ver que opina cada uno de si tiene o no la porcina. El que está resfriado debería quedarse en la casa y punto!”
Sé que hay un pequeño movimiento oscuro en ciernes para impedirme el regreso hasta que no me quede ni medio moco. El diagnóstico me ha hecho conciencia de cuánta gente conozco, hace cuanto, lo que me preocupan por mí, las cosas lindas que me dicen aunque sea solo “cuídese”. Aunque fuera una gripe estacional combinada con micoplasma, yo no diría nada, porque definitivamente esto de la porcina es mucho más glamuroso.
Días dos: No necesito medicinas holísticas ni limpiada del cuerpo que valga cuando existe el milagro de la medicina del hombre blanco. El mae los antibióticos se merece el nobel si no es que ya se lo dieron. Hoy me siento super bien, digamos. Tanto así que me voy para las clases de alemán en un rato.
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