Hoy tuve uno de los mejores almuerzos en mucho tiempo. Mi amiga Satia y yo fuimos al programa este de Teatro a Medio Día. Todos los martes, por cómodos quinientos pesos, uno entra al medio día al Teatro Nacional y ve una obra de primera calidad durante treinta minutos. Mientras la esperaba en el lobby, me fui a vinear a la tienda de souvenirs. Aparte de ser un salón bellísimo del Teatro, me encontré que existen opciones de regalos muy interesantes, como una copia de la cabeza de la musa de la música, en mármol y resina, por un precio razonable para ese tipo de arte. Hasta me imaginé la cabecilla en mi biblioteca, al ladito de la que tengo de Lenin.
El teatro estaba lleno, incluyendo el gallinero y me dice Satia que así ha estado desde que empezó el programa. Había todo tipo de gente, estudiantes, turistas, familiares de los artistas, funcionarios públicos o gente que prefiere hacer eso para el almuerzo. Gente que uno se imaginaría que si no fuera por este tipo de cosas, jamás entraría al teatro y eso es una injusticia, considerando que se mantiene con los impuestos que pagamos todos.
Hoy vimos algo de danza que se llama Chocolate Piulett. Debe ser que yo soy muy pola y con poco cholle para esas cosas, pero no entendí nada de lo que vi y tampoco me coincidía con lo que leí en el programa, que fue a lo que recurrí cuando me di cuenta que no me estaba cayendo la cuora. En este desierto de sensibilidad para la danza moderna, lo único que pude apreciar fue la sorprendente habilidad de los bailarines para controlar su cuerpo y hacerlo como les da la gana.
El espectáculo dura exactamente media hora, para que alcance la hora del almuerzo y por respeto a esa condición endémica que tiene uno de dispersarse después de ese tiempo. La gente aplaude hasta de pie si entendió y le gustó lo que vio. Hoy hubo aplausos, pero de esos que delatan que uno aplaude porque sabe que cosas como esa se aprecian aunque no se entiendan.
Luego es el tropel para el Café del teatro. Aquí, de nuevo, quedé con la boca abierta. La comida es buenísima, las ensaladas muy frescas (pero sin aderezo o pancito, tsk tsk). El servicio muy rápido y dicen que los sanguches y la crema de pejibaye son de morirse. El lugar es fresco, bonito y cómodo. Los individuales son de papel, una copia full color de la pintura que antes estaba en el billete de cinco colones. El salero y el pimentero, de madera, super funcionales. El aceite y el balsámico, de primera. Los precios, me temo, un poco altos, pero justos para la calidad de lo que uno come. Dicen que los postres también justifican el pecado y tienen café y té de calidad. Y hay splenda. Y traen la cuenta rápido. Es un lugar con visión empresarial sorprendente en una institución del Estado. Y una excelente opción para comer en San José centro.
Uno puede comprar entradas para todo el mes o para ciertos espectáculos. Y las cosas que se ven, son de calidad. Me gusta toda la idea, empezando por esto de democratizar la cultura y sacarla de ese monopolio de los que juegan de intelectuales o alternativos.
El próximo martes, están los solistas de la Filarmónica de Berlín, que vienen a dar talleres a la Sinfónica. También estará la aquí suscrita! Ahí veré cómo me escapo de la oficina.
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