Empezaron con una escena sacada de una pesadilla, sin que me lo esperara del todo, en público, una amenaza clara y de repente me veo como testigo en un asunto del que la verdad, preferiría no saber nada. Del impacto, me siento en una banquita casi una hora y en mi pesimismo, me repito que esto es algo que tengo que enfrentar sola porque a nadie, excepto a mí, le importa. Nadie tiene porqué considerar cómo me siento, porque cada uno de los implicados tiene otros intereses donde yo solo soy un daño colateral. Y me siento en mi banquita y me aguanto las ganas de llorar y salir corriendo para algún lado.
Y luego, llego a mi oficina y hablo con el hombre que me dio mi primer trabajo, hace veinte años y a quien quiero como un papá postizo y me recuerda cómo cuando uno ha hecho lo correcto, tiene que pasar por estas incomodidades, pero con la frente en alto “De qué te sirve ser honesta y correcta si luego te quitás por miedo?”. Y almuerzo con Memo, mi amigo favorito para sobrellevar temblores y nos reímos juntos. Y en la tarde me voy temprano porque me siento como agotada por todo lo que me ha pasado en el día y sobre todo, por la pensadera. Y me voy a correr a la U y por primera vez logro dar una vuelta completa, al mismo paso sin parar y voy con dos amigos que son lo más cercano que tengo a una familia. Y sé que después está mi casa y estás vos y yo estoy sana y vos también y tenemos trabajo y ahorro y comida y sonrisas y entonces pienso que no estuvo tan mal el día, después de todo.
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