El patán sigue con atención mis clases de otor idioma, digamos que de mandarín. Siempre me pregunta cómo me va, que si ya leo, que si veo tele, que si entiendo, que si me animaría a ir de viaje a un país donde solo hablen “desso” y cosas por el estilo. El recibe correos en ese idioma y le entretiene mandármelos y que yo le señale dónde está incorrecta o inexacta la traducción. Le fomenta la paranoia y eso le encanta.
Cuando él viaja a esos países- él que no sabe ni saludar en el otro idioma va unas 4 veces al año y yo aquí, clavada- me trae todos los periódicos y revistas que alcanza a levantarse de aviones, cuartos de hotel y salas de espera. Nunca le da la generosidad para ir a un puesto de revistas y hacerme la caridá de traerme lo que le pedí.
El otro día me vuelve a preguntar qué cómo vamos y qué cuánto he avanzado y me pide que le de parámetros de comparación así como si puedo leer algo con la dificultad de un artículo de La Teja o si ya me da para una crítica literaria en una revista especializada.
Llega a tal punto que me incomoda con el halago. El no es del tipo de hombre suavecito- o considerado- que te pasa diciendo qué bien qué hacés las cosas. “Bueno, ya! no es para tanto, Vos sabés que siempre he tenido facilidad con los acentos. Debe ser por eso que puedo aprender otra cosa”. El insiste en que esta cosa en particular es muy difícil. Yo, en que la facilidad para los acentos debe tener algo que ver.
“No– me dice- es que además vos tenés algo, eso, lo que se necesita para eso...”
Entonces decido dejarme, que me diga que soy la mujer más inteligente y capaz que ha conocido, ordenada, disciplinada, constante. Que él se engañe y que me lo diga:
“Qué tengo? decime”
“Eso, que sos NECIA para todo lo que hacés. Insistís por todos lados y así, no hay quite”
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