Yo había prometido no volver a escribir. O por lo menos volver a escribir aquí. Por un lado porque me había prometido escribir de verdad, algo con forma de libro, lejos de esta forma anónima y cómoda. Algo en el mundo real. Y no he empezado, por varias cosas. Entre ellas, por el obstáculo más grande: yo misma.
Pero ahora tengo un motivo más para volver a mis alamedas y para seguir con el plan de escribir de a de veras. Por vos y por mí.
Por vos, Marisopo y por mí. Por esos años perdidos en que jugamos juntos en el Colegio de abogados, cuando mi papá estaba vivo y tus papás juntos y que ninguno de nosotros dos recuerda. Por los años del kinder, que compartimos en el mismo lugar, en la misma escuela, en el mismo año. Pero vos no estás en mi foto de grupo ni yo en al tuya y no recuerdo a ningún chiqutín que coincida con vos. Por los años de la U, que fueron muchos, los dos, de nuevo, en el mismo espacio-tiempo, sin cruzarnos nunca.
Por que vos y yo somos amigos, como es amigo uno cuando tenía cinco años, cuando le cuenta al otro no solo lo que le pasa, si no lo que se le ocurre, lo que sueña, lo que quiere, lo que llora. Porque aunque pasen muchos meses, cada vez que nos sentamos a hablar, nos abrimos uno al otro sin reservas.
Porque ahora, que vos luchás contra esa enfermedad, me has dado una lección de vida. Porque desde el primer día que me avisaste de esa leucemia, ese 25 de setiembre, me pediste que no llorara porque vos sabías que esto no te iba a botar. Porque cada vez que hablamos me doy cuenta que esto que pasás vos, eso que no termino de entender, más que una lucha contra la muerte es una prueba de la fuerza real de querer vivir, de la que quiero que me contés hasta el cansancio cuando ya todo esté bien y nos sentemos en un restorán chino en Cartago hasta que ya no querrás contarme más.
Porque no te he visto desde que me dijiste que estabas enfermo. Me decís “Este marisopo está gordo” y no te imagino, porque te oigo reirte como siempre. Me decís “me rapé todo el pelo” y para mí sos el mismo que me regaló una mezcladora de cemento de juguete. Me decís que sabés que todo va a salir bien y te sorprende que yo, la alérgica a Dios te diga que yo lo sé, que yo también tengo fe aunque sea no en tu Dios pero sí en tu fuerza de voluntad. Porque para bien o para mal no he podido ver lo que esta enfermedad le ha hecho a tu cuerpo- vos sos en mi memoria el mismo- pero sí he notado el otro cambio, el que importa.
Porque a partir de mañana y por tres meses, aunque quiera no voy a poder verte. Vas a estar aislado, en tu cuarto del hospital, que limpian tres veces al día las paredes con alcohol. Con dos personas autorizadas a visitarte. Pero no importa, sabés? Yo te voy a visitar también desde aquí. Y todos los días te llevaré alguna historia, alguna tonterita, alguna frase copiada a alguien, alguna banalidad, algún escapismo. Y será como si me sentara en la silla que me imagino a la par de tu cama y te tomara la mano y te dijera “vieras lo que estuve pensando…” y te hiciera preguntas y vos te rieras, como siempre.
Porque en esto que ha intentado acabar con tu vida, pero no ha podido; yo encuentro fuerzas para enfrentar las cositas tontas de la mía.
Ah, y el 20 de marzo, me importa un pito eso de ser atea. Yo también voy a estar rezando.
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