Pido “unas” de lo que sea, papas, palomitas, y siempre, sin falta, me dan dos. Me estoy acostumbrando a levantar un dedito cada vez que pido “unas” de lo que sea. Es peor con las palomitas, que en el cine se comen dulces. Las saladas son tan excéntricas que ni siquiera las mantienen calientes. Son para turistas.
No puedo decir que “vengo ahorita”, porque aquí esa frase tiene implicaciones de inmediatez. Mucho menos “ya regreso”. “Ya” es “sí, inmediatamente, en este momento, entiendo, claro, con gusto”. Debo decir algo como “regreso al rato” o “vuelvo al tiro”. Jamás un sinsentido como “ya ahorita” o “ya ya vengo”.
Me estoy acostumbrando además a hablar realmente lento, a escoger mis palabras, a sonar bien la erre. Aquí no soy chistosa, ágil en mis respuestas, mal hablada. Aquí nadie me entiende cuando hablo y yo, muchas veces, no les entiendo a ellos y volteo buscando al Antídoto, para que traduzca. A veces me entra tristeza, esto, de no entendernos, de perder mi yo hablado, de que la gente conozca el yo con dificultades de comunicación, incómoda con las lentitudes y los enredos. Para rematar, de sombrero y anteojos, no pocas veces me saludan de Gus mornis Miss.
En el Museo del Sótano de la Moneda, vemos las arpilleras de la Violeta Parra. La Viola Volcánica, le decía Neruda. La Viola que acabó con ella misma por su propia mano por el desamor de un hombre. La Viola decía que “las arpillera son como canciones que se pintan”
En 1870, por todo el largo de Chile, los juglares llevaban las noticias. Hacían caricaturas de un hombre de tres cabezas, para contar del bebé nacido con deformidades. De un demonio-vampiro, colmilludo y de sotana para contar del diablo que vino a buscar a alguien en algún pueblo. Colgaban las caricaturas de cordeles, para que todos pudieran “leer” las noticias. Se llamaba la Lira Popular.
Ayer, en Avenida República, entre caserones antiguos y árboles sombreados, está la Pompa Italiana. Ser bombero en Chile es un honor reservado a pocos hombres que donan su trabajo gratuito, agrupados por su nacionalidad. El abuelo Alfredo fue insigne miembro de la Pompa, que pide a todos los italos que se unan a sus filas. El Antídoto se niega a entrar para evitar los honores y alborotos propios del nieto de Alfredito. Al menos se deja tomar una foto.
Las calles están llenas de artistas musicales. Un conjunto se acomoda bajo la ventana del banco Edwards y se queja de que el arte chileno sigue siendo perseguido. Lo mandan a callar del banco. A todo pulmón les dice que con eso solo consiguen lo contrario. En la cuadra siguiente, un grupo de música típica. Los vimos en Valdivia en febrero, a mil kilómetros al sur de Santiago. Los reconozco porque el guitarrista de la guitarrita chica es único. Parece una caricatura.
Los artesanos de la feria del museo no quieren agradar a nadie. No son groseros, pero se nota que su dignidad vale más que el dólar de un gringo. No son muertos de hambre, son artistas. No presionan la venta, casi que la resienten. Me alegro de comprarles algo y de ayudar con eso, con su callada protesta contra la turistización de lo chileno.
La foto de Víctor Jara sonriente, me presigue. Abajo dice una verdad absoluta “Te recuerdo, Víctor”
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