Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

En Villa Grimaldi

desde la isla de

Me siento en el Bosque de los Abedules, donde los cuadros de hierba marcan el 1 X1 de las casitas de madera que retuvieron hasta 4 prisioneros. Les cuento, en el silencio de las hojas de los árboles, que escribí un cuento, acerca de ellos. Y les cuento otras cosas con lágrimas.

Caminamos por los senderos. Hace calor de zona bananera. De repente, en una esquina, como en una escena de García Márquez, se levantan mil moscardones y lo que le voy diciendo al Antídoto queda sumergido en el buzzz buzz ensordecedor de sus vocecitas negras.

La Torre está cerrada. Dicen que aun hay ahí ánimas penando. Una paloma empieza un cucú triste en su esquina. Un perquito verde, desubicado en estas latitudes, me recuerda mi casa. En el afiteatro, figuras de cartón de tamaño real de los detenidos desaparecidos le dan un aire lújubre. A los pies de una de ellas, los rastros de una candela consumida. “Está bien- me digo- hay que recordarlos como personas, no como fotos, como nombres o como números”

Me tomo una foto triste a la salida, rodeada de las fotos de 6 de los desaparecidos. Atrás dice “El olvido está lleno de memoria”. Yo no sonrío.

De repente recuerdo el aviso que vi en el metro. Inti Illimani, el pasado 7 de diciembre, hizo un concierto en honor de los trabajadores y de los muertos de Santa María de Iquique, en el velódromo del Estadio Nacional, donde hace 35 años mi suegro se enfrentó a la electridad y a todos sus miedos.


Gotitas de lluvia

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