Para cruzar de mi oficina al mall, hay que atravesar una calle sin señalización alguna, donde la decencia, el sentido común, la prudencia y el respeto por la vida, indica que el que viene manejando, frena para no levantarse al angurriento cristiano que se dirige al food court por su bastimento.
Pero, como la república independiente de Escazú lamenta que aun existan aspectos tan primitivos en sus tierras como peatones y buses de servicio público, todos los carros locales que circulan por la zona, reconocibles por su placa que inicia con número 6 (de lo reciente), MI (de lo extranjero) o sin ella (evidencia de lo reciente de la compra), hacen que cruzar la calle sea un atentado. Aquí se gana uno la vida todos los días, si logra cruzar íntegro.
Los hombres se detienen solo si el gajo que cruza es de buen ver, por culpa o porque algo recuerdan de la enseñanza de cómo se comporta un caballero. Pero cuando va una dama de asiliconadas proporciones al volante y lentes a lo Jackie O aun en días oscuros, es má spausible que se arreglen los huecos de las calles que la doña se rebaje a detenerse.
Por eso, cuando me veo a punto de ser embestida por semejantes sanguijuelas, que al ver desde la lejanía a peatones como yo, aceleran; igual me lanzo retadora por media calle y las miro fijamente mientras recito lo que he intitulado como mi maldición escazuceña, haciéndoles señas con la mano copiadas de mis lecturas de infancia de gitanos y hechicería:
“Que el carro no sea tuyo ni la plata para comprarlo. Que se descomponga el aire y se te derritan la nariz, la barbilla, los dientes y las tetas nuevas. Que se te olvide todo el inglés y te atragantés con esa papa que andás en la boca. Que cierren para siempre tu tienda favorita en Multiplaza. Que se te devuelva la grasa que se fue en la cirugía. Que tus amigas hablen pestes detrás tuyo. Que tengás una vida aburrida. Que se te dañe el manos libres, el celular, la conexión de cable, el CD y la secadora. Que uno de tus hijos te salga socialista. Y que ojalá tu marido te de vuelta” (Lo último porque llegué a la conclusión que el pobre marido algo mejor se merece).
Rechazo por si acaso las acusaciones infundadas de resentimiento social.
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