No solo se devalúa el dinero. Se devalúan también, las palabras.
No solo las palabras del que se dijo hombre y prometió arcoiris para después arrepentirse y esconderse y huir de la vergüenza de su traición en una tormenta de truenos. También las palabras solitas, las palabras escritas, las palabras que hablamos, de cómo te digo yo a vos y vos a mí.
De la palabra compañera, por ejemplo. Hay muchos que no saben ni les importa, que va más allá de la canción de Adrián Goizueta. Que no se usa solo para el que se sienta al lado mío en la escuela o el que trabaja en el mismo ministerio u oficina. Que no es una denominación solamente marxista, roja, izquierdosa o comunista.
Hay muchos que no saben que compañera no se traduce, al inglés, por ejemplo, y tienen que usar palabras como “comrade” los gringuitos, porque los grados del cariño, como compañera, no se traducen a los idiomas del comercio. “Mate” simple y sencillamente no le llega.
Hay muchos que no saben que tiene una profunda raíz histórica. Que resume la definición del amor de la ciencia, del pobre amor, tan mentido, tan disimulado, tan fingido, tan actuado por tanto amoricida, como decía Ana Istarú cuando los acusaba. Amor como cuando uno dice “Vos me importás”. Amor como cuando uno dice “Tu seguridad y tu bienestar son tan importantes para mí como las mías”. Amor como cuando uno dice “Me gustan y quiero tus cosas como te gustan y las querés vos”. Amor como cuando en lugar de decir en tarjetitas y peluchitos, se actúa.
La palabra compañera, a mí, me trae recuerdos a blanco y negro, arenosos, que son ajenos por el tiempo, pero que son míos porque los siento muy adentro. Supera el noviecito de la mano sudada y del amor clásicamente romántico, que de por si que ya estoy yo muy vieja para andar en esas de novios y apretecillos insípidos.
Supera los poemitas de desamor y las dedicatorias de canciones en la radio. Supera el acostón por lujuria, supera a los que ponen el cuerpo pero dejan en el resto un vacío que sabe a hielo amargo. Supera las angustias, las sufrideras, los pétalos de margaritas en la ruleta rusa del tequiero/notequiero, el contarle y pedirle consejo a una mejor amiga.
Palabras como compañera, son más que un sentimiento de cómo te quiero. Son un compromiso, una responsabilidad, una promesa de estamos juntos en esto y esto va más allá de los pajaritos y las flores y los corazoncitos y las serenatas y puede ser el tiempo, y la familia del otro, y mis traumas y los tuyos, las imperfecciones de ambos, los hijos, las distancias, las adversidades, las cosas alegres, las cosas tristes, el trabajo, la duda, el dolor, el alejamiento: la vida. Es la promesa de que como el MIR; allá en otros tiempos, Yo no me asilo. Yo me quedo con vos. Aunque sea sin coger, aunque sea sin plata, aunque las condiciones cambien siempre y cuando vos no cambiés y te volvás un desmemoriado, un amnésico de lo importante.
Porque nos acompañeramos, por eso…
Porque honro mi palabra en esto aunque en lo demás sea un veleta y un vendido. Porque es en serio. Porque te creo.
“Compañera” como me dijo don Augusto, un 11 de setiembre, en medio mercado de Santiago. Me levantó de la mesa y de mis machas a la parmesana, y él viejito de cargar con tantas cosas que vieron sus ojos acuosos, me colocó en el centro de los cuatro restaurantes y pidió silencio a los comensales. Me tomó la mano y se pasó la mano por la frente. Respiró para afianzar la voz. “Compañera…” repitió- “Gracias por venir a solidarizarse”, con una sonrisa triste y agradecida y desde mi camiseta, Allende, sereno, nos veía a don Augusto y a mí llorando.
“Compañera”, como dice la dedicatoria del libro de Eduardo Montecinos. Me lo mandó con una amiga. No lo he visto aun para darle las gracias en persona. Conversar una botella se llama y es maravilloso porque cuenta su vida, lo que le pasó, su detención, su tortura, no desde la amargura ni el dolor sino desde la fuerza que le dio, de cómo se apoyaron unos a otros, de cómo fueron solidarios, de la congruencia. “Escríbalo- le había rogado yo hace unos años- escríbalo porque esas cosas tienen que quedar para los que vienen” En mi ignorancia y mi arrogancia ignoraba que desde hacía años venía escribiendo. Lo leo y veo la clase de hombre que fue y que sigue siendo y me muerdo los labios de vergüenza al recordar mi reproche cuando lo increpé emplazándolo, de porqué su Valparaíso no salió a defender al compañero presidente cuando amanecía el golpe y anunciaban que bombardearían La Moneda. Y leo la dedicatoria otra vez más y sé que cuando le diga que no me merezco que él me diga así, me sonreirá nada más y no me va a decir nada.
Compañera. Lo dicen los revolucionarios, los guerrilleros, los utopistas, los que quieren jugar de alternativos, los izquierdistas, los que abusan de la palabra, los cubanos, los comunistas, los que la manipulan, los que no saben, los que no quieren enterarse, los que están en unión libre y les da vergüenza porque no pueden decir esposa, los de autocrítica, los estudiantes, los sindicalistas, los políticos.
Que la sigan diciendo, así, irresponsablemente. Que la prostituyan todo lo que quieran. Para mí seguirá siendo lo mismo y se me va a detener el corazón un latido cuando la lea, cuando la oiga, cuando la diga y cuando sepa que es sincera. Para gozar del orgullo en la voz del que lo dice. Para respetarle que tiene los objetivos y los sentimientos claros. Porque me detengo un segundo a pesar en todo esto y siento al corazón como un mariposa que revolotea contenta en una caja hecha de vitrales de colores.
Y, diriía el Tío Pablo, estoy alegre, alegre de que sea cierto.
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