Anoche soñé que entonces, en este año nuevo, voy a hacer mío el cliché de vida nueva que se traduce en obsesiones nuevas o por lo menos en librarme del yugo de las anteriores.
Reviso y renuevo el plan malévolo de guarever goes y lo discuto y comparto con mi pseudo terapeuta designado de cabecera, mi amigo Memo, indiscutible guía, consulta y compañero de casi todas mis fechorías, planes y trastadas.
Nos vamos de almuerzo para discutir cuál es el mejor plan de huida del par de grilletes mentales que me han detenido. Y entonces, entrando no más, me dice mientras me encandila un segundo la sombra contra el sol blanco de medio día: “Mirá quién está ahí”, sin mayor detalle.
Y yo sé que esa frase y ese tono se destina solo como alerta a la presencia de uno de los elegidos para esta limpieza de inicio anual por su condición de cadena y me preparo mentalmente fortalecida para no derretírmele a los pies y ni me preocupo de si voy peinada o con el maquillaje corrido, pero por la fuerza de la costumbre sonrío y por la fuerza de la genética me quedan mis ojitos chinos y lo veo a través del efecto óptico de los ojitos orientales ponerse de pie muy serio y hasta incómodo y extender, muy tieso y distante, la mano:
“Qué? Cómo van? Feliz Año. Sole, vos a mi mujer, la conocías?”
Y entonces me despierto y abro los ojos en la oscuridad y miro.
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