Me quedó rebotando en la cabeza el comentario ese de Sirena en el post previo, de que a pesar de mis intentos de entrega incondicional y sometida al dios del hambre, se me sale el romance. Y, advierto, puede ser que sea cierto.
Déjenme contarles, antes de entrar en materia, que conmigo de paciente Freud no hubiera pasado a la posteridad, porque además de que siempre me acuerdo de mis sueños con exactitud asombrosa, son más simples y sin gracia que calzonillos de manta. Responden puntualmente a lo que viví, leí, vi, desee o pensé durante el día. A lo que quiero hacer y a lo que le tengo miedo. Creo que les dicen sueños infantiles. Nada de enredos con simbolismos, edipos, revelaciones o presentimientos.
Soñé que finalmente el Patán y yo pudimos ponernos de acuerdo para el concretamiento del asunto (Nota de Sole: Eso sí que sería un sueño, en la vida real…) y ya estando en algún lugar innominado que se veía sospechosamente standarizado al modelo de motel local (Nota de Sole: Ahorrense los malos pensamientos. No conozco. Me han contao) estábamos de pie uno frente al otro. Viéndonos. Listos para todo. Muy cerca. Me envolvía su olor – una mezcla de hombre, colonia y cigarro. Me alteraba todo. Me faltaba, como siempre, la respiración. Una barra de acero me atravesaba el cerebro.
Entonces yo levantaba las manos para empezar a desabotonarme la blusa (Nota de Sole: Ojas al estilacho Corín Tellado…) . Y el Patán, achina los ojos y me hace la sonrisa a medias que tanta inestabilidad me ha causado y me decía:
“Entonces, qué?”
Y antes que yo le pudiera responder con un entusiasmado: “Diay, nada… DEMOLE!” me interrumpía para decirme, demoledor:
“Quéres que te mienta un Te quiero, o algo?”
Y entonces me desperté.
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