Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Entradas etiquetadas ‘Mimí’

Hombres

martes, octubre 16, 2012

El desarrollo (específicamente el mío) vino a cambiar para siempre las bases del idilio que siempre tuvimos Mimí y yo. No varió la cantidad de amor, no. Lo que se incorporó fue una férrea vigilancia de mi abuela a algo indefinido, pero que tenía relación directa con mi nueva condición de señorita.

Todo empezó aquel sábado que me vio bajar las escaleras a lo chancho chingo, en jeans y camiseta, como una estampida, es decir, como siempre. No me dijo nada, pero en frente mío, la llamó a Ella por teléfono y la regañó con toda la autoridad de haber sido su suegra. Le dijo que si no no se daba cuenta que yo ya estaba creciendo y que o me obligaban a usar camiseta, que era de por sí ridículo o me compraban mi primer brassier, pero que no podía ser ese relajo.

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Arroz

miércoles, octubre 3, 2012

No sé dónde compraba el arroz, porque mi abuela nunca fue persona de supermercados. Le chocaban esos lugares grandes, impersonales, los carritos, la cantidad enorme de productos que la mareaban.

Compraba en el Mercado Borbón, cada semana. Yo siempre iba con ella. “Camina adelante, yo voy detrás tuyo”, me decía. Y yo me internada en ese laberinto oscuro, escuchando sus instrucciones “Aquí doblamos. Vamos a donde los bananos. A donde doña Odily por un pollo. El queso donde Benito”. Más joven se ponía la bolsa en la cabeza y caminaba con equilibrio perfecto. Siempre terminábamos con premio de un helado de sorbetera donde Lolo Mora y una bolsa de un kilo de maní para ir pelando y comiendo.

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Historias maternales mínimas

miércoles, agosto 15, 2012

Los tres años que Mimí fue a la escuela, fue sin desayunar. Los tres años tuvo una maestra que, como a las 10 de la mañana, cuando arreciaba el calor, le pedía a la mejor alumna- a Mimí- que fue a comprarle un pinolillo bien frío. Mimí iba orgullosa y feliz. De vuelta, sudando bajo el sol, patita en el suelo, vestidito de manta, se decía a sí misma “Si me tomo un traguito, nadie se va a dar cuenta”. Y bajaba un sorbito. “Solo me salió espuma…”. Otro sorbito. “Me supo medio raro la leche. Voy a probar a ver porque si no me devuelvo a que lo cambien”. Otro sorbito. “No me fijé si estaba bien batido”– Y así hasta llegar a la escuela con un culito de pinolillo en el vaso. Todos los días, la maestra la recibía del mandado con una sonrisa “Gracias Natalia. Sentate”.

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