Hombres
martes, octubre 16, 2012El desarrollo (específicamente el mío) vino a cambiar para siempre las bases del idilio que siempre tuvimos Mimí y yo. No varió la cantidad de amor, no. Lo que se incorporó fue una férrea vigilancia de mi abuela a algo indefinido, pero que tenía relación directa con mi nueva condición de señorita.
Todo empezó aquel sábado que me vio bajar las escaleras a lo chancho chingo, en jeans y camiseta, como una estampida, es decir, como siempre. No me dijo nada, pero en frente mío, la llamó a Ella por teléfono y la regañó con toda la autoridad de haber sido su suegra. Le dijo que si no no se daba cuenta que yo ya estaba creciendo y que o me obligaban a usar camiseta, que era de por sí ridículo o me compraban mi primer brassier, pero que no podía ser ese relajo.