Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

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Consejo caribeño

domingo, agosto 26, 2012

Veníamos del paraíso. De un archipiélago lleno de sol. De un hotelito en una isla desierta donde se rumora que a veces los delfines juegan a brincar por encima del muelle. De viajes en barquitos. De pececitos de colores, de corales, de tortuguitas recién nacidas corriendo al mar. Del sol, de atardeceres y del silencio. De un lugar sin tiempo.

La frontera es, toda completa, un enorme puente Bailey. No solo por los 3 nuevos, pegados uno detrás del otro, en lo que parece es el punto más olvidado del país. Las filas. El calor. Lo pegajoso. El olor. Las filas. Los trámites. Los niños indígenas descalzos, que casi no hablan español, pidiendo una monedita. El chofer que los regaña con asco y nos advierte que no les demos nada. La señora embarazada que casi se desmaya del calor. Los europeos confundidos de tanto trámite. Cualquier cosa que no sea agua helada agrava la cosa, porque lo dulce te ahoga. Mi reino por instalaciones dignas, con aire acondicionado, de ambos lados.

Me agobian, además, los malos recuerdos de los viajes de 36 horas a la otra frontera, saliendo de madrugada de la cañada, llegando al amanecer a Paso Canoas, recorriendo tienda tras tienda, comprando shampoos, cremas, blusitas chinas, perfumes de imitación, tennis de marca. A mí nada me quedaba. Y en el calor húmedo, probarse cosas, es igual de incómodo que ir al baño porque la ropa se te paga. Queso rojo, chicles americanos, cigarrillos de chocolate, latas de frutas y de galletas. Mimí metía todo en un saco de gangoche y encima ponía calzones de dos días. Cuando la revisaba el aforador, le decía “Papá, ¿cómo vas a hacer pasar una vergüenza así a una pobre vieja? ¿No tenés madre vos?” Y así hacía su contrabandeo hormiga para la reventa. Entonces también había que esperar, medio dormidos medio acalenturados del cansancio y del calor, todos con varias capas de ropa nueva para – según la excursión- despistar. Y todos echando, para contribuir a la corrupción del aforador, que se hacía de la vista gorda.

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