Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

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El General Peaches, chismes militares y el Patán

lunes, noviembre 12, 2012

Estoy realmente anonadada con la caída del director de la CIA, sobre todo por lo prosaico de las condiciones en las que cayó. El General Peaches, como es conocido para los amigos, llevaba una vida entera de éxitos militares y deployments (en español despliegues o misiones militares) extendidos. Aparentemente, este general era algo así como el Eisenhower o Patton moderno, con experiencia en cuanta guerra hubiera habido desde que entró al ejército.

Durante el gobierno de Bush lo veíamos con frecuencia porque tuvo a su cargo la operación en medio Oriente y salía un día sí y un día no en las noticias. Su doctrina fue inmortalizada como la doctrina Petreaus, considerada un manual de la milicia moderna.

Cuando mi negro lo fue a ver a Afganistán, se agarraron de forma saludable. Eso resulta sorprendente para un país como el nuestro, donde le rehuímos a la confrontación a punta de sonrisas ocultando el puñal por la espalda o nos agarramos en una explosiva versión de un pleito de cantina. No conocemos punto medio.

Peaches, que acaba de cumplir los 60, además corre 15 millas diarias. DIA-RIAS. O sea, el roco está fit y poderoso para sus años. Y encima con ese apellido: Petreaus, pétreo, fuerte como la roca. Por cierto, ese es el adjetivo que además se usa para describir una erección sana. Peaches desmintió rumores de intereses electorales y aceptó retirarse del ejército para asumir la dirección de la CIA. Logró mantener un alto nivel de enlistamiento que evitó una conscripción obligatoria, cosa que los gringos dudo mucho que hubieran aguantado.

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El filo

jueves, octubre 25, 2012

Salí antes que el resto de la gente. No era particularmente tarde, pero la calle tenía ese aire desolado tan propio de las ciudades abandonadas. El sulfato brillaba del aguacero recién detenido. No se veía ni siquiera un carro, menos un peatón. Sombras y luces de poste, nada más.

 Son cien metros– pensé- menos de una cuadra. Si le pongo llego rápido al parqueo. Y empecé a caminar.

Me pesó el bolso de la computadora, donde llevaba además la billetera.  Los documentos son lo de menos. Esos los pierdo a cada rato. Me preocupan más las tarjetas. Estos zapatos resbalan. La herida me duele y me arde y no me permite dar zancadas. Correr mucho menos.

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Epílogo de un Pegabanderas. A dos años y pico del triunfo

viernes, octubre 5, 2012

La puerta del ascensor se abrió directamente en el pasillo. Era un edificio elegante, en una avenida elegante, la dirección perfecta para una oficina como esta. Como siempre, como en todos los países, en un lugar que suena chic y al que ningún taxista le llega, por chiquita y escondida.

La doble puerta de madera y la agarradera dorada, los pisos de mármol, confirmaron que estábamos en el lugar correcto. La plaquita en la puerta ayudaba “Embajada y Consulado de la República de Costa Rica” y el escudito.

Había una fila larga de gente con sus papelitos en la mano, en bolsitas de plástico y cara de aburridos. Cambiaban la cadera de tiempo en tiempo para descansar el peso sobre las piernas. Yo hice fila 5 minutos y cuando vi que la cosa no se movía, muy segura avancé a zancadas sobre mis tacones, colándome delante de todo el mundo. Seguís leyendo