Llano Grande. Cerca del Volcán Irazú. Puro campo. Neblina. Frío. Pelo de gato. Cerca de alambre de púas. Camino de lastre. Primero el papal, todo verde – por la buena semilla. Quieren ir por fresas?
– Vos conocés al dueño?
Claro, Tacaco. Era socio mío. Trabajamos juntos qué?, catorce o quince años? Ibamos a medias con los papales. Hicimos buena platilla. Comos sesenta millones caduno. Sesenta millones en el tiempo que eso era plata. Ahora tal vez no suena a tanto.
– Y qué se hizo?
Tacaco se metió en malos pasos. A mí él me dijo que si me animaba y yo le dije que no, que yo hasta aquí llegaba, que me quedaba con mis papas, que no estaba para nada más.
No sé en qué se fue a meter Tacaco, pero, diay, se gastó esa toda esa harinilla, se quedó sin un cinco. Uno lo veía. No tenía ni para comprase botas pa trabajar ni medias. Andaba con unas medias llenas de huecos y remiendos y unas zapatillas todas malas. Hasta miedo le daba a uno que lo fueran a meter a la jeruza.
Un hombre sabe sembrar papas. Cuando sabe sembrar papas, no necesita robarle a nadie ni engañar a nadie ni estarle pelando los dientes a nadie. Un hombre ocupa buenas botas, porque se van gastando cuando uno trabaja. Un hombre se pone las botas y viene a ver la finca todos los días, revisa el papal, corta las fresas, atomiza, siembra, riega, espanta coyotes, mata tartuzas, mete el tractor, jala al caballo. Un hombre sin botas no sirve para nada. Un hombre que no sabe sembrar papas, tampoco.
Un día me dijo que quería hablar conmigo y vinimos aquí a este fresal. Y me dijo Tacaco que se quería matar, que no tenía ni para comprar el comestible.
– Vos que le dijiste?
Diay, que no había necesidá de hablar así. Que para eso éramos los amigos. Cómo le iba a decir que no, si nosotros nos conocemos desde que estamos chiquillos?
Yo te ayudo en lo que necesités. Lo primero era comprase unas buenas botas para trabajar. Después me pidió para cuatro vaquillas para vender la leche y para pararse de nuevo. Tacaco es un vagazo, pero había que ayudalo.
Eso sí, le tuve que dar la plata a espaldas de doña Zulay. Fue millón y medio. Igual se dio cuenta un día, doña Zulay y me dice y aquel millón y medio de pesos? Se los di a Tacaco, porque los necesitaba. A ese vago? Que nunca nos ha dao nada, que nunca nos ha traido nada, ni se ha preocupao por nosotros.
Bueno, ya. No se meta. Tacaco lo necesitaba. Así es.
– Y porqué doña Zulay?
Diay, porque ella es la que maneja las cuentas y sabe qué hay y que no hay y en dónde. Que entra y que sale.
Cuando hablan de amas de casa, de las que hacen oficio, que saben cocinar; hablan de mujeres como Zulay. Nunca le faltaron hijos. Ha parido cinco. Las mayores ya la hicieron abuela; el menor acaba de cumplir 5 años. En la mesa nunca falta el pan de anís con pasas, tortillas con queso palmeadas, bizcocho, natilla, queso y café para las visitas. Sobre todo café. El es el que trabaja, pero ella es la que maneja la plata. En sus cuentas, nunca falta ni un cinco. Es la señora de la casa.
– Y te pagó Tacaco?
Claro que me pagó! Se compró este pedacillo. Por eso yo entro y salgo como si fuera mío. Le ha ido bien con las fresas. Si ayer hubo corte no encontramos nada. Nos jodió el hijueputa de Tacaco! Ah no, mirá! De este lao no cortó. Quedaron unas fresas buenas. Voy a buscar a ver si encontramos una cajilla para llevalas.
Recorrer las eras. Esculcar las matas. Llenar una caja grande, completa. Comerse un montón, sin lavarlas. Las tennis con barro. Nosotros no tenemos botas. El frío, la neblina el pelo de gato y el café que nunca falta en la mesa. Devolvernos a la casa.
Ahí en esta casilla rosada vive Tacaco
– En cuál? Esa de madera?
– Sí. Pasemos callaos.
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