Miami. 1980. La esposa de mi tío, Yvonne, había anunciado que vendría su amiga María a comer con nosotros. Mimí le había preguntado si eso le parecía apropiado considerando que habíamos chiquitos (yo) en la casa. Yvonne le había contestado con insolencia que esa era la casa de ella y que tanto Mimí como yo (los chiquitos) éramos visitas.
Hace una hora estamos esperando que llegue Yvonne, porque fue a traer a María. Mimí ha barrido y trapeado la cocina varias veces. Ya cocinó toda la comida. Ya no halla qué hacer y se queja de que ya no fuma porque si todavía fumara pasaría la ansiedad con un cigarro en la boca. Le digo que fume, entonces. Me dice que deje de hablar mierda.
Llegan. Yvonne con su aire elegante, su sonrisa perfecta y triste, aquel pelo negro, largo, ondulado, que la cubre como una piel carísima. Yvonne es pequeñita. Muy blanca. Muy linda. A mí me dice muchas mentiras. Me dice, por ejemplo, que fue modelo cuando era joven. Me dice que es una lástima que yo no sea bonita.
María sube las gradas y entra. Ella y Mimí se ven de arriba a abajo. Mimí es una mujer muy alta y se impone, con su moño, con su cara seria, cuando ve a alguien así y ni siquiera sonríe. Nos sentamos a la mesa. Yo a la par de Mimí. Yvonne en el otro extremo. María a un lado de mi abuela. Yo, al otro lado.
Ellas, las grandes, hablan de Costa Rica. De cómo está esto o aquello. De qué cosas han cambiado y cuáles siguen siendo las mismas. Quién se ha muerto. El barrio, el mercado, la política. María come con ganas y está agradecida y le dice a mi abuela que llevaba años, los mismos que lleva en Miami, de no comer comida casera.
“Te recuerda el bocadito de tu madre?”- le pregunta Mimí. Y María no le contesta y vuelve la cara para prender un cigarro y se ve que la pregunta le dolió un poco.
Mimí, que siempre habla y habla mucho, no dice nada. Observa a María y hasta achina los ojos para que no se le vaya un detalle. Yo imito a mi abuela. Vos lo notás, Mimí? Ese color de pelo tan lindo, como de Barbie, es teñido, verdad? Porqué María tiene las manos tan grandes, tan fuertes? Habla así de raro por tanto que fuma? Qué es esa pelota que tiene en la garganta que le sube y le baja? Es bonita, Mimí? Qué es lo que tiene? Qué?
María está evidentemente incómoda, pero no dice nada. Yvonne tampoco. Ella cree que con esto desafía a mi abuela, que se impone, que muestra quién manda. Yvonne es la tercera esposa de mi tío y, evidentemente, no se ha dado cuenta todavía de la clase de suegra con la que se está metiendo. Ya le dará tiempo.
María pasea un poquito de comida que le sobra de un lado para el otro, incómoda. Mi abuela la sigue observando y yo, lo mismo. Poco a poco, Mimí deja su posición de alerta y se arrecuesta, satisfecha, en la silla, como si el misterio se hubiera resuelto y solo ella lo supiera.
Yvonne aprovecha y se levanta a no sé qué cosa. María la va a seguir, pero Mimí es más rápida. Le deja caer la mano encima a la fuerte muñeca del brazo de María, sosteniéndola como una cadena, inmovizándola. María se ve sorprendida por la maniobra y no intenta soltarse. Mimí se le acerca a la cara y le pregunta a quemarropa, curiosa y con duda, sin hacer un escándalo:
– Papito, ¿vos sos gallo o gallina?
María deja pasar unos segundos y baja los ojos y le pone la otra mano encima a la mano de mi abuela y la ve a la cara y sin forzar la voz, le dice:
– Gallo, doña Natalia. Apenas estoy ahorrando para operarme.
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