Llevo un par de días rumiando, si escribirte o no, sobre todo porque como vos debés de saber y si no, enterate, hace mucho que no reconozco tu autoridad o la de gente como vos y los tuyos sobre mi conciencia, mi alma o mi vida.
Pensé en escribirte en ese que en tu lejana infancia de juventud nazi fue tu idioma materno y el de consignas de odio. Ve vos la casualidad que en el ocaso de tu vida (sí, el ocaso. Porque yo creo que vos no estás esperando la llamada del señor. La tenés en espera) vos y la organización que dirigís vuelvan al mismo tipo de consignas. Pero luego me arrepentí- de lo del idioma- porque además de arrogancia mía, lo cierto es que para los insultos me siento más cómoda, más a mis anchas, más en mi charco, armando bronca en mi idioma materno.
El origen de todo esto fue un desayuno mañanero en un país tropical, donde los noticieros tienen la mala maña de mostrar huesos a medio cortar, allanamientos a gritos y empujones, violaciones y otras cosas morcillescas. Entonces se ve una obligada a buscar otras opciones informativas.
Ese día agarré las noticias más temprano que de costumbre, producto del insomnio, solo para ver a uno de los chiquillos tuyos, de fuerte sotana, decir una barbaridad. Deduzco que era uno de los chiquillos del Opus, porque en Chile, todo el Opus es Iglesia o al revés, que viene siendo lo mismo. Se ha rajado, este ministro de los pobres, a pedir públicamente y sin asomo de sonrojo que con ocasión del bicentenario de la independencia chilena, nada más y nada menos que el indulto, la ley de punto final, perdón y olvido, para todos los involucrados en el gobierno militar.
La periodista, ofendida, a medio camino entre la sonrisa irónica y el madrazo, le pregunta al padrecito que si no le parece que los crímenes de lesa humanidad, que no prescriben nunca, no pueden ser sujeto de semejante cosa.
El cura, sin movérsele un pelo de su carita de barro (o de palo como dicen en Chile) le responde que ya ha sido suficiente para esa pobre gente pasar tanto tiempo pensando que en cualquier momento les cae la justicia.
La periodista, incrédula, insiste en que semejante cosa de seguro causará una revuelta en Chile, empezando por los sobrevivientes y siguiendo por los familiares de los que nunca volvieron para contar el cuento.
El cura la mira con cierta sobrada ternura y hasta cierta condescendencia. Y le explica, que al igual que en Costa Rica, lieber Ratzi, no hay escándalo que dure tres días, así que aunque al principio esos- las víctimas, quiso decir Ratzi-Schatzie- hagan alboroto y trifulca, al final todo quedará como siempre: en nada.
Y estaba ya yo preparada para decirte que vos y la franquicia me dan asco. AS-CO.
Que no les basta andar paseando un hueso de quién sabe hace cuántos años en gira mundial con artículos de mercadeo incluidos y visitas santas como conciertos. Conversatorios con lo que en cualquier otro caso se llamaría desecración de un cuerpo. Dejá al muerto tranquilo.
Que de un solo tiro a lo abra cadabra, patas de cabra, pastel de zarzamora, convertir de repente una puerta en un portal a la inocencia del recién nacido, siempre y cuando se quede uno a la misa completa. Una maravilla: robar, violar, matar, pasarse por el rabo los diez mandamientos y las normas mínimas, pero atravesando la puerta, por obra y gracia del jubileo, queda uno como recién bautizado. Y lo mejor: no aplican restricciones, pero es una oferta temporal que celebra el matrimonio tradicional. Dejá a la fe tranquila.
Que no les basta pedir perdón para pedófilos, enfermos que abusaron de niños por años amparados al manto del santo silencio; sino que ahora quieren además perdón para torturadores y asesinos.
Es increíble la capacidad de perdón de la santa madre iglesia, verdad? En su pecho hay suficiente espacio para banqueros y violadores, para militares, torturadores y sus patrocinadores.
Se acepta a todas las ovejas negras, independientemente de la negrura de sus intenciones; eso sí, que no sean homosexuales. Porque algo me dice que no te dará la vida ni lo obsecado para decir algo así como “dejad que los homosexuales vengan a mí”. Pero eso es otra bronca.
Y te iba a decir exactamente porqué me parece que vos y los tuyos prostituyen a Cristo y abusan de la fe de la gente que necesita creer en algo. Que debería darles vergüenza, que la tuca en el ojo, que el ojo de la aguja, que los fariseos del templo. Que aquí, la predilecta debería modificar la Constitución de una vez por todas y repetir lo que se hizo hace ya casi cien años de expulsar a tanto cura, expropiarles los bienes para ayudarles con el voto de pobreza y prohibirles intervenir en temas educativos.
Pero vieras que luego me quedé pensando y decidí que no tengo yo derecho de decirte nada. Vos hacés lo que tenés que hacer como pastor alemán y vicario de Cristo. Promovés las cosas medievales en las que insistís, con esa inafalibilidad tan coqueta, que creamos todos. Le ponés al tema de tu negocio.
Lo que debería darme asco, es que eso que está pasando en Chile, es evidentemente compadre hablado. Que ningún cura en su sano juicios se hubiera animado a decirle a Bachelet, sobreviviente de un centro de tortura, que era momento de perdonar a esos que violaron a mujeres frente a sus padres, a mujeres con perros, a mujeres frente a sus hijos, o que simplemente las violaron y las golpearon y les pusieron electricidad hasta matarlas; que ya era suficiente, que los perdonaran.
Eso solo se le puede decir a un presidente de derecha, que ya avisado de por dónde viene la cosa, en lugar de indignarse, recordarles que Chile es un estado laico (a diferencia nuestra) y echar a todos los curas a la calle (en lo que, ya tienen experiencia: hace 37 años echaron a todos los comunistas que no pudieron matar); se hace el que escucha por primera vez una maravillosa idea que lo puede librar de esos molestos escandalillos por estar enviando de embajadores por el mundo a colaboradores de Pinochet que tienen la cabrona costumbre de seguir abriendo la boca confirmando que los tiempos han cambiado pero que ellos no han cambiado de forma de pensar.
Y entonces Piñera, sintiendo en su sonrisa blanqueada la oportunidad histórica, de pasar a los libros como el presidente del terremoto y de la reconciliación nacional, dice que la idea no le parece tan mala. Que tal vez llegó el momento de dehar atrás el pasado y mirar con emoción hacia el futuro que le espera al país que construyó su milagro económico sobre los cadáveres de sus detenidos desaparecidos, la traición a su presidente y el dolor de su pueblo.
Pero Sebastián, nuestro querido pequeño, tampoco tiene la culpa. Es como vos. Apenas un predicador imprudente de sus creencias.
La culpa, Ratzi-lein, la tienen el ehército de anónimos chilenos que, teniendo la opción, eligió a la derecha. Esos millones de anónimos que todos los días quieren saber de farándula como si de eso dependiera que les suban los salarios. Los que creen que la vida es como las teleseries de TVN. Los que quieren que el reguetón sea declarado himno nacional chileno y viven para ver el próximo Festival de Viña. Los que resienten la exclusión no por conciencia de clase, sino por estar afuera.
Esos son los responsables, los que dan el espacio para que un cura, en un país como Chile, se atreva a decir lo que dijo y que el presidente lo tome como una propuesta seria y sin que la prensa crucifique a ninguno, sino que se lo tomen como cualquier cosilla, como si la declaración hubiera sido que se analizará el censo del año pasado.
Nadie le pregunta las víctimas, que deben sentir esa impotencia helada, esa sorpresa de que otra vez pase lo impensable, ese aislamiento de sentirse molestia, esa sensación de no tener derecho a decir nada o peor aun: de que ya a nadie le importa.
Y de todos estos días que he andado rumiando, llegué a una conclusión definitiva: si en Chile aprueban el indulto, yo, a ese país, no vuelvo. Y ahí veré como hago para arrancármelo.
Deja un comentario