Traté de no darle importancia, hasta el momento mismo en que estaba solo con una batita, con una gorra en el pelo y la dignidad en la mano. Me despedí en la puerta del quirófano y se me quebró la voz.
No me dolió la vía, pero en los dos días siguientes me la huevié tanto por estar trabajando, que me la pasaron de mano y ahora las siento a las dos ahí, fantasmas, presentes, punzantes, fantasmas, destrozándome con ansiedad la vena.
Dicen que cuando me empezó a hacer efecto el sedante, empecé el show. Saludé al oncólogo y me volví a decirle al anestesista “Ahí está el maricón del Dr. Soto. Ese mae lo ve a uno en la camilla ginecológica pegando gritos y llorando y queriendo tirarse al piso y le dice “Vamos muy bien mi querida niña. Adelante, así, muy bien, excelente.”. Cuando me quitaron la bata “Vieron? Me tuve que rasurar yo misma. Avísenle al Patán que quedé como el último de los mohicanos”. Me disculpé de la cantidad de gases, asegurando que de todos modos eran suela de hule, como decía mi abuela. Y conté chistes de todos los colores. Entonces dieron la orden de dormirme completa y no me dormía. Tuvieron que subir la dosis para que me callara.
La recuperación es como una película de esas donde el gobierno gringo experimenta en estudiantes con alucinógenos y todos están amarrados a camas donde viven sus propias pesadillas. Dicen que cada vez que me desperté hice las mismas preguntas: “Cómo salió todo? Me tuvieron que poner sangre? Completaron el procedimiento?” y “Gracias Mauro”. Me desperté unas cinco veces durante cuatro horas, viendo a una enfermera o al doctor como a través del ojo de una puerta. Todas las veces me preguntaban que si me dolía y yo decía que sí. Me preguntaban que dónde y yo decía que la panzita. En esa neblina recuerdo que mi amigo, el Dr. M me dijo que dejara de decir que me dolía o si no, no me pasaban al cuarto. La última fue la vencida y di la respuesta correcta. Fui la última en salir.
Me dolió pasarme a la cama pero casi no me acuerdo. Me pusieron una sonda, unos tubos, una mantilla y unos sueros y puede ser la noche en que mejor haya dormida en las últimas ocho semanas. A las 6 de la mañana ya estaba enviando mensajes a la turba reportando resultados.
La levantada fue medio trágica porque me descompuse, porque me bañan extrañas, porque me llevan al baño personas que no conozco, porque todo me da vuelta, porque la vida de uno recién operado, no vale nada. Porque está uno en las manos de las enfermeras, que en mi caso eran tan cariñosas que casi me hacían llorar de tanta atención inmerecida, de tanto gesto amable. Debe ser una de esas profesiones para las que se ocupa vocación. Una de ellas me dijo que había trabajado toda la vida en el Hospital Nacional de Niños. Yo le dije que estábamos a mano porque con estas cosas yo era una chiquita de cuatro años.
Vi una foto del tumor. Era como un arbolito de coliflor y por eso la operación fue mucho más fácil, porque se fue en un solo corte. Era como ver un pedazo de carne, pero lleno de espinillas gigantes, amarillas y purulentas. Toda mi maldad, todos mis malos pensamientos, allí concentrados. Así se debe ver el verdadero charol de mis entrañas.
En la noche del segundo día me puse a llorar solo porque sí y a quejarme de cualquier cosa. Creo que fue el impacto de pensar en todo lo que había pasado y la maravilla de cómo el cuerpo, solito, se recuperaba. De la visita y preocupación de los amigos. Del alto en la vida que tuve que hacer de pronto.
Ahora tengo una herida con pretensión de cicatriz, ultramoderna. Los hilos y el esparadrapo los absorbe poco a poco el cuerpo. Siento que quedé con un zipper listo para cuando sea el momento de que llegue Santiago.
Yo pensé que me lo había soñado, pero dicen que en recuperación, en cada ciclo de estar medio despierta, empezaba a cantar a gritos a Roberto Carlos:
“Ilumínate con las estrellas
Sonríe a los rayos del sol
Sé feliz con la lluvia que cae a mojar tu cabeza.
No se puede engañar los sentidos
Tampoco cerrar los oídos
A las cosas que nuestra consciencia no esconde jamás.
De ti mismo no puedes huir
Ni tampoco a ti mismo engañar
Búscate, encuéntrate, date prisa, él está al llegar”
Debe ser cierto eso que no hay ateos en una balsa en medio del pacífico. Tampoco en una camilla de un quirófano.
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