Xin-We es China de China continental y se sienta en mi mesa. Ella estudió en la Universidad germanística y es profesora de alemán en China. Porqué alguien que tiene el alemán como carrera está en el mismo nivel que yo, es algo que no me animo a preguntar.
Yo, que soy curiosa, me paso preguntándome qué pensará Xin-We cada vez que oye a algún baboso hablar mal del sistema comunista o le achacan a China la violación de derechos humanos. El día nacional de China, ella me contó que estaban de fiesta, que celebraran no sé cuántos años de revolución y andaba contenta. Por meterle conversa, la felicité por el acto de inauguración de las Olimpiadas y se notaba que se sentía orgullosa. A veces le pregunto si ella tiene que pagar su apartamento, si tiene vocabulario revolucionario, si es producto de la política de un solo hijo, o que me cuente más de su vida en China.
Yo le cuento tonteras de cómo yo pensaba que cavando un hueco se llegaba directo a China, del susto que me daba por culpa de Mafalda, pensar en la consecuencia de todos los chinos pegando una patada en el piso al mismo tiempo. Ella me prgeunta que si Costa Rica es un país rico (“No. Somos más pobres que ratón de iglesia pero nos damos vida de milloneta, de a prestado o con ropa usada”) y me dice que China también era muy pobre pero que ahora están un poco mejor. No sé si se queda corta por humildad o porque de verdad se lo cree.
Me pregunta sobre el Holocausto. Yo le explico y le cuento que hasta hace muy poco yo no sabía de los crímenes de guerra que se cometieron en esa misma guerra en China “Sí, pero no fueron los alemanes. Fueron los japoneses y aún ahora sigue habiendo mucha discusión y malas relaciones con Japón por eso. Japón no quiere reconocer su responsabilidad”
Extraña mucho a su familia. Me explica que la familia, a pesar de la revolución cultural, sigue siendo la estructura principal de la familia china. Y se queja de que en Alemania en cada comida come frío, mientras que en China, en cada sentada se come bien calientito, algo muy necesario ahora que estamos a dos grados sobre cero.
Como todos tenemos que hacer una exposición breve de un tema cualquiera, Xin-We me dice que recurrirá al tema del que siempre habla: la ruta de la seda. Dibuja un mapa de China en la pizarra y con sonidos de campanitas dice los nombres de las ciudades en Chino que están en la vía de la ruta y nos regala a cada uno un pañuelo de seda china. A mí me tocan dos, por estar en su misma mesa desde el primer día. Tengo influencias. Escojo de primera.
Termina y todos aplaudimos. Cuando se viene a sentar, yo, de tirriosa, le pregunto:
“Me permitirías hacerte una pregunta?” (Ella siempre me habla así de formal, como aquello de “Puede esta humilde e inmerecida oruga tener el honor de hacerle una pregunta a la honorable latinoamericana -mariposa que me hace el honor de sentarse conmigo en la mesa?”) Y me dice que sí, que claro. Y yo: “Porqué le dibujaste a China en el mapa una isla? esa isla cuál es? hasta donde yo sé, China no tiene islas. Menos una tan grande”
Xin-We, que agarra en el aire la pedrada, se ríe otra vez y me dice muy seria:
“Esa isla también es China. Pero el mundo la conoce como Taiwan. Nosotros no podemos renunciar a eso y hay que insistir en cada oportunidad que tengamos. Es nuestro deber aprovechar cada oportunidad. Por eso la dibujamos siempre como parte del mapa”
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