Cuando empieza a caer la tarde de estos días, que ahora son más cortos, a veces, desde el río, se levanta la niebla. Aquí no son nubes blancas que descienden pacíficamente por momentos cortos. Aquí es una cosa gris, viscosa, densa, que se va levantado desde por debajo de los puentes y la ves acercarse, reptando, por cada callejón, cada calle. Y te internás en ella.
Entonces ves de repente pasar a tu lado a un soldado ruso, un muchacho de si acaso 22 años, con una ametralladora en la mano y cuatro relojes en cada muñeca. Es mayo de 1945 y el ejército rojo está tomando un Berlín destrozado. De aquella otra puerta, salen tres hombres elegantes y borrachos, botellas en mano, riéndose a carcajadas, la luz de la niebla es la madrugada de 1920, y es uno de tantos cabarets y clubs que había en la Friedrichstrasse.
Te pasan la lado los hombres y mujeres de color sepia, con ropas de todos los estilos, todos los años, todas las edades, cada uno en su época, en su propio mundo, desvaneciéndose y apareciéndose en cada paso. Atravesando el Tier Garten, Wilhem, Friedrich, todos los Kaisers en uno, encabezan el desfile del último triunfo. Frente a la puerta de Brandenburgo, la niebla gris dibuja un nuevo muro. Y en sentido contrario al Kaiser, vienen, sobre la misma calle, cien mil sombras bajo el grito sordo de “Wir sind das volk”. También es otoño, 1989.
Los edificios se desdibujan y la niebla hace espejismos. Se abren, en simultánea, umbrales a otras vidas a otros tiempos.Se iluminan mil ventanas, en un apartamento, en el Berliner Dome, en la Neue Synagoge, en una casa cualquiera, en una oficina del Palacio de la República o en el Reichstag. Si se escucha con atención, se oye como se abren y como se cierran mil puertas, mil ventanas.
Yo cierro los ojos para atravesar la niebla. Cuando los abro, es Cahuita, un día de enero. El Spree suena como el mar y la niebla es ese calor físico del Caribe. Vos estás ahí, transparente. Y es el primer día que me decís “Te quiero”.
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