Los ticos que han ido a Europa se dividen en dos grupos, ensencialmente por el nivel de comemierdismo. Los que han ido a Europa y rajan con eso (“Ay, divinooo! pero mirá, casi gual que en París!”) y los que han ido con club de viajes, tiquetes a pagos y cuentan historias divertídisimas de dormir en cucaracheros, comer solo pan con queso y de coca colas pitufas que cuestan dos mil colones cada una. Ambos grupos disienten en todo, salvo en una cosa: Praga es – y lo es- la ciudad más linda del mundo. Como diría mi profe de alemán “Claro! si no les cayó ni una sola bomba!!”
Al llegar uno casi no lo puede creer. De niños a mi generación le vendieron que parte de esa maldad comunista residía precisamente en destruir cualquier belleza, cualquier forma de cultura. Pues, para que sepan, Praga no sería hoy lo que es, no merecería la condición de patrimonio de la humanidad, si no fuera porque los comunistas la cuidaron y la restauraron, igual que como hicieron en Berlín y en Dresden.
Lo que los comunistas sí hicieron con las patas, es el metro. Hay que bajar como 14 mil escaleras eléctricas, tan empinadas, que los carteles de los anuncios los ponen también inclinados. Al bajarse, uno camina realmente mareado.
Para uno acostumbrado a otras exoticidades como charrales llenos de bichos (bosque tropical húmedo), el casco histórico de la ciudad de Praga es algo nunca visto. No sabría decir qué tiene de bonito, si son esas callecitas de adoquines, los edificios antiguos art deco y art noveau, las miles de tienditas, la tradición, la sensación de estar pasando a otra época.
O la película que uno se pasa por la cabeza porque son tan nacionalistas que todo está en checo, es decir, en incompensible-impronunciable. Puede ser que uno observe admirado una placa y hasta de conmueve por su civismo, para que después un guía le diga a uno que esa placa rememora una de las tantas veces que estos checos- que son medio toreados para las cosas rudas- invadieron un edficio y tiraron a los presentes por la ventana. Tan frecuente era eso en Praga que hasta tiene nombre propio y numerito, por ejemplo: “Primera defenestración de Praga” (primera de un montón).
A la par de los checos, los alemanes parecen sofisticados, finos, de mucho cholle y hasta amanerados. Yo nunca había visto en vivo, algo que definiera tan bien el concepto de bruto en su acepción más pura y no de falto de intelegencia. Y eso que los checos rajan de ser el centro intelectual del centro de Europa. Para que no crean que soy prejuiciosa, algunas evidencias:
Un ladrón se mete a robar a uan iglesia, ve un rosario de oro en una virgen de piedra y se lo alza. La virgen cobra vida, le agarra el brazo y se vuelve a hacer de piedra. Al día siguiente, cuando llega el cura, se encuentra al ladrón pegando gritos y arrepentidísimo. El cura se debate entre cortar el brazo al ladrón o a la virgen. A la fecha, a la entrada de la iglesia (o sea, adentro), cuelga el hueso negro del ladrón de una cadenita…
Un rey quiere saber los secretitos de su esposa y le pide al confesor que cuente, que cuente. El confesor se pone delicado y dice que él se debe a su secreto de confesión. Lo torturan y nada. Entonces lo tiran del puente que une el lado del castillo con la ciudad. En ese preciso punto, hay una placa de bronce que uno tiene que tocar para regresar a Praga algún día. Por dicha llevamos alcohol en gel, porque hasta que brilla la famosa plaquita.
El relojero que hizo el reloj astronómico lo hizo tan, pero tan lindo, que los nobles de Praga no querían que hiciera uno igual o mejor para nadie nunca jamás de los jamaeses. En lugar de ofrecerle un contrato de exclusividad y non compete, le quemaron los ojos con un hierro al rojo vivo. El relojero se metió de noche a la torre del reloj, se robó unas piezas y luego convenció al pueblo que era una maldición por lo que le habían hecho y que el reloj no funcionaría por cien años.
Los oficios más frecuentes de la ciudad eran ser vidente y profeta. Si uno se soñaba cualquier tontera, era suficiente abrir la boca para que se tuviera por verdad absoluta. Los reyes locales eran fiebres de todas las ciencias, que para la época, incluían astronomía y alquimia. O sea, eran adeptos a las brujas y a la creyencería.
Y bueno, Kafka. Cualquiera que lo haya leído puede concluir que el muchacho era denso por no decir traumado. Ya en la ciudad, comprende uno porque Franzito puede haber tenido esas fantasías tan tétricas y esas pesadillas interminables. Como no tuvo fama en vida, pidió que una vez muerto quemaran todos sus escritos, pero nadie le hizo caso. Esta ciudad es apenas para un vampirito y de hecho, aquí se filmó Van Helsing (entre muchas otras). El teatro de la ciudad ofrece como obra favorita “Drácula”. Compensa un poco saber que en sus últimos dos años, Kafka tuvo alguien que lo quisiera. De antología debe haber sido esa mujer para que Franzito, con todas sus cucarachas, procesos y castillos se sintiera comprendido, la antesala de sentirse amado. Aquí venden una camiseta solo con los ojos de él. Que no sabe uno si es Franzito o un zombie levantado del antiguo cementerio judío (que es el único que está dentro de la ciudad).
Praga tiene la judería más antigua de Europa, después de Worms, en Alemania. Cuando uno oye la historia de los judíos en la ciudad, entiende que los tenían de punching ball. Que el rey subió los impuestos? vamos a arriarle a los judíos! que hay peste? vamos a arriarle a los judíos! A tal grado que el rabino Löw tuvo que crear un Golem, un casi hombre de barro, al que le dío vida y que los defendía de cada ataque. Pero un shabbatz al rabino se le olvió darle instrucciones y el Golem, desesperado, empezó a atacar a los propios judíos. El Rabino Löw tuvo que deshacerlo y se dice que sus terrones de tierra están en el ático de la Nueva-vieja sinagoga, una de las más antiguas de toda Europa.
Además hay como un resentimiento nacional de ser siempre el plato de segunda mesa. Los tours dicen que aquí, en Praga: se inventó la cerveza dorada clara, se descubrió el vino, Freud desarrolló sus teorías (vivió aquí), Mozart (también vecino) compuso lo mejor de su obra, Jan Hus (el joven de la estatuta verde en la plaza del pueblo antiguo) inventó el protestantismo, se desarrolló el Art Noveau, están los mejores escritores (Todos desconocidos salvo Kundera y Kafka), tuvieron la primera universidad, se liberaron solitos de los Nazis, que el verdadero Neruda era checo, pero que los méritos siempre se los lleva otro país. Entonces, cada vez que preguntan “Conocen a fulano de tal?” Todos dicen que no y entonces se responde “Claro, si esa es la tragedia de los checos. No los conoce nadie”,
Y eso se les traduce hasta en el trato al turista. Tienen el tacto de una esponja de brillo metálico. No sonríen nunca. No les da la gana hablar inglés, alemán y español ni les cuento. Todo, todo, todo, los nombres de las calles, los menues, las flechitas que indican el camino hacia las cosas turísticas, los metros, las paradas, los brochures, los teclados de las compus y hasta la oficina de turismo, están en checo, haciendo que uno se sienta medio perdido y encima sin diccionario. para su próxima visita a Praga, dos joyitas: por favor se dice Prozim y gracias, dicuí.
Yo estaba pensando cómo jugármela, porque Praga despierta mi institnto consumista. Quiero llevarme TODO. Los cristales de bohemia, las placas de los nombres de calles inpronunciables, las marionetas de madera, que desde el mundo entero vienen a comprarlas, el topito simpático de las infancias checas, todos los libros de Franz Kafka, las matriuskas, las muñecas vestidas a la usanza.
Fue, realmente, el regreso perfecto, con días de verano tardío, soleados pero sin calor. Y digo regreso, porque yo ya había estado aquí antes. Y esa vez el viaje había empezado con otra frase “Había una vez, en un reino muy, muy lejano…”
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