Si alguien me hubiera dicho que iba a terminar con los pies tan adoloridos y tan llenos de ampollas, al menos me hubiera dado el canchón de considerar si quería o no pasar 10 horas troleando en París, tratando de adivinar traducciones, conexiones de metros y puntos de interés turístico.
Es cierto. Es lindo. Como todo es excesivamente caro para el turista limpio, entonces queda mucho tiempo, pero no para conocer, si no para pararse una hora en fila en las entradas a los museos. Esto es el Disneylandia de la cultura.
Alguien tiene que hacer algo con los turistas japoneses y su absoluta falta de urbanidad y de consideración con el prójimo. Para tomarme una foto con un cuadro de Van Gogh para la muchachada, casi que tuve que hacerle una zancadilla a una de esas que insistía en tomarle una foto a cada cuadro en lugar de irse a clavar a la tienda del museo.
Revivir el poco francés del colegio, ha sido una titánica labor arqueológica. Entiendo casi todo, pero al contestar, se me sale el alemán. ya con 14 horas de práctica, estoy considerando pedir algún puestillo de traductora simultánea con habilidades políglotas… sí wueón!
Cuando llegamos al Louvre, donde vivió el Rey Sol, casi me da un soponcio al ver la casita de habitación de Luchito, el último rey de Francia. No es una joya arquitectónica. No. Es una ofensa. Cuando uno ve ese palacio, solo puede decir una cosa “A ese malparido había que matarlo!” y sentirse muy agradecido con la Revolución Francesa.
Que un baguette de a de veras de esta panadería, que un pastelito de manzana, que una agüita Evian, que quiero crepas, que un suspirito gigante, que al entrar a todo lado Bonyur y al final merci bocú.
La torre Eiffel se ve más bonita en las películas. Nunca sale ese mar de gente dando vueltas en las bases, esa sensación de mercado, de torre de babel, reclamando por el calor, ofreciendo souvenirs, prometiendo leer la mano con habilidad gitana, apiando 3 euros por una bolsita de palomitas añejas.
No me pregunten si los parisinos son guapos. No sé. No he visto ni uno. He pasado rodeada de turistas. Algunas parisinas si alcancé a ver. Son divinas, flacas, largas, con garbo y estilo. Se nota la diferencia y a ratos le da a una una envidia…
Tanto edificio viejo y pomposo, entiende uno porqué les cuadra irse a meter al charral a ver monos aullando. Hay partes de la ciudad que lo hacen preguntarse a uno si esta vara completa no se estará cayendo.
Cenamos delicioso a la orilla del Sena. Allá al fondo se va poniendo el sol. Detrás del sol, está mi América.
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