A pesar que en la vida real me dedico a algo muy tardicionalista y conservador, en mi vida ideal, yo me iría a vivir a una comuna. Por eso cada vez que viajo a algún lado, las busco por todas partes, las visito, nos hacemos muy amigos y después de husmear en cada esquina, quedo convencidísima que eso no es lo mío, pero que qué lindo sería vivir en una de esas. Este domingo, Marcelo y yo visitamos una en Pérez Zeledón. El nombre, por razones de seguridad personal, me lo reservo.
El gringo fundador hizo una pila de plata en su trabajo topísimo, y de repente se dio cuenta que quería otra cosa en la vida, incluyendo sembrar todo lo que se come. En mi humilde opinión, eso le impone un menú muy limitadito y explica porqué el pobre se ve anoréxico, pero contento.
El lugar se describe de ensueño, pero aquí entre nos, es un guindo en las montañas del Valle del General al que se llega después de media hora de caminos de tierra, subiendo y bajando cuestones que en invierno deben ser un jolgorio. Yo no entiendo porqué a los gringos les da esa vara de andarse metiendo en los charrales y en los charqueríos y se emocionan con los aguaceros o con encontrarse una garrapata. Pero supongo que en eso reside el éxito del turismo aventura.
Agarraron la casita de madera de la finca y la reforzaron y la ampliaron, en el mismo estilo rústico-pobreza. Tiene sus lujos: duchas de agua caliente (con calor solar) e Internet inalámbrico: el gringo instaló una antena de microondas que transporta la señal desde el Valle hasta el guindo. Además la decisión de convertirse en pionero no cubre todas las áreas: hay dos empleadas, locales y otro mae, también del pueblo, que se encarga de la construida.
Las gallinas andan por todas partes, en la modalidad conocidas como free-range, que genera huevos orgánicos (que también ponen por todas partes), libres de estrés y que los visitantes las estemos espantando a patadas disimuladas. Hay un hueco con potencial de dengue al lado de la casa, que se convertirá en estanque de tilapias. Hay varios siembros de cositas orgánicas y pilas de compost, con su correspondiente población de moscas, por todo lado.
Si bien es cierto por la altura y la temperatura no hay mosquitos, a cambio la propiedad ofrece culebras venenosas. Como la que picó al perrito del proyecto en la cara. El pobre quedó como jefe mafioso después de que la cabeza se le infló como bola de basket. Ese perrito encima, tenía antes vida de citadino y se lo llevaron para la finca. Estoy segura de que me anduvo guindando toda la visita rogándome que lo rescate.
Hay una catarata, 8 ojos de agua, café y cacao sembrado y muchas hectáreas. Suponiendo que a uno le cuadra meterse a pie en el monte, sin mapas, sin botas exponiéndose al culebrerío y demás fauna de la zona.
Es cierto que se descansa. Seguro por eso es que no tienden las camas. Yo vi una hamaca, me la apropié y a los dos minutos ya estaba con la boca abierta soñando cositas. No sé si es el cansancio acumulado o los temas de conversación:
Uno de los miembros está convencido que las bolas de piedra de Palmar Sur, son alienígenas y que se comunican entre sí. Que su misión en la vida es convencer al estado costarricense que regrese el peloterío a su lugar original, para que puedan volver a funcionar y así reestablecer contacto antes de que el mundo se vaya a la mierda en el 2012 (según los mayas). Y que en Palmar hay una señora de 150 años (no que dice tenerlos, que los tiene…) que dice que hay una historia de que este año llegará un hombre de ojos azules y un lunar en el brazo derecho que devolverás las bolas a su lugar original… No entiendo porqué la gente volada nunca tiene trastornos esquizofrénicos humildes. Siempre tienen que ser Napoleón, Jesús o el salvador del mundo.
También contaron de los granos de cacao de la finca. Los tostaron y los molieron con almendras y alguna otra cosa (a juzgar por el resultado, con algún otro psicotrópico), lo mezclaron con agua caliente y para adentro. Quedaron con un high de casi 4 horas… según ellos mucho mejor que el de los brownies que se hacen con marihuana. Yo, que ni siquiera fumo, sonrío con la benevolencia del que no se relaciona, no entiende nada y quiere salir corriendo o repartir fajazos entre este aterro de gringos desubicados para que se pongan en orden.
Me llama la atención eso, de que escuchen el llamado de la tierra y que a estas alturas alguien quiera ser agricultor con las condiciones más básicas. Tal vez la que estoy jodida soy yo, porque siempre he pensado que la labor de agricultor es una situación injusta, muchas veces primitiva, muy esclava y mal pagada. Claro, es muy distinto cuando uno sabe que tiene la vida resuelta y que si la vara no te cuadra o sale mal, simplemente te devolvés a tu apartamento en Manhattan.
Cuando conté el cuento, obtuve reacciones encontradas. En tres casos me preguntaron si en la comuna sabrían de un mítico hotel 5 estrellas, en esas mismas montañas, muy matriculados con el yoga, el budismo, los mantras y la comida sana. El consenso es que uno aguanta un determinado nivel de volazón a cambio de un buen descanso. Se recompensará cualquier información al respecto.
Por cómodos 300 dólaricos al mes, uno puede ser parte de la experiencia. Yo, como siempre, salgo convencida de que esta comuna no es lo mío. Demasiada naturaleza. Y no es que no me guste. Es solo que la prefiero en maceta.
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