Y entonces ahora resulta que desde que Costa Rica se ha vuelto lationamericanamente tropical, yo entro a una reunión y antes de desmayarme pido que alguien me haga la caridá de traerme un vaso con agua helada.
Sudo al caminar. Se me pega la ropa. No puedo andar nada de manga larga. El pelo, ese, me queda hecha una estopa. Uso el aire acoindicionado del carro y hasta me temo que pediría hielo si me tomara una coca lai. Sueño con comerme un galón de helado. Hasta considerado seriamente bañarme con agua fría.
Yo, friolenta de reconocida trayectoria, de pronto me quejo cuando estamos apenas a 28, porque claro, no contaba yo con la traidora de la humedad y menos con estos calorones a mediados de abril (y presagiadores de meniones), cuando ya debería estar lloviendo refrescantemente todas las tardes.
Nos hemos pasiado en el ambiente y de pasadita, en el termostato y el buen humor de mucha gente.
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