Hoy salió finalmente el sol y pude recorrer todos los recovecos de la ciudad vieja. Al lado mío, el mar del plata cambia de color dependiendo de cómo lo va golpeando el sol.
Mi calle favorita es la Calle de los Suspiros, con sus casitas bajas y sus ventanas pequeñas y sus adoquines de piedra irregulares. La primera vez que vine, me la imaginaba como escenario de una tragedia entre algún rudo portugués y una delicada dama española, o entre un pobre poeta y una gran dama de sociedad o entre dos personas casadas. Algo así, imposible y clandestino, que hubiera inspirado semejante nombre para la posteridá. Pero hoy me sacudieron las palmeritas de colores que me había pintado en la jupa y me cantaron las cuarenta: en la colonia, mi calle favorita, albergaba los puteros de la ciudad. De ahí su bello nombre que prevalece hasta nuestros tiempos, inspirado en los alborotos y ollecarnes que se armaban cada noche. Salados mis amigos, porque a todos les llevo mosaicos en miniatura con el nombre de la famosa calle.
Encontré un restaurante donde había comido hace cinco años. Para mí es un tirunfo, sobre todo porque no considero comer como un placer. Para mí es ante todo, una molestosa necesidad. La comida estaba exquisita, como la última vez. Increíble lo que le pueden hacer a un plato de macarrones. Me llevo para la casa la idea de dos o tres recetas mejoradas.
He notado que aquí y en Buenos Aires, los meseros tienen una personalidad apabullante. Opinan de qué y cuánto pedís, si la elección es la correcta, hasta piden por vos si te ven con dudas. escogen si podés tomar o no un postre y recomiedan el mejor tecito para los problemas hepáticos. Para cualquiera que no hable español, se la juegan hablándole muy despacio, pero siempre con acento y tratándolos de vos.
El recorrido de los 50 kilómetros de vuelta fue muy movido, pero rápido. De maicera, me emociona viajar en barco. este es como un cine gigante que flota, con duty free, primera clase, sillas alredor de una mesa y los sillones normales tipo avión, pero cómodos y con espacio para las piernas. Fue bueno ir a Colonia y a Uruguay. De regreso pensaba que me hubiera ido un día a Montevideo. Como Evita, yo volveré. No sé millones, pero con el Antídoto, codo a codo, seremos mucho más que dos.
Sigo de angurrienta. Caí en la tentación de los quesos y los fiambres y ya me los mandé con un baguette tamaño personal. Compré un alfajor y un suspiro gigante relleno de dulce de leche. Solo me faltó el vino, que de por sí no tomo. La coca lai aquí sabe como si le hubieran echado agua. Me compré además un dulce de leche casero que ya etsoy tramando cómo contrabandearlo de vuelta a Chile sin que me obliguen a tirarlo al basurero. Creo que utilizaré mis encantos. pfffft!
Me pasa, al menos dos veces por día, que cuando pido algo, me imitan en la forma de hablar. Aunque estoy hablando despacio. Aunque me esfuerzo por usar español neutro, de CNN. Aunque le pongo empeño a no imitarlos. Me sorprende cada vez que pasa, porque la imitación suena como un cubano con resfrío. La próxima vez voy a preguntar “Así es cómo sueno?” Y estoy segura que algún aventado se animará a contestarme.
Mañana, muy temprano, caminaré lo que haya que caminar. Voy a la sede de las Madres de la Plaza de Mayo.
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