Se supone que es verano, que hace calor, humedad, pantas y chancletas. Pero desde que llegué vía Buquebus a Colonia del Sacramento, el viento huracanado no para y la lluvia tampoco. Me he empapado y vuelto a secar unas quince veces y ya siento venir al resfriado. Encima me vine en plan mochilero, sin ropa adicional para reponer los jeans y las medias empapadas. Hoy dormiré con calefacción puesta.
Por andar de muerta de hambre, recién llegando me comí dos empanadas, ambas con aceitunas, una orden de churros y un jugo de naranja exprimido. Estaba haciendo planes de visitar una quesería y pedir algo así como una tabla de bocas para llevar de fiambres (carnes frías) y quesos, solo por antojo, cuando un fuerte retortijón y severos problemas estomacales me lo impidieron.
Uruguay es lindo. Lindo, lindo. Chiquito, sencillo, más pausado, igual de sufrido, soñador y poeta. Mañana espero arrasar con la librería donde vi varios libros de los tupamaros. Hablan parecido a los argentinos, pero distinto. Es una cadencia, un algo más marcado, más ronco, más algo.
Hay un turista que se parece a John Turturro mezclado con Kramer, que me lo he topado en todas partes. Ya hasta me saluda y se ríe de la coincidencia. Me como una pasta deliciosa, con entrada y jugo de fresas, todo por 24 dólares. Encuentro los poemas de Benedetti musicalizados por la Gata Varela.
Confirmo, una vez más, que yo no sirvo para esto de la experiencia de Hostel. Me revienta la música rock que no conozco a todo volumen, mientras la hija de la dueña ve a la vez el disney channel y le compite con el volumen. Los alemanes hablan a gritos partiendo de que nadie les entiende nada o que de son divertidos. Un argentino pulsea un threesome con dos holandesas, cada una hablando en su idioma. La francesa se hizo una ensalada de atún, tomate, queso, maíz dulce y jamón en una olla y se sienta al lado mío a comérsela con pan. No me gusta hablar con gente que no conozco. No tengo espíritu libre. No sirvo yo para eso de hacer amigos y sobrevivir este tipo de incomodidades por ahorrame unos pesos. Y eso que no comparto cuarto. Mucho menos baño.
Si no hiciera tanto frío, me iría caminando por la Calle de los Suspiros, bajando por la plaza central hasta llegar al mar y me sentaría en una de las banquitas de la Rambla. Es la hora perfecta, las 9 de la noche, para ver cómo se pone el sol mientras el mar de la plata se pinta de un rosado pálido perfecto y el viento sigue revolviéndola.
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