Nunca le dije porqué empecé a oír música en español. No le dije de esa noche en que aquel profesor explicó que los sentimientos hablaban el idioma materno. Que I love you no era igual que te quiero. Que él no entendía cómo podíamos ser tan alienados y enamorarnos en inglés. Que esas canciones que siempre salían en la radio, era como querer a alguien envuelto en un plástico.
Por ese palpitar que tiene tu mirar
Yo puedo presentir que tu debes sufrir
igual que sufro yo por esta situación
que nubla la razón sin permitir pensar
No le dije que alguien levantó la mano y preguntó que cómo hacía para que le gustaran esas canciones tan polas que solo escuchaba la empleada mientras limpiaba la casa. Y que el profesor dijo que se obligara, que las oyera todo el día, que se aprendiera la letra, que las cantara, y que entonces un día, si lo suyo era genuino, lo sorprendería esa sensación ardiente en el pecho, una euforia o unas ganas de llorar tremendas.
No le quise decir que por eso fue que cambió todo. Que por eso de repente me encerraba por horas a oír a Nelson Ned, a Leonardo Fabio, a César Banana, a Roberto Carlos, a José José, a tantos.
En que ha de concluir el drama singular
que existe entre los dos, tratando simular
tan solo una amistad, mientras en realidad
se agita la pasión que muerde el corazón
y que obliga a callar: “Yo te amo, yo te amo”
No le dije la repugnancia que me causaba Sandro de América. Lo que me chocaba esa voz ronca, lo afectado de la forma de cantar, lo ridículo de sus letras. La sonrisa de burla por sus pantalones de diolén apretados, las camisas abiertas, el medallón de oro falso, lo agitado de las caderas, el aire de indio, la melena de pelo negro, el sobrenombre artístico de “Gitano”. No te dije que me resultaba perturbadora y salvajamente hombre.
No le dije que por eso me aprendí esa canción y la cantaba una, dos, veinte veces, hasta que aprendí los gestos, los quiebres de voz, su dolor, sus pausas, el sentimiento.
Tus labios de rubí de rojo carmesí
parecen murmurar mil cosas sin hablar
y yo que estoy aquí sentado frente a ti
me siento desangrar sin poder conversar
Yo recién me enteré de todo ese día que la oí y abrí la puerta de golpe y ahí estaba usted, en la silla, en la puerta del cuarto, con los ojos rojos y la cara bañada en lágrimas y un pañuelito viejo de hombre, empapado. Cuando usted, sin que yo le preguntara nada, me dijo, por toda explicación, que “Esa canción me la cantaba su papá todo el tiempo” y se soltó en llanto.
Tratando de decir, tal vez será mejor
me marche yo de aquí para no vernos mas
total, que mas me da, ya se que sufriré
pero al final tendré tranquilo el corazón
y al fin podré gritar: “Yo te amo, yo te amo”
Entonces yo no sabía. Yo no sabía que ustedes se conocieron cuando Alejandro estaba casado.
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