El hijo del Patán es él a los 23 años. Pero simpático, educado, cariñoso, respetuoso y considerado. Yo diría que lo adoptaron si no fuera porque tienen los mismos ojos y el mismo algo contra lo que ya por dicha me he vacunado. Me pregunta por un conocido mutuo, consagrado picaflor y coqueto. Intercambiamos anécdotas durante un almuerzo. Lo piensa un poco y concluye: “Sí, él padece de lo mismo que mi papá, que está convencido de que todas las mujeres lo adoran”.
En un día particularmente cargado, con muchas llamadas urgentes de por medio y mil cosas dejadas de lado, el Patán se queja ácidamente de todo lo que ha salido mal ese día, sin almuerzo, sin cigarros, sin tiempo, refriado y con problemas. “Puta, y encima se me para este reloj de mierda”. Yo le ofrezco consuelo: “Bueno, no seás mal agradecido. A tu edad y con ese estilo de vida, demos gracias al señor que algo se te para”
Me recomienda a un banco para que me abran una cuenta corriente, porque es de los clientes a los que les asignan ejecutivo/esclavo para sus asuntitos. Su correo dice que soy “su amiga personal”. No dice que sea buena paga, confiable, responsable, abogada, recomendable, o cualquier otra condición de utilidad bancaria. Solo que soy algo suyo, que además es personal con la ambigua condición de “amiga”. Partida entre la curiosidad y la ofensa, le pido que me diga por escrito y dentro de los siguientes tres días hábiles, a qué me da derecho el título. “Tranquilízate”, me contesta.
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