De pelotera, me enagalané con mi camiseta de Salvador Allende, fuerte saco rojo y me fui con el Antídoto al estreno de ”El Clavel Negro”.
De camino me imaginaba las hordas henchidas de orgullo por su historia, los comprometidos sociales locales, la juventud, y en general, cualquiera al que le ofenda la grosería esa de pasarse los derechos humanos por el arco del triunfo; así que me puse majadera con que compráramos (yo no, el Antídoto), las entradas por adelantado y que llegarámos temprano para asegurar buen campo.
Éramos 4 gatos. De esos, 2 el Antídoto y yo, más jóvenes que el resto de la concurrencia, me atrevería a decir que 35 años, o sea, lo que lleva de haber ocurrido el golpe militar en Chile.
Pasé de nuevo por el fenómeno ese de soy invisible. Me pasié por todo el cine, haciéndome la que buscaba a alguien, para que los otros dos gatos vieran mi camiseta. De nada sirvió. Nadie siquiera sonreía. Aquello eran los preparativos de un funeral. Eso ya lo había visto yo antes. No sé si los chilenos fueron los que sufrieron más con la dictadura militar en su país. Lo que sí sé es que lo siguen viviendo con una profunda tristeza. Algún día contaré las razones que se me ocurren a mí que existen para eso, pero eso es enano de otro cuento.
Me atiborré de palomitas durante los adelantos de coming attractions, convencida que una vez iniciada la peli, yo también me largaría a llorar y no podría bajar ni medio sorbito de Coca.
De la película salí furiosa y sin una sola lágrima. A uno le dicen que es basada en hechos reales, lo que no le dicen es que esos hechos reales fueron totalmente distorsionados a lo chancho chingo. Al embajador de Suecia lo presentan como un hombre solitario, obsesionado por una mujer judía que lo traicionó en Berlín y por eso, mujeriego hasta más no poder, en busca de su redención arrasando con medio Chile: entre más revolucionarias, mejor. Además, le atribuyen parte de su acto heroico de sacar a cientos de personas del Estadio Nacional a la ayuda del milico bueno. El milico que no existió en el golpe militar, no porque no los hubiera, no. Si no porque los mataron después de torturarlos salvajemente como en los primeros cuatro días, igual que al padre de la presidenta Bachelet.
Las escenas dizque fuertes, en el Estadio, parecen un domingo cualquiera con 20 viejos esperando que empiece un partido. No hay imágenes de ese país partido en dos, de la tristeza, de la solidaridad, de lo vivido. Se ve como está Chile hoy: ofensivamente business as usual, donde a un par de pelilargos revoltosos les sacan la cresta en un Estadio y todos los demás, siguen en lo suyo, nada más teniendo cuidado al pasar por La Moneda destruida para no resbalarse en los escombros.
Harald Edelstam fue un hombre realmente valiente, que llegó a Chile con toda su familia como embajador de Suecia. Consciente del poder y la protección que le daba su condición diplomática, arriesgó su vida para salvar a personas que no conocía, en el Estadio Nacional, en la embajada de Cuba, al asistir al funeral de Pablo Neruda, al recibir refugiados en su embajada, al negarse a mirar hacia el otro lado. El señor embajador es un ejemplo más de que uno, aunque gusano, puede convertirse en mariposa. O al menos que tiene uno ese potencial.
Por eso salí que me llevaba puta del cine. Porque me parece que no es justo con las víctimas ni con la verdadera historia ni con él. Y desde ese día, parezco lora embarrada de mierda, quejándome con todo el que me quiera oír y desde estas anchas alamedas.
Ayer me eché la hablada frente a mi suegro. Se sentó en un sillón y con aquel aguacero, empezó a contar “Yo recuerdo cuando el embajador sueco llegó al Estadio. Llegó con la Cruz Roja y prensa internacional. A nosotros nos tenían tomando sol. El Coronel Espinoza, que estaba a cargo del estadio, dijo que la Junta Militar, como acto de amistad, iba a entregarle al Gobierno de Suecia a algunos detenidos. Leyó una lista que dejó incompleta. Entonces el embajador le quitó el micrófono y rápidamente leyó casi el doble de los nombres. Espinoza se le fue encima a arrebatarle la lista Cuidado, Coronel– le dijo en español- que soy un diplomático con inmunidad. Y siguió leyendo. No me voy de aquí hasta que me entregue a toda la gente que mencioné. Todos empezamos a aplaudir. Ahí fue cuando se armó el pereque.”
Luego suspiró y siguió contando “el día que me llevaron al Estadio…”
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