En media reunión, el cliente me dice que si voy con ellos a Mayami. Digo que diay, que si me necesitan, sí. Dos minutos después tengo boleto, hotel, impuestos pagos y recomendación de no llevar líquidos en el equipaje de mano.
El cliente, que tiene antecedentes de interrumpir reuniones con abogados hot shot para irnos todos en el carro alquilado de shopin’, me ofrece irme en el vuelo de la mañana, más temprano, sola, eso sí, para aprovechar y desplumar mi billetera en la colección de verano o en un K-mart.
Rechazo el ofrecimiento por aquello que en el aeropuerto me confundan con el señor Fiscal General de la República de Costa Rica, a pesar de las diferencias obvias (no solo de estatura) y me detengan, digo retengan injustificadamente. Ante semejante cosa, al menos en grupo, puede que alguien me llame a la cordura y evite que haga yo una escena.
No es el único rechazo.
El cliente ofrece compartir su habitación en caso que no haya reservación por hacerlo todo a la carrera. Observo y callo. Todo pareciera indicar que es un Patán wannabe, picado porque cree que me las sé de todas, todas. Ya me encargaré de dejarle saber que Papi es Papi y que como Dios, solo hay uno: el verdadero.
Aclaro que no es que me crea un culazo, ni mucho menos. Reconozco que por unas librillas adicionales, me descubrí ayer en el espejo un traste digno del Tropicana, pero eso es otro cuento. A lo que estaba: Es que, al parecer, hay gente que como el Patán, reacciona en automático. La pulsean con cualquier cosa que use enaguas y si pegan, pues ahí ven si apechugan o si salen huyendo.
Voy y vengo al día siguiente, encerrada en reuniones. Mimí diría que lo cuento por ridícula y fachenta y le explicaría al público imaginario que pareciera que me hubieran parido en un avión a juzgar por mi contentera por cualquier mierda de estas.
Deja un comentario