Anoche, saliendo de Multiplaza, en la rampa para entrar a la pista rumbo a San José, sentí (más bien escuché ese arrugarse de la carrocería) donde pegué (el carro) con algo (presumiblemente otro carro). En la oscuridad, me pareció ver una toyotona negra, un tipo encorbatado y tan distraido como yo.
Increíble. Sobre todo porque llevo tres días de disfrutar de ambiente de domingo de ida y venida al brete, sin presas, trailers, buses, peatones, motos y sobre todo, con tiempos record de 15 minutos de lado a lado de la ciudad y no los 75 acostumbrados.
A tono con las fechas santas, hice lo que cualquier cristiano en mi posición hubiera hecho: Pedí perdón mentalmente y me di a la fuga. El otro, hizo lo que cualquiera en su posición, hubiera hecho. También se dio a la fuga.
Mientras yo recorría la pista a toda chancleta, preguntándome en qué momento me atravesaban un carro enfrente, me bajaban esposada del carro, me tomaba una foto la Extra, a cuál taller llevaba el carro, cómo le lemtía al INS esa yuca y de qué tamaño sería el pichazo, estuve a punto de chocar otro par de veces, como se observa, por andar en la luna.
Al llegar al semáforo en La Sabana, un vehículo con la descripción del sospechoso hizo el alto al lado mío, me pitó coqueto y me hizo un saludito (amable) con la manita. El chorrete de pintura amarilla de mi patomóvil en su espejo derecho lo delataba como partícipe de lo ocurrido, confirmando mis sospechas que fue culpa de él por tratar de rayarme por la derecha. Casi casi me bajo del carro. pero me aguanté como los machos y en lugar de eso, llamé al Antídoto con voz temblorosa a decirle que me habían pegado el carro hacía como 7 kilómetros, que no paré, ni llamé al tráfico, que sonó horrible, que seguro iba con el carro destrozado pero que no había revisado.
Al llegara la casa, verifiqué que salí prácticamente ilesa, apenas con un rasponcillo sin gracia que no se ve ni tan mal. Nada quedó arrugado.
Es evidente que fui víctima de un milagro. Eso, o el otro conductor también era abogado.
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