No recuerdo bien el año. El numerito, digo. El cuándo lo tengo claro: Baltazar Garzón, un juez español, ordenó por primera vez la captura internacional de Pinochet, por criminal. Por delitos de lesa humanidad. Y el generalísimo, apoyado como siempre en la mentira, se hizo por enésima vez el enfermo y se encerró en Londres. Primero en su clínica y después en sus mansiones. Lo visitaba la Margaret (Tatcher) y tomaban el tecito juntos e intercambiaban quejas de lo molestos que son esos indios.
Después Chile, en democracia, volvería a humillarse ante el hombre que la había desangrado y se vio obligada exigir con voz forzada que lo dejaran en paz, atribuyéndole al asesino condiciones que nunca tuvo: hombre, libre, expresidente, ciudadano, chileno. Confundieron los alegatos. No era inmune: era impune.
Pero mientras lo tuvieron encerrado, Baltazar Garzón vino a Costa Rica. Y el auditorio nacional se lleno de lado a lado, con estudiantes, vinos, bombetas y la alta jerarquía. Si alguien hubiera puesto una bomba, nos hubiéramos quedado sin gobierno. En un ala, los 22 magistrados. Más allá, casi todos los ministros. No faltaron diputados, periodistas, jueces y alcaldes. Es decir, estábamos toda la chapulinada.
Yo llevaba un poster de Garzón y me aferraba al pilot, atenta al momento en que saludara al público, para abrirme paso a codazos y conseguir un autógrafo. Desde entonces yo ya quería a Chile y me dolían todos: Allende, Víctor, Miguel, Pablo. Además, en las revistas Hola, en las fotos del periódico, Garzón se veía guapísimo.
Salió un hombre pequeñito, de traje oscuro. Todo el auditorio hizo silencio. Yo esperaba, emocionada, que lo que perdía en estatura lo compensara con el trueno en la voz del Rafael de la justicia española. Pero no. Tenía una vocecita aflautada y sin gracia. Lo primero que dijo fue “Mi madre mea’nzeñao quez de bien nazios zer agradecios”… y lo demás se me quedó perdido en la decepción. Decepción que se agravó cuando aclaró que no se iba a referir al caso de Pinochet, porque estaba en proceso y él, igual que los jueces de aquí, tenía un impedimento legal para hablar de eso.
Habló dos horas, largas y desesperantes, sobre el proyecto de la corte internacional penal y las intrincadas teorías de la sanción como instrumento del derecho entre los países. Los juristas más arrechos, disimulaban los bostezos. Los estudiantes no. Achantados en las sillas, no veíamos el momento en que terminara. Como orador, un fiasco completo.
Llegó el momento de las preguntas. Se bailó todas las que hacían referencia a dictaduras, desaparecidos, torturas, a la América Latina violada por los militares, a la memoria, a la herida, a lo que está pendiente. Es decir, no contestó nada. Solo más elaboraciones doctrinarias de algo que en ese momento a nadie le importaba.
El encargado del protocolo presintió ese movimiento general de me alisto que voy jalando. Ese cierre de carteras, el amarre de la jacket, revisar si algo se quedó en el piso, animarse a ser el primero que se va, levantadas en falso, dismular la prisa. Pidió paciencia. Don Baltazar tiene que irse de primero, por razones de seguridad. Denlen un chancecito. Las huidas se abortaron y todos, obedientes, esperamos sentados mientras llegaba su escolta y lo sacaban bien blindado. Entonces las tres últimas filas del auditorio se pusieron de pie. Sin decir nada, empezaron a aplaudir. Sin parar. Cada vez más fuerte.
Las tres últimas filas. Aplaudiendo. Con la mirada fija en el juez. Con la mirada húmeda. Los de las tres últimas filas, lloraban. Lloraban y aplaudían. Hombres y mujeres, los de las tres últimas filas. Hombres y mujeres chilenos. Exiliados, ex torturados, ex detenidos desaparecidos. Sobrevivientes. Llorando. Aplaudiendo. Sin decir una sola palabra. Agradeciendo.
Nota de Sole: La reciente visita de Baltazar Garzón me recordó este episodio, que ocurrió tal y como lo cuento. Entre los chilenos, yo reconocí a varios, por eso supe quienes eran. Acaba de morir don Joaquín Gutiérrez Mangel. A él también le dieron las gracias, los hombres y mujeres a los que les salvó la vida. En su entierro, muchos puños se levantaron al aire y lo despidieron así “Compañero Joaqín Gutiérrez! Presente! Compañero Joaquín Gutiérrez! Presente! Compañero Joaquín Gutiérrez! Presente! Presente! Presente Ahora y siempre!” Y qué le va a hacer una, sino emocionarse?
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